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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Por todas

El éxito de las marchas del 8M de los últimos años, el gran trabajo de los feminismos de base, los esfuerzos por tender las manos de unas mujeres a otras, han convertido esa fecha –día de la mujer trabajadora– en un evento político y social imposible de obviar por la molicie patriarcal. Sea en las conversaciones de descansillo o en los medios.

Cuando una acude a alguna de las marchas más multitudinarias se contagia de una energía muy especial, pura electricidad, si no hay incidentes, vuelve a casa con el ruido de fondo y el entusiasmo metidos en el pecho, con la sensación física y emocional de haber conquistado un espacio que aún nos está vedado. Las calles también son nuestras pero queda mucho para disfrutarlas día a día –sobre todo noche a noche– como lo hacen los hombres.

Comienzo este texto describiendo esa sensación maravillosa de sororidad, tensión y conquista, porque quiero recordarla y, sobre todo, porque quiero trasladársela a quienes no han ido y no podrán ir.

Este año, ya es el segundo, mi 8M es el de una cuidadora más, el de las rutinas de asistencia a quienes dependen de mí, el de las medicinas, el de lavar otros cuerpos, el de tenerlo todo a punto, recibir la visita de alguna vecina que echa una mano, tomar un café, preparar la noche y acostarse pronto. Como yo, otras cuidadoras tendrán un día similar, rutinario, sin derecho a esa electricidad maravillosa que sucede cuando tantas mujeres salen juntas, gritan juntas, cantan juntas y ríen juntas.

Pienso en las mujeres que están convencidas de ser demasiado mayores o se sienten demasiado lejanas a este movimiento sísmico femenino. Pienso en las que no pueden participar porque no se lo permiten sus maridos, en las que ya no están porque nos las han matado, en las que tienen miedo, en las que se sienten ridículas, en las que viven aisladas y no pueden formar tejidos feministas, en las que estarán trabajando –precarias perdidas– y no tienen el cuerpo para líos. Pienso en las mujeres a las que se les ha fallado y no sienten que sea su espacio: mujeres racializadas, mujeres migrantes, mujeres trans como yo misma, mujeres discapacitadas, mujeres neurodivergentes, prostitutas, tantas y tantas.

Hemos sido capaces de abofetear con fuerza la atención del mundo, los feminismos no paran de crecer en complejidad, presencia política, presencia social, influencia y potencial transformador. Bien por todas, y digo todas, nosotras.

Ojalá toda esta belleza transformadora sepa extenderse a esas mujeres que anudan un pañuelito morado en la ventana con las manos rotas de tanto fregar, ojalá sepamos contarles sin un ápice de condescendencia que todo esto también lo han hecho ellas, que no son periferia o no son solo beneficiarias del trabajo de otras, que nos han hecho más fuertes, más listas, más hermosas y más libres.

Que las que estarán en casa cuidando de las que ya no pueden valerse, están haciendo feminismo puro, unas y otras, cuidadoras y cuidadas, que sin esos cimientos no somos nadie.

Ojalá, en las marchas, grandes o pequeñas, haya un hueco para las que no están pero nos sostienen. Las que nos hacen mejores. Las vecinas que nos traen ese cafelito a media tarde y nos preguntan qué tal estamos. Las que apenas verán esta alegría por televisión, se acostarán prontito y caerán rendidas.

Ojalá.

Por todas. Feliz y combativo 8M.

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