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Veinte años

Dos jóvenes miran precios de viviendas en una oficina inmobiliaria de Barcelona.

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Perdona que hoy no te hable de Milei, la ultraderecha, Cataluña o Gaza, y hable un poco de mí, pero es que este fin de semana me han caído veinte años de golpe, como un piano de tebeo que te cae desde un quinto piso cuando caminas por la calle. Plaf. Veinte años más viejo. Mi hija mayor ha cumplido veinte años, no digo más. Un día eres un joven novelista y al día siguiente eres el señor padre de una veinteañera. Si te ha pasado a ti también, seguro que entiendes mi sacudida emocional.

¿Te pasa a ti también que te refieres a algo que pasó “hace así como diez años”, hasta que echas cuentas y descubres que no, no son diez sino veinte los años que han pasado ya? La pandemia terminó de jodernos el reloj biográfico, los acontecimientos anteriores al Covid se nos desdibujan en una niebla de años y de pronto, como el verso tontorrón atribuido a Gil de Biedma, te parece que de casi todo hace ya veinte años. Hasta que tu hija cumple veinte, o los telediarios se ponen fúnebres con el aniversario del 11-M o ñoños con el aniversario de la boda real, y entonces, sí, de todo hace ya veinte años.

Hace veinte años yo era joven, y eso es lo único que echo de menos de aquel tiempo. La misma razón por la que seguimos prefiriendo la música de entonces y nos parece que el cine de las últimas décadas es un refrito mediocre: porque entonces éramos jóvenes. Yo era joven, y España era también más joven, en aquel 2004 en que la derecha negaba legitimidad a un gobierno socialista y alentaba bulos y teorías de la conspiración, nos manifestábamos contra la guerra en Oriente Medio, y la vivienda subía y subía, camino de la burbuja que acabaría estallándonos. El bucle sin fin, mira tú.

Pero que tu hija cumpla veinte años es una máquina del tiempo que te hace viajar más atrás que esas dos décadas: a cuando tú también tenías veinte años. Al joven que un día fuiste y que se asomaba a la edad adulta. Le cuento a mi hija cómo era yo a su edad, en la España de 1994: estudiaba una carrera que no esperaba que me garantizase futuro alguno, el paro juvenil era el más alto de Europa, el mercado laboral me ofrecía precariedad y sueldos bajos, imposible pensar en emanciparme o vivir solo, y un lamento recorría el país: los hijos vivirán peor que sus padres por primera vez desde la Guerra Civil, se ha producido una brecha generacional. El bucle sin fin, mira tú.

En aquel año andaba por aquí el sociólogo norteamericano James Petras, encargado por el CSIC para elaborar una investigación sobre España que el gobierno socialista acabó guardando en un cajón por lo desolador de sus conclusiones. “Padres-hijos, dos generaciones de trabajadores españoles” se titulaba el legendario Informe Petras que no vio la luz pero todos leímos. Lo recordaba esta semana, cuando leía la enésima noticia sobre lo jodido que lo tienen los jóvenes hoy para acceder a a una vivienda, los sueldos bajos, la diferencia de riqueza entre generaciones, el crecimiento económico del que presume el gobierno pero que no alcanza a los más jóvenes.

Como en los chistes, tengo una buena y una mala noticia para mi hija veinteañera y su incierto futuro: la buena noticia es que nosotros, los de entonces, también lo teníamos muy jodido, y míranos, aquí estamos. La mala noticia es que la brecha generacional es hoy mayor que entonces, y las nuevas generaciones no cuentan ya con algo que sí teníamos los jóvenes de entonces: el colchón familiar, vital para nuestra supervivencia, que se ha ido adelgazando cada vez más y que mi generación ya no puede ofrecer tan mullido si un día nuestros hijos resbalan y caen.

El malestar de los más jóvenes y la incertidumbre por su futuro no es ninguna broma. Nada raro que algunos le compren la mercancía a cualquier vendedor de crecepelo, lo mismo gurús de las finanzas que fachatubers o partidos de ultraderecha. Ahí está Milei, aupado en buena parte por los votantes más jóvenes. ¿Tenemos algo más esperanzador que ofrecerles? ¿Está trabajando por ellos el gobierno progresista?

Perdón por hablar de mí, es decir, de nosotros.

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