Que yo recuerde solo he dado votos útiles en mi vida. No he votado a favor de nadie, siempre he votado en contra del mal, porque el bien en política casi no existe. El sistema democrático está hecho para que eso ocurra, así de fraudulenta es esta cosa representativa. Vivimos “eligiendo entre el cáncer y el sida”, como se dice en mi pobre país, en cada nueva elección; aquello del mal menor, sí, un voto defensivo. Un mero trámite para apartar un poco el horror, para aplazarlo. Por eso voté, por ejemplo, para que no vuelva la mafia de la familia Fujimori al poder. Y no volvieron. Y votaré aquí para que no gane el trifachito. Porque sé diferenciar categorías de villanos y sé que hay algunos que joden y otros que indefectiblemente matan. Y no quiero que entren los últimos. Por eso mi voto va a ser más que útil, va a ser antifascista.
Sé por experiencia que un Estado puede ser desmantelado en poco tiempo. Lo sé porque nací en un país que en poco tiempo se convirtió en un paraíso liberal, donde solo funciona lo que se privatiza y se paga. Lo demás, la salud, la educación pública, son para los pobres. Donde manda la moral de la Iglesia y hasta ahora no hay aborto, ni ley de identidad de género, ni matrimonio igualitario, donde las personas LGTBQI+ no son familia ante la ley.
Alguien dijo que había que preguntarles a los migrantes para qué vienen. Yo estoy aquí por eso, para tener lo que nunca tuve o lo que quieren quitarnos. Es muy sencillo quitarte todo y no devolvértelo jamás. Igual algunos no lo saben porque siempre han tenido Estado y todo lo demás. No saben todo lo que puede volverse irrecuperable en cuatro años. Lo cerca que podemos estar de las cavernas. Del Estado del malestar. Cuatro años más o cuatro años menos no son lo mismo para todos. No todas podemos darnos el lujo de pasar por un gobierno facha por coherencia, asco o cálculo político. Para muchos, que entren los fachas es la diferencia entre la subsistencia y la desaparición. No me jugaría entregarles a manos llenas el sistema esta vez.
Claro que hacer política es otra cosa, hacer el cambio es otra cosa, hacer la revolución es otra cosa. Pero no quiero vernos marchar el próximo año porque nos quitan el aborto. No quiero vernos marchar porque se han cargado la ley de violencia de género. No quiero marchar otra vez porque se quieren cargar las leyes que protegen a las personas trans. No quiero vernos marchar otra vez porque a los barcos humanitarios no los dejan salir al rescate. Y eso que ya sabemos que de derecha a izquierda se extienden las concertinas, los jirones de piel y las persecuciones en las plazas. Y no confiamos ni en la izquierda para abolir los CIES. Pero también está claro que saldremos cada vez que haga falta, porque darles nuestro voto no es ponernos en cuatro patas, no significa que no seremos críticos y vigilantes.
Y bueno, ya que lo preguntan, yo he venido a España no por el oro robado, que podría, sino para hacer lo mismo que hacía en mi país, es decir, para hacer algo por mi vida, por la vida, por nuestra vida, y contra todo lo que la amenaza, y eso los incluye a ellos. Yo estoy aquí no para cobrarme una deuda histórica, que podría, sino para, aunque no tenga partido, votar este domingo, ahora que puedo, contra su destructora visión del mundo.
Alguien dijo que había que preguntar a los migrantes antes de dejarlos pasar qué tienen en la cabeza. Y ya que lo preguntan, esto es lo que tengo en la cabeza: la consciencia de que no les vamos a dar vía libre para levantar más muros, para demoler lo construido en igualdad, para torcer lo que ya es derecho; porque no vamos a entregarles las instituciones, la ciudad, los hospitales, los colegios, nuestros cuerpos, nuestres hijes, nuestro futuro, la vida, para que hagan unos zorros. Es más, como dice una amiga, quién sería tan ingenuo de entregar solo por un día el ejército y la policía a la extrema derecha y sus aliados. Ojalá con el voto antifascista funcione eso a lo que tanto le temen: el efecto llamada.