La unilateralidad independentista murió el 1 de octubre

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La unilateralidad murió el día que el independentismo subestimó el tremendo poder de un Estado cuando se siente amenazado ante un rival soberbio, vulnerable y sin poder fáctico. El independentismo se vio empujado por su propio relato, sin ser consciente de la tremenda virulencia con la que actúa un Estado moderno cuando se le cuestiona su propia integridad. Políticos de primera línea sin saber leer los principales resortes de la política y lo que significa el verdadero ejercicio del poder. El independentismo el 1 de octubre y durante el procés no fue más que Lord Baelish amenazando a Cersei Lannister con el poder blando y sintiendo en su propia carne lo que de verdad es el poder, el de la espada, las pelotas de goma y los ejércitos. El poder siempre es duro. 

La opinión publicada anda mareada y enredada con el fin de la unilateralidad por parte del independentismo sin darse cuenta de que habla de un fantasma, de un ente que orbita entre nosotros como recuerdo, como espectro de un hecho que no volverá a producirse. Algo intuía Puigdemont de que aquello no tenía demasiado recorrido cuando suspendió la independencia al segundo de promoverla, aunque sin ser consciente de que la unilateralidad sería contestada con la reacción feroz del Estado desafiado. Yolanda Díaz pidió el abandono de la unilateralidad como elemento prioritario a incluir en la negociación por una posible amnistía, un extremo que fue negado por parte de Puigdemont argumentando que quien pide apoyo no exige. La unilateralidad retórica es el principio del independentismo, no hay manera de ejercer su pensamiento político renunciando a ese principio porque es lo mismo que renunciar y subyugar su esencia al sujeto que combate. La unilateralidad de facto ya ha sido abandonada. 

El independentismo fue derrotado por la ley y la justicia, dice la derecha, mientras que la izquierda dice que ha sido vapuleado por la política, el diálogo, la negociación y la piedad. Sería demasiado que ambas abandonaran el relato político partidista y asumieran que el desafío independentista al Estado fue derrotado por ambas cosas sin poder separarse una de otra, porque los procesos históricos no pueden segregarse a conveniencia. El independentismo está débil porque subestimó al Estado que actuó con dureza y de forma represiva y ahora ha tenido la suficiente altura de miras para mostrarse piadoso. Estado represor, Estado piadoso. 

Nadie debe llevarse a engaño, sin la represión feroz del Estado no podría haber existido el disciplinamiento severo del mundo independentista para darse cuenta de que con la vía unilateral lo único que van a encontrar es dolor y cárcel. La fortaleza política del independentismo tras la represión del Estado es la lógica reactiva del pueblo de Cataluña ante la ferocidad represiva en un democracia que no acepta bien las imposiciones por la fuerza. Pero fue una reacción herida, la de quienes han comprendido que son más débiles y que hay pasos que no se pueden dar sin asumir un coste que la mayoría no está dispuesta a volver a pasar. El procés ya no existe como movimiento práctico, sino como estructura ideológica, espiritual y utópica. Un horizonte de posibilidad etéreo que sirve como futuro deseable pero sin capacidad para concretarse por la vía de los hechos. La unilateralidad es un significante simbólico para el independentismo como puede serlo la república socialista para el que escribe. Una aspiración política sobre la que construir un proyecto que en el día a día se cimiente en las bases del posibilismo. Manuel Sacristán diría que el independentismo ya está inmerso de manera efectiva en su mientrastanto. 

La posible amnistía, que será segura para que haya investidura aunque queda por ver cómo será de ambiciosa, incide en esa lógica piadosa que acabe por volver a traer al redil de la política al mundo independentista. La derecha ve ese movimiento como un chantaje, una cesión o una rendición del Estado. Si miramos con distancia y perspectiva huyendo de la espuma de los días ese planteamiento es otorgarle al independentismo un triunfo inmerecido, porque su petición, el perdón de la amnistía, es la asunción de su fracaso. Los independentistas catalanes ya han asimilado que su proyecto no es viable y utilizan el poder máximo que las urnas le han otorgado, no para pedir un referéndum de autodeterminación como pasarela a la culminación de su proyecto, sino para pedir el perdón al Estado y asumir la negociación como único camino posible para hacer viable su existencia. Si un independentista creyera de verdad que su proyecto es posible no malgastaría la oportunidad más imponente que se le ha presentado en cualquier otra petición. El independentismo ha renunciado a la unilateralidad porque sabe que su única posibilidad de supervivencia tras el procés es instaurar la unilateralidad como utopía. Lejos pero visible, inalcanzable pero ensoñada, la necesitan para darse un sentido político y nadie tiene que renunciar a sus sueños imposibles. Eso sí que sería cruel.