Agitan el miedo a la incertidumbre y a mí lo que me acojona de verdad son las certidumbres. No sabemos que podría pasar si gobernara PODEMOS y nos repiten, con una combinatoria semántica que huele a rancio, que es el camino seguro al desastre, a la mierda, si tomamos en cuenta el verbo descontrolado de Arcadi Espada. Pero yo siento pavor sólo de imaginar hasta dónde nos va a llevar la agenda neoliberal de PSOE y PP si cualquiera de los dos, o la gran coalición, gobierna durante los cuatro años enteritos de la próxima legislatura. Con la prisa que se han dado hasta hoy para recortar, privatizar y devaluar nuestra mano de obra, otra legislatura será una autopista al infierno.
Una nueva victoria de los partidos del tinglado del 78, aunque sea por la mínima, constituirá la segunda tanda de legitimación popular del programa de ajuste de la Troika y Alemania. En Grecia ya saben lo que pasa cuando se desaprovechan las oportunidades. Syriza perdió por poco en 2011 y el país ha perdido cuatro años preciosos, porque para cuando Alexis Tsipras llegue al Gobierno en febrero, la gran coalición de los equivalentes griegos del PSOE y el PP habrá dejado el horizonte devastado. En Francia, François Hollande prometía en 2012 un cambio de rumbo y el pueblo confió en él: en mayo, cuando ya había mostrado sus cartas, en esencia las mismas que las de la derecha neoliberal, ganó las elecciones europeas un Frente Nacional desatado por la decepción de un país en crisis profunda.
Privatizar resulta mucho más fácil que desprivatizar. Cuando se emprende ese camino, los capitalistas beneficiarios siempre ganan: con las cláusulas contra el desequilibrio económico que imponen en los contratos o, en caso de retorno del servicio a manos públicas, con las indemnizaciones por los réditos que nunca llegarán a obtener. Recortar, deprimir, empobrecer... lo han conseguido en tiempo récord, haciendo un daño que quién sabe cuánto costará reparar. Hemos vivido meses y meses con viernes de angustia a cuenta de las ruedas de prensa tras cada Consejo de Ministros.
Es mucho más rápido y natural en esta sociedad incrementar las desigualdades que reducirlas. ¡Cuatro años más de todo esto y conseguirán que entendamos cuál es nuestro lugar en este mundo! Por lo pronto, yo tengo dos hijos y me puedo echar a temblar. ¿De qué van a vivir en un país con un 55% de paro juvenil, en el que los gobernantes no dejan de empujar al alza la edad de jubilación? ¿Vamos a hacer el esfuerzo de que lleguen hasta la universidad, a la vez carísima y empobrecida, para que luego sólo les queden las famosas tres salidas (por tierra, mar o aire)? ¿Qué clase de vida les espera cuando ya no estemos sus padres para apoyarlos económicamente?
Cuando agitan el miedo a PODEMOS, yo pienso en el otro temor, el que pavimenta el día a día de la política de mi país desde los recortes sociales de Zapatero en 2010: el pánico a los inversores. Son los mismos que no dudan en beneficiarse a base de, por ejemplo, exprimir a los trabajadores de Bangladesh o Indonesia aplicándoles condiciones laborales decimonónicas: explotación infantil, jornadas de catorce horas y salarios de pan mohoso, por no hablar de sus gastos sociales en salud y educación.
¿Alguien cree que los españoles les importamos mucho más que la gente que nos hace los zapatos y las camisetas? Los inversores son los que gobiernan entre bastidores, y sus representantes nos dicen todo el rato que vivimos por encima de nuestras posibilidades. Tienen claro nuestro destino y pretenden no dejarnos más alternativa que asumirlo. Nos empujan firmemente y ya va siendo hora de que nos demos media vuelta hacia la incertidumbre de un porvenir distinto, que da mucho miedo lo que se cuece al final del camino que, con certeza, nos han trazado.