Nuestro gasto sanitario siempre ha estado, de media, dos o tres puntos por debajo de los países con los que tanto nos infla de orgullo patriótico comparar nuestro sistema sanitario. Por cada punto del PIB que España ha dedicado a combatir la pandemia, Italia o Alemania han dedicado tres y Holanda o Francia, dos. Por cada rastreador contratado deberíamos disponer de cuatro. Despedir a los sanitarios contratados a toda prisa fue lo primero que hicieron en comunidades como Madrid tan pronto se empezó a doblegar la curva… En serio, ¿qué esperábamos nosotros y nuestras autoridades que sucediera cuando se iniciara el desconfinamiento en julio? Queremos la desescalada de Alemania, pero gastando tres veces menos, igual que antes queríamos su curva gastando también tres veces menos.
Ante los rebrotes al alza, desviar toda la atención hacia los evidentes comportamientos irresponsables e incívicos de una, también, evidente minoría parece el último recurso de unas administraciones capaces solo de reconocer los fallos de los demás. Lo hizo primero el epidemiólogo en jefe, Núñez Feijóo, en el rebrote de A Mariña. Los demás, de nuevo, solo siguen su ejemplo.
Con la Xunta desconcertada, corta de medios y más pendiente de las elecciones, las culpas del rebrote fueron recayendo, por este orden, sobre una familia que se había juntado a comer a lo loco, sobre los jóvenes frívolos y sus frívolas hogueras de San Juan y finalmente en los mariñanos, seres individualistas y egoístas que se dedicaban a mentir a los rastreadores para no quedar confinados y sin playa; ninguna de estas razones explica que más del ochenta por ciento de los casos se hayan concentrado en un concello, Burela, y el foco principal en su puerto, cuyo control correspondía a la propia Xunta y cuya vigilancia tampoco requiere la logística de Fort Knox.
Es cierto que echarnos la culpa es el nuevo recurso de unas administraciones que han descubierto que la vida resultaba mucho más fácil cuando todo lo malo era culpa del Gobierno central y todo lo bueno era fruto exclusivo de su gran gestión. También de un Gobierno central que, ahora, parece más empeñado en demostrarnos que tenía razón cuando se quejaba de la deslealtad de los demás, que en volcar cuanto haya aprendido de sus errores en liderar una gestión descentralizada mejor y más efectiva.
También es verdad que los profetas del ayer que en abril tenían tan claro que había que haber confinado en marzo callan ahora, a la espera de decirnos en agosto lo que deberíamos haber hecho en julio. No se antoja menos cierto que quienes clamaban por la asonada constitucional de estado de alarma o las oscuras intenciones del gobierno rojosatánico al prorrogarlo sin motivo, se escandalizan ahora cínicamente al ver cómo la gente se salta las recomendaciones y la Policía solo puede informarles porque un juez ha dicho que, sin alarma, no hay confinamiento.
Pero hay otra cosa que también continúa siendo cierta y no nos lanzamos a reconocer con tanto entusiasmo. La vacuna seguimos siendo nosotros. A estas alturas, alegar que no está claro qué debemos hacer, que las recomendaciones se contradicen o que no hay quien se entienda, solo se entiende desde el cinismo. Está muy claro lo que cada uno de nosotros tiene que hacer, allí donde no hay rebrotes para evitarlos y allí donde los hay para contenerlos. No tiene que venir la Guardia Civil a darnos una conferencia con un PowerPoint explicativo.
Lleva la mascarilla siempre, no cuando a ti te parezca. Practica la higiene de manos. Mantén la distancia siempre, no cuando a ti te vaya bien. No te relajes, no le pierdas el respeto al virus simplemente porque crees que a ti no te puede hacer daño. Recuerda que lo importante es no contagiar, con síntomas o sin síntomas. Si andas en zona de rebrote, no te muevas, no vayas a otra parte, confínate y no salgas más de lo necesario. No tienes que ser epidemiólogo para tener claro qué debes hacer.