Urgencias: entre todos la mataron y ella sola se murió

Se acerca la gripe. En España, como cada año, los meses de enero y febrero son los meses críticos en los que las epidemias de síndromes gripales hacen acto de presencia. En la temporada 2017-2018, estos síndromes dejaron a su paso 52.000 personas ingresadas y 15.000 muertos. Casi todos ellos eran pacientes de riesgo, ya sea por edad avanzada como por embarazo o por diversas enfermedades (respiratorias, del sistema inmunitario...).

Desafortunadamente, la gripe no solo se ceba sobre la población más vulnerable. El principal daño colateral de la gripe es el propio sistema sanitario. Un sistema sanitario que ha ido debilitándose en los últimos años (con la crisis como justificación) y se ha quedado raquítico e incapaz de responder correctamente ante circunstancias que le exigen más de lo normal. Las epidemias de gripe suponen la puntilla para las urgencias hospitalarias cada año, convirtiéndose en una especie de tradición invernal. Si los turrones vuelven a casa antes de Navidad, las urgencias se saturan por la gripe tras estas fechas tan señaladas.

Las principales víctimas de las saturaciones de urgencias son, de nuevo, aquellas personas más vulnerables. El colapso de urgencias provoca una atención sanitaria deficitaria a múltiples niveles, aunque se realicen triajes para priorizar a los pacientes según su urgencia y gravedad. Como bien explica el médico y Máster en Gestión Sanitaria, Ignacio González, las urgencias no son una cadena de montaje, sino una sucesión de procesos. Un colapso en urgencias supone demoras a la hora de atender a los pacientes, incluyendo a aquellos con una urgencia vital que tiene que esperar en la cola de triaje hasta que los profesionales sanitarios puedan entrar en contacto con ellos. Los recursos en estas zonas hospitalarias tampoco son infinitos, hay un límite de habitaciones disponibles para ingresos y uno de boxes en los que atender a los pacientes.

No son pocos los estudios que han valorado las consecuencias de los colapsos en urgencias: tiempos de espera que se alargan, más desvíos de ambulancias, aumento del tiempo de estancia en el hospital, incremento del número de errores médicos, mayor mortalidad de los pacientes atendidos, mayor estrés y riesgo de síndrome del trabajador quemado entre los profesionales sanitarios y un aumento del gasto en los hospitales son solo una pequeña fracción de las secuelas de unas urgencias abarrotadas.

Las razones tras las saturaciones de urgencias son múltiples y variadas y, por ello precisamente, la solución a este grave problema no puede darse si no se hace teniendo en cuenta toda su complejidad. Es innegable que la reducción de las plantillas de los profesionales sanitarios ha contribuido enormemente a esta situación. No se trata solo de que haya menos profesionales de los que debería para atender a las personas en urgencias, es que la Atención Primaria sufre un déficit crónico de sanitarios que lleva a que los pacientes tengan que esperar días y días (incluso hasta más de 14 días) para atender sus problemas de salud no urgentes a través de citas médicas. Esto, por motivos obvios, provoca un desvío de pacientes que buscan una rápida atención sanitaria a las urgencias hospitalarias o de los centros de salud. Las consecuencias de esta práctica son dos: se contribuye al colapso de las urgencias y se ofrece un servicio sanitario subóptimo al paciente.

Se sabe que las urgencias no son una forma óptima de atender a un paciente no urgente. Por un lado, el médico de urgencias no conoce previamente al paciente y probablemente no lo vuelva a ver, por lo que el seguimiento médico del problema de salud se convierte en una utopía. Por otro lado, el paciente no urgente tendrá que esperar 2, 3, 4 o más horas hasta que alguien le atienda por no tener prioridad.

La falta de educación sanitaria de los pacientes es también un grave problema en la saturación de urgencias. Entre un 50 y un 60% de las personas que acuden a urgencias en España lo hace sin causa justificada. Parte de este fenómeno se debe a las dificultades para acceder a la Atención Primaria, ya sea por tener que esperar demasiados días para la cita médica o porque, por cuestiones de trabajo, no es posible acudir a las consultas médicas durante el horario laboral normal. Sin embargo, ambos factores solo explican parte de la historia. Un buen porcentaje de las personas que eligen libremente ir a urgencias de forma injustificada lo hace por tres razones principales:

-No son conscientes de que es una irresponsabilidad ir a urgencias por un problema médico no urgente.

-Creen que en urgencias se tratará mejor su problema médico.

-No tienen la educación sanitaria suficiente para reconocer, incluso en los casos más obvios, lo que es una urgencia y lo que no lo es.

La falta de educación sobre cuándo ir a urgencias es un grave problema, porque este hecho por sí mismo puede colapsarlas por muy bien dotadas de personal que estén. De la misma forma que se sabe que crear más carriles en las carreteras no soluciona por sí mismo los atascos, contratar a más profesionales sanitarios en urgencias no va a solucionar los colapsos si no hay un mínimo de educación sanitaria ni una Atención Primaria óptima. ¿Por qué? Porque conforme más sanitarios haya para aligerar las colas de espera en urgencias y así disminuir el tiempo de asistencia, más pacientes sin problemas de salud urgentes creerán que les conviene ir más veces a urgencias que a las consultas de los centros de salud; creándose así un círculo vicioso difícil de romper.

Por supuesto, un paciente no es un médico, y no tiene por qué saber en todos los casos cuándo está justificado acudir raudo y veloz a urgencias. En España apenas existen herramientas, más allá del teléfono 061, para que los enfermos pudieran aclarar sus dudas sobre si ir o no a urgencias, acudir al centro de salud o automedicarse y quedarse en casa. En Reino Unido, por ejemplo, ofrecen atención sanitaria telefónica para que los pacientes pregunten sobre sus síntomas y reciban así respuesta directa de profesionales sanitarios que les recomiendan qué hacer. Durante las épocas de gripes y resfriados, que es cuando se suelen colapsar las urgencias, esta atención telefónica ha conseguido aliviar la sobrecarga asistencial.

Otros factores adicionales complican aún más el panorama de la saturación de urgencias. La mayoría de las empresas en España exigen justificantes de reposo o partes de baja desde el día uno a sus empleados enfermos, lo que obliga, en muchos casos, a ir a urgencias de los centros de salud a por dicho documento. Obligar a los pacientes, normalmente con enfermedades infecciosas respiratorias o gastrointestinales leves, a acudir a urgencias por un asunto no urgente es un sinsentido desde el punto de vista sanitario: pone en riesgo a los pacientes graves, favorece la transmisión de enfermedades infecciosas y burocratiza la atención sanitaria.

En unas semanas volveremos a ver las urgencias colapsadas en multitud de lugares de España y escucharemos a los sanitarios quejarse por la falta de recursos y de educación sanitaria de los pacientes. Al otro lado, los pacientes se quejarán de que tienen que esperar muchas horas en las salas de urgencias y de que no tienen por qué reconocer cuándo lo suyo es una urgencia. Mientras tanto, los gestores sanitarios echarán la culpa a las epidemias de gripe. Y, al final, entre unos y otros, las urgencias sin barrer.