El pasado sábado y en el prime time de nuestra tele escuché a Alfonso Rojo: “Yo la única violencia que defiendo es la que pueda ejercer un Estado”. Se expresaba de esta forma contra la nueva normativa con la que los vigilantes de seguridad podrán detener a ciudadanos. Nadie dijo nada. Ni el conductor del espacio ni el resto de tertulianos.
Demasiados gritos, creo que ni le escucharon.
Aguantad el exabrupto: Rojo ha cubierto Irak y Afganistán, estuvo en la caída del muro de Berlín y hasta contó la revolución sandinista en los 80 desde Nicaragua, poca broma, para Diario 16. A lo que voy: no es un mamporrero de la derecha, no es tan sencillo. Es periodista, columnista y tertuliano.
Yo también soy periodista. Y columnista y tertuliana ocasional, hasta hoy.
Esto no es una despedida, pero sí un hasta luego. No me voy a alargar ni me vestiré de virgen vestal para loar las virtudes del periodismo equidistante. Nada más lejos de mi intención: este oficio no tiene nada que ver con la neutralidad, si hablamos de política. Sí con la honradez y la objetividad a la hora de conseguir datos. Y un tremendo respeto hacia vosotros.
Se puede practicar desde la opinión porque también es periodismo. De hecho, yo lo he intentado siempre: ni una columna salía firmada por mí que no tuviera links que invitaran a profundizar más. O de un dato que no se conocía o que se ocultaba he armado un texto completo, incluso ficcionado, que buscara provocar vuestro interés, abrir vuestro apetito de saber qué, quién, cómo, cuándo y por qué pasa lo que pasa.
He hablado con parlamentarios difuntos en el Congreso, se me ha aparecido Felipe en mi cuarto para decirme que en realidad es republicano (ay, el humor en política, qué infravalorado está), he contado alguna intimidad mía para explicar, por ejemplo, cómo mi hija aprendía a decir recortes y retallades, en catalán, que es lo más nos importa. He rabiado como mujer ante Gallardón y como ciudadana ante Wert, Báñez, Teófila, en fin. Tantos. No incluyo los links porque sería el colmo del autobombo del columnista. Si os apetece, los buscáis.
Y, sin embargo, estoy haciendo lo contrario de lo que hace ya unos años me comprometí a hacer. Aquí viene el drama: hablando yo, no os estoy dejando hablar a vosotros. Cada vez que compartís o comentáis un artículo mío con un “yo no lo habría dicho mejor” o similar, sufro. Porque nadie podrá decir mejor que vosotros lo que vosotros queréis decir. Porque, de alguna manera creo, estoy evitando que vosotros os pronunciéis, y que actuéis.
Pero es que yo no soy experta en nada, y os voy a contar un secreto: ningún periodista lo es. Como mucho, tenemos ciertas habilidades para encontrar primero, y conectar este con aquel dato después, recordar y rescatar del disco duro aquello que se dijo y que está relacionado, y tirar de agenda para llamar a quién nos puede ayudar a explicarlo. Esto es lo que yo pongo en valor. Brillamos cuando hacemos información, pero nos diluimos entre politólogos, expertos en marketing político e incluso militantes de partidos cuando hacemos opinión.
Cada vez es más difícil distinguirnos los unos de los otros. Pero se puede, y el truco para nosotros es cumplir dos condiciones: decir que lo estamos haciendo (opinar, no informar) y tener otro ámbito de trabajo donde hagamos información. Yo cumplo la primera, pero no es suficiente, y hasta que no pueda marcar el stick en la segunda, me bajo aquí.
Hay otros que tampoco la cumplen y siguen. Cada día, redundándose en textos previsibles al doscientos por cien que no aportan nada más que crispación. A uno y al otro lado del espectro editorial. “Es lo que más se lee”, me confirmó un editor hace poco. “Y es lo más barato de conseguir”, me dijo otro. Bien, la decisión es de cada cual. La mía, está en este texto de hoy.
No voy a hablar de los que no cumplen la primera condición, que también hay muchos, y os confieso que me da pánico que me confundáis con uno de ellos. Vamos, que me quita el sueño, y no estoy de coña.
Permitidme, además, que hable un poco de lo que yo pretendo aportar: no quiero convenceros de que Soria ha mentido y varias veces con la reforma energética: quiero dar información para que lo deduzcáis vosotros y, además, quiero trabajar para que podáis preguntarle a él directamente y que se vea en la responsabilidad de contestar y justificaros un aumento del coste de la tarifa de la luz un 80% en diez años, y quizá enseñaros cómo revoluciones ciudadanas que han conseguido tumbar a gobiernos, arrancaron con protestas por la subida de tarifas o privatizaciones, como es el caso de Brasil o Bolivia. No voy a reclamarle a Gallardón nuestro derecho a un aborto legal, libre y gratuito en un siglo XXI de igualdad de sexos y económica en teoría, sin que mujeres y hombres podáis defender vuestra posición, sea la que sea, por descontado, con tanta contundencia como yo misma. Hoy mismo que llega la ley al Consejo de Ministros abriría el debate, si pudiese. Ni pontificaré más sobre las medidas retrógradas de Wert sin construir un diálogo donde profesores, estudiantes y alumnos deis mil y un argumentos mejores que yo, siendo vosotros los verdaderos expertos. No quiero destripar la ponzoña de UGT para hacerle el juego al neoliberalismo antisindical si no produzco un espacio para analizar el futuro de la organización ciudadana laboral, pero también social.
Y nada de eso lo haré desde una columna de opinión. De hecho, ya tengo el embrión y lo testé hace un tiempo, aquí lo tenéis por si os pica la curiosidad. Si en realidad, siempre ha sido vuestro.
Desde aquí doy las gracias a El País, El Periódico de Catalunya y a estos locos de eldiario.es por cederme un espacio y compartir tinta. En los enlaces tenéis todo lo que he escrito para ellos. Ellos y varios más saben que, disfrutándolo como lo disfruto, no es ésta la mejor parte de mí que pueden incorporar a su proyecto. Conocen las otras, que son las que voy a pelear. Cuando eso llegue –segunda condición, remember– no os libraréis ni de mí ni de mis opiniones de política, que llegarán para acompañaros en vuestras decisiones (y azuzaros un poquito, no digo que no), pero nunca para sustituirlas o paralizarlas, que es una sospecha que tengo: el RT como neutralizador de la acción ciudadana, la que de verdad cambia las cosas, y no nuestro ego de periodistas.
Yo que vengo de la tele y creo tanto en el audiovisual para hacer la democracia más fuerte, o para hacerla real dados los últimos empellones, os dejo de la forma más coherente: Feliz Navidad (quina mandra) y... HASTA MÁS VER. Uy, esto ha quedado como borde, y no es la idea. Repito: NOS VEMOS.