Hasta hace relativamente poco tiempo, el relato que hemos recibido acerca de la transición española ha respondido a un extraño consenso y a una complaciente mirada que dejaba fuera muchos errores, fragilidades y carencias del proceso. Afortunadamente ya escuchamos muchas voces críticas que cuestionan algunos de los paradigmas con los que, política y culturalmente, se consolidó una narrativa en la que quedaron invisibles los claroscuros y que, paradójicamente, prescindió de una herramienta básica en los ejercicios retrospectivos: la memoria. La que en el caso concreto de la historia española tiene que ver además con una de las grandes cuestiones pendientes de una transición a la que hay que reconocer sin duda logros incuestionables, pero que también permitió la continuidad de poderes, imaginarios y estructuras procedentes de la dictadura.
En estos ejercicios de revisión, sigue faltando sin embargo una mirada que ponga el foco en cómo vivieron las españolas, nada más y nada menos que la mitad de la ciudadanía, unos años que para ellas hubieron de ser más decisivos que para nadie ya que el tránsito a la democracia supuso el inicio de su acceso a la plena ciudadanía. Sin embargo, también en este caso la Historia se nos sigue contando en masculino, a partir de la voz y la experiencia de los “padres” y sin que las mujeres ocupen mucho más que una nota a pie de página. Una vez más, y como ha sido lo habitual en el largo recorrido histórico del patriarcado, se parieron y gestaron desde una Constitución hasta reformas legales, pasando por cambios sociales y culturales iniciados antes de la muerte de Franco, como si ellas no hubieran sido necesarias. Como si nosotros, los que seguimos en aquellos años ocupando las posiciones de poder en el país del destape y de la movida, nos sobráramos a nosotros mismos para cualquier empresa. Tal y como nos hemos encargado de constatar a través de la gloria que con la Cultura hemos siempre tratado de que se conjugue siempre en masculino.
Quienes nos dedicamos el estudio y la enseñanza de la Constitución, de su contenido pero también de sus orígenes, de sus luces y al mismo tiempo de sus sombras, estamos faltos de materiales que quiebren los discursos archisabidos y que iluminen todos esos espacios que, casi cincuenta años después, continúan en la sombra de lo políticamente correcto. En este sentido son fundamentales los estudios que se están haciendo sobre la Cultura de la Transición y que ponen el foco en cómo se articularon discursos e imaginarios en aquellas décadas de las que somos herederos. Unos estudios que necesitan de la perspectiva de género y feminista para no seguir insistiendo en el flagrante error de confundir los ojos de los varones españoles con los de toda la ciudadanía. Solo así podremos subsanar carencias tan evidentes como todo lo que el movimiento feminista pudo remover en aquellos años o el papel que tuvieron las mujeres que, con nombre propio, y no sin obstáculos enormes, empezaban a tener un protagonismo en lo público.
Por todo lo anterior, es tan de agradecer la publicación del libro No, hija, esta vez no. Una mirada feminista al cine de Cecilia Bartolomé y de la Transición, en el que Nieves González Fuentes no solo recupera y da valor a una autora esencial de nuestra cinematografía, sino que también realiza un análisis crítico y feminista de unos años decisivos para las españolas. A través del estudio de su mediometraje Margarita y el lobo (1969) y de su largo Vámonos, Bárbara, cuya fecha de producción es el constitucional 1978, la profesora González Fuentes lleva a cabo una exhaustiva y completa disección de cómo la cultura de ese período configuró un determinado imaginario sobre las mujeres y lo femenino, en una tensión permanente entre la resistencia al cambio, la continuidad de roles y estereotipos procedentes del franquismo y la lenta y complicada evolución del estatus de las españolas en un tiempo en el que, aunque empezábamos a ser una sociedad formalmente igual, perduraban lastres insoportables del sexismo anterior.
En permanente diálogo con los patrones que mayoritariamente seguía reproduciendo el cine español de los 70 y los 80, la autora nos explica cómo Bartolomé se atrevió a romper moldes y a ofrecernos justamente un retrato de ese concreto momento histórico a través de las vivencias de las mujeres. De sus luchas, de sus contradicciones, de sus cárceles, de sus aspiraciones, de sus cuerpos sin autodeterminar. Todo ello, insisto, en un momento en el que si bien las normas empezaban a acomodarse al mandato constitucional de igualdad, la Cultura, y con ella la sociedad, seguía empeñada en mantener una cierta continuidad con los patrones de la España franquista y católica, eso sí, bajo el revestimiento de una supuesta modernidad que, de hecho, suponía una liberación - por ejemplo, en el terreno sexual – solo para los varones. Las apuestas en cuanto al relato, pero también en cuanto a las formas, de Cecilia Bartolomé suponen una ruptura de los esquemas dominantes en el cine de la época. Pensemos en cómo Vámonos Bárbara es una road movie en la que les da la vuelta a los patrones clásicos de un género muy masculino justamente para plantearnos el proceso de emancipación de una mujer. De la misma manera que en ese largometraje o en “Margarita y el lobo” pone el foco en las estructuras familiares para hacer que salten por los aires los resortes que durante siglos sirvieron para mantener domesticadas a las mujeres.
No, hija, esta vez no, que es un libro trazado con el rigor y la profundidad de una tesis doctoral pero que se lee con la facilidad de un texto no sujeto a los mandatos académicos, no solo recupera el valor de una cineasta hoy por hoy escasamente reconocida, como es Cecilia Bartolomé, sino que también plantea un recorrido con mirada feminista por unos años que se siguen contando mal. En este sentido, es libro supone una enmienda a la totalidad de un relato que prescinde de lo vivido por una mitad, y sobre los que nos siguen faltando estudios culturales con perspectiva de género. En este sentido, se explica cómo lo que el país vendía entonces como modernidad, desarrollo y bienestar, seguía manteniendo a las mujeres como “sujeto subalterno”.
Nieves González, que a lo largo de todo el libro pone a dialogar a Bartolomé con otras dos cineastas clave de aquellos años, Josefina Molina y Pilar Miró, sobre las que además promete futuros análisis, nos ofrece todo un fresco imprescindible para quienes a estas alturas ya no nos conformamos con la historia escrita en masculino y para quienes entendemos que el cine es columna vertebral de la memoria colectiva. Un volumen editado por La Moderna que agrieta el discurso hegemónico patriarcal sobre la transición, que apunta los hilos cinematográficos de un “nosotras” y que contribuye a que las mujeres sean sujeto histórico, con voz propia, y que nos recuerda que la Transición fue “un proceso sexuado sin final feliz para las mujeres”.