Ahora mismo vivir en la Comunidad de Madrid es como ir en un vagón de metro y darte de bruces con una niñata racista e insolente hasta arriba de todo que te grita “panchita de mierda” solo por existir. El poder está pasado de rosca y promete hostias desde sus fuerzas de seguridad. El discurso de criminalización de las personas en pandemia ha pasado al siguiente nivel, sube la apuesta y dispara sobre los habituales. Ahora, a la aporofobia y al racismo de siempre le llaman confinamiento selectivo. Por eso han sacado a pasear otra vez al fantasma del extranjero, ese enemigo que en tanto ajeno los libra de ver la viga en el propio ojo.
En las últimas horas, Díaz Ayuso ha responsabilizado a la migración de su propia inoperancia para detener los contagios en la ya infectada Comunidad, que va como un tren a punto de descarrilar. Todo lo que sale de su boca es digno de una portada de La Razón. No ha dudado en calificar a los migrantes, incluso a los menores de edad, como “problemas aparejados al COVID”, junto a la okupación y a la delincuencia, no para pedir más médicos sino más policías para su chivo expiatorio. Necesita una coartada, fabricar peligros fake para ocultar el verdadero peligro que representa para todos su gestión. Y por eso ha culpado de los rebrotes a nuestro “modo de vida”. Léase “modo de vida” como la lucha de siempre por la supervivencia. Eso para algunos es suficiente para desenfundar el odio.
La novedad es que el habitual guion xenófobo y racista de la derecha española aplicada a este momento de vuelta al virus y precarización económica ha sido avalado por el presidente Sánchez en un encuentro en el que han sellado su pacto de colaboración, por si no quedara claro, con una fiesta de banderas, porque reforzar este orden basado en la exclusión es motivo para la gloria nacional. Mientras tanto, Podemos organiza una mani contra su propio co-gobierno.
El discurso de la autoridad madrileña ha supurado clasismo en su violenta referencia a “esa forma de vivir en el sur”, a propósito de la densidad de los municipios pobres y de clase trabajadora, como si fuera un capricho nuestro vivir hacinados en nuestros barrios o tener que salir a trabajar y no fuera a lo que nos empujan las políticas antiderechos del Partido Popular. Pastori Filigrana lo decía muy bien en Twitter: “L@s vecin@ del Sur de Madrid pueden ir al Norte a servir cervezas pero no a beberlas, a vender ropa pero no a comprarla, a limpiar un museo pero no a visitarlo”.
Pero quienes se hayan quedado solo con el clasismo del mensaje de Ayuso corren el riesgo de pasar por alto con quienes se regodean y se ensañan especialmente las nuevas normativas anti-COVID. Una pista: No son blancos. Y la segregación no es de hoy ni de ayer. Miles de personas en situación administrativa irregular se han quedado fuera de las medidas sociales pandémicas pese a ser las más excluidas.
Tampoco son aleatorios los controles policiales. Desengáñense. Esta mañana, en Puente Vallecas, varios testigos denunciaron que la policía solo pedía salvoconducto a “las latinas”, lo que contradice la sibilina declaración –que hiciera la propia presidenta a raíz de la agresión racista que cometieron unas adolescentes en el metro madrileño contra una pareja de ecuatorianos– de que “la integración hispanoamericana es una realidad”.
No, señora, la integración no es una realidad, es una fantasía suya. La segregación y el estigma sí que son una realidad. La gente que debe cruzar la ciudad en sus trenes llenos de racistas para ir a limpiar los baños de ustedes, con o sin virus, está muy lejos de estar integrada. Es más, se encuentra en pie de guerra contra el diario ejercicio de la violencia y el racismo institucional sobre sus vidas.