Parece que Pablo Casado ha cogido algo de aire, pero no. No caigan en el error de pensar que una crisis de liderazgo, proyecto y espacio político se soluciona en un par de días, salvando de forma vergonzosa una moción de censura a golpe de talonario y con un par de fichajes de personas que llevan la cuarta chaqueta a sus espaldas. La crisis política y estratégica que atraviesa el PP es de tal calado, que el apoyo que recibe de sus terminales mediáticas no esconde el momento de máxima debilidad de un partido político que debería estar llamado a poder configurar una alternativa política al actual gobierno, y eso, por ahora no pasará.
El PP de Casado no tiene referentes, lo que se llama un gobierno en la sombra, hombres y mujeres con una voz autorizada en las principales áreas de gobierno, en los ministerios de Estado, economía, hacienda, política territorial, justicia, interior, ahora sanidad… las voces del PP en estos momentos se limitan a un dueto formado por Casado y García Egea, que ejercen más de portavoces que de líderes del partido. La falta de este equipo preparado para gobernar se lo puede permitir un partido sin aspiración gubernamental, pero no un PP que, entre las guerras internas, los salpicados por la Gürtel y su falta de poder ha quedado reducido a un partido más de la cámara con un par de portavoces y más ruido que política.
El PP de Casado no tiene estrategia ni proyecto para el país, un día lo marca Feijóo porque obtiene mayoría absoluta en Galicia y el mensaje vira hacia la moderación; otro día lo marca Ayuso porque decide convocar elecciones para sustituir a Ciudadanos por Vox como aliado preferente y Casado asume eso de “comunismo o libertad”. En las pasadas elecciones catalanas, Alejandro Fernández se batió el cobre contra el candidato ultra de Vox, Casado incluso se avergonzó de la intervención de los “piolines” en RAC1, esto junto con el discurso de la moción de censura de Vox dibujaba un PP que tomaba distancia respecto a los de Abascal. Y ahora, se asume con normalidad el discurso de Ayuso de no insultar a “nuestros votantes” refiriéndose a Vox y su estrategia del abrazo del oso. Casado se deja llevar por las olas de sus subalternos, que le marcan el camino.
El PP de Casado no se desprende de la corrupción, anuncian una mudanza que no acaba de llegar, asumiendo de facto que se pagó con dinero B, al mismo tiempo que Arenas, Cospedal, Rajoy o Aznar, van desfilando ante los tribunales para negarlo. “Salvan”, si se puede utilizar este verbo, la moción de censura en Murcia dinamitando el pacto anti-transfuguismo y no solo no se avergüenzan de pagar a los traidores, sino que, además, la pareja Casado-Egea encuentra oportuno irse a hacer una foto, nada más y nada menos, para presumir de esa victoria pírrica que les perseguirá durante toda su vida política, porque fueron a bendecir la corrupción institucional de uno de sus feudos. Vamos, en palabras del último fichaje en la comisión sobre la financiación ilegal del PP el 26 de junio del 2017: “ustedes han pervertido la democracia y han hecho un daño incalculable a nuestros países y sus instituciones”. Sepa el lector que he elegido una de las más elegantes.
El PP de Casado tiene una crisis interna de gran dimensión, algunas soterradas, otras a cielo abierto, como la del congreso de Sevilla, que acabará en los tribunales. Pero el mar de fondo es constante, existen dos almas del partido, con dos estrategias diferentes sobre lo que hay que hacer con su escisión ultra. Pero, sobre todo, el mayor problema de la dirección de Casado es que no tiene apoyos orgánicos importantes, porque los que no eran suyos no los ha sabido atraer y los que, en principio, son suyos o no tienen poder institucional o si lo tienen coquetean con la posibilidad de sustituirle, debilitándolo desde sus propias filas con los que eran sus referentes como principales aliados, véase y escúchese al expresidente Aznar.
Dicen que nada es bueno o malo si no se compara con otro elemento similar, y claro, si el PP de Casado se compara con el Cs de Arrimadas, puede parecer que el Partido Popular anda en horas buenas y que es el partido alfa en su ámbito ideológico. Sin embargo, es un trampantojo coproducido entre los huidos/exiliados de Ciudadanos, que eran más azules que naranjas y ahora vuelven a su espacio político habitual y los terminales mediáticos que coinciden ideológicamente con el PP en el ámbito conservador. El PP de Casado tiene un problema estratégico, programático y de liderazgo, y aunque la posible victoria de Ayuso refuerce el trampantojo, Pablo Casado bien haría en no confiar en esa “victoria”, porque puede ser su derrota final.