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Tres momentos del debate Trump-Harris que me renuevan la fe en el periodismo

Kamala Harris, estrecha la mano a Donald Trump antes del debate.

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Se echaba de menos el periodismo en los debates electorales. Después de la campaña de las generales del 2023 en nuestro país, parecía que un moderador estaba condenado a ser el juez de tiempos en una contrarreloj de La Vuelta, o un espectro silencioso, como el fantasma del Rey Hamlet en su primera aparición. Para el día después a los periodistas les quedaba el trabajo del árbitro de boxeo: alzar la mano del vencedor. 

En el debate presidencial de Estados Unidos, dos experimentados periodistas de la cadena ABC, David Muir y Lindsey Davis, han hecho reverdecer en mí la fe en el periodismo. Demostraron que se pueden desarticular las falsedades en directo. Eso sí, con mucho trabajo detrás, con un equipo de verificadores veloces, con otro de documentalistas y, por supuesto, con el talento de los moderadores. Hubo momentos gloriosos, yo me quedo con estos tres: 

El primero. Donald Trump saca a la palestra su recurrente falacia respecto a la práctica de abortos. Llega a acusar a los demócratas de defender el aborto a los nueve meses de gestación e incluso a ejecutar a recién nacidos. La moderadora, Lindsey Davis, le corrige con una sencilla frase fáctica: “No hay ningún estado en ese país en el que sea legal matar a un bebé después de nacer”.  

El segundo. Parecía de locos y lo es. Trump acusó a los inmigrantes de comerse a las mascotas, perros y gatos, en Springfield. Kamala Harris –con su dominio del lenguaje gestual– se ríe sutilmente y pone cara de estar pensando en lo rara que es esta gente. “Weird” es probablemente el adjetivo que más daño está haciendo a los republicanos en esta campaña. 

Al instante el equipo de verificación de ABC se pone a toda velocidad con las llamadas correspondientes. Hablan con la alcaldía de la ciudad. Enseguida el moderador David Muir puede desmentirlo: “El equipo de ABC ha hablado con los gestores municipales. No ha habido en Springfield denuncias creíbles ni reclamaciones contra miembros de la comunidad de inmigrantes de la ciudad por haber dañado, herido o abusado de mascotas”. A Trump sólo le queda el pataleo: “Lo vi en televisión”, refunfuña. Queda en evidencia su frivolidad, lo que le desacredita como candidato a presidente.

El tercero lo protagoniza también David Muir, que fue en su día el primero en entrevistar a Trump como presidente. Como le ha oído decir en numerosas ocasiones que “perdió por los pelos”, le pregunta si reconoce el resultado de las elecciones de 2020. Trump se defiende diciendo que lo de “perder por los pelos” lo dijo sarcásticamente y aprovecha para soltar su perorata sobre los millones de votos que obtuvo. Cuando termina Muir precisa: “He visto todos esos vídeos y no detecté el sarcasmo”. Chapeau!

A este trabajo riguroso y complejo de los periodistas se suman dos decisiones relevantes: silenciar el micrófono de los candidatos para impedir que se interrumpieran. Se ahorró a los espectadores el guirigay en que no se entiende nada. 

Mostrar en pantalla un marcador que contabilizaba los bulos de los candidatos tiene un doble efecto. A priori resulta disuasorio, pues los contendientes saben que se les vigila. A posteriori funciona como las orejas de burro que se ponía a los malos estudiantes en los antiguos colegios de mano dura. La vergüenza es un potente regulador social. Y no, con niños no se debe hacer, pero con políticos que falsean los hechos de forma sistemática, sí.

El martes vimos cuál es el resultado cuando el periodismo asume su responsabilidad social y contribuye a evitar que el odio y la mentira destruyan la democracia. Y vimos cómo se pone en práctica. Los debates electorales no volverán a ser iguales. Ahora ya sabemos cómo deben trabajar los moderadores para servir a la verdad, a la profesión y a la democracia. La prensa española ya está estudiando la lección magistral de David Muir y Lindsey Davis. Ellos ganaron el debate. 

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