La portada de mañana
Acceder
Israel no da respiro a la población de Gaza mientras se dilatan las negociaciones
Los salarios más altos aportarán una “cuota de solidaridad” para pensiones
Opinión - Por el WhatsApp muere el pez. Por Isaac Rosa

‘Viejoven’, ‘juernes’, ‘trabacaciones’. La plaga de las palabras siamesas

Habitan entre nosotros y están por todas partes: en los anuncios de la tele, en la última canción de moda, en los titulares de las noticias, en el meme que te manda tu cuñado por WhatsApp. ‘Juernes’, ‘viejoven’, ‘trabacaciones’, ‘infoxicación’, ‘veroño’. Son blendings, palabras siamesas formadas a partir de la fusión de dos términos independientes. Probablemente, el fenómeno lingüístico más odioso de todos los tiempos y que no deja de crecer. Desde hace unos años, surgen blendings como champiñones y no hay mes en que no aterrice un nuevo producto o tendencia milenial con su blending colgado del brazo.

El último grito léxico en lo que a blendings se refiere es el de bautizar a las parejas mediante la fusión de los nombres de los dos integrantes de la pareja, como ‘Almaia’ (blending de Alfred+Amaia) y ‘Aiteda’ (Aitana+Cepeda), los nombres con los que los fans han bautizado a las parejas y shippeos surgidos de Operación Triunfo y que siguen la estela que sentaron otros precedentes lingüísticos del otro lado del charco como ‘Brangelina’ (Brad+Angelina) o ‘Mondler’ (Monica+Chandler).

Pero vayamos por partes: ¿qué tienen de particular los blendings? Al fin y al cabo, que dos palabras se unan bajo el sagrado lazo de la procreación léxica para dar lugar a un término nuevo no es ninguna novedad. ‘Pelirrojo’, ‘sacapuntas’, ‘tardofranquista’, ‘cantamañanas’. La formación de palabras a partir de la combinación de dos raíces resulta muy productiva en español y las palabras compuestas son moneda corriente en la lengua de todos los días. Lo que caracteriza a los blendings es que no se forman por simple combinación, sino que se forman fusionando a las bravas dos palabras de tal manera que el comienzo de una enlace con el final de la otra, truncándolas artificialmente e ignorando sus fronteras morfológicas naturales.

De por sí, no hay nada erróneo en los blendings, como no lo hay en nada que los hablantes ideen y usen. Como creación léxica, estas palabras resultan coloridas, simpaticonas y festivaleras. ‘Juernes’, ‘viejoven’ o la más añosa ‘dictablanda’ están prácticamente en el límite con el juego de palabras. Y ese es justamente el quid de la cuestión: en español, los blendings funcionan más bien como un divertimento y sus aspiraciones no suelen ir más allá del siempre disfrutable cachondeo léxico. Por eso mismo, los blendings propuestos con intención seria tienen pocas probabilidades de arraigar, quizá porque su fisonomía un tanto amorfa y estrafalaria dificulta que puedan dejar descendencia (uno de los rasgos que suelen garantizar la supervivencia de una palabra a largo plazo). ‘Electrolinera’ (formado de ‘electricidad’+’gasolinera’) es un ejemplo de malogrado intento de blending respetable que, aunque no ha muerto definitivamente, no acaba de conseguir que le tomen en serio y parece no tener mucho que hacer frente al más transparente y funcional ‘punto de recarga’. El escaso puñado de blendings serios que han conseguido hacerse un hueco permanente en nuestro vocabulario habitual no son en realidad blendings ‘made in la Hispanofonía’, sino que son adaptaciones o importaciones de blendings que se acuñaron originariamente en inglés (donde el blending es una estrategia productiva y habitual para formar palabras nuevas) y que nos trajimos en forma de préstamo, como ‘motel’ (nacido de ‘motorway’+’hotel’), ‘cíborg’ (de ‘cybernetics’+’organism’), o ‘biónico’ (de ‘biologic’+’electronic’).

A pesar del escaso arraigo que muestran este tipo de palabras en español, no dejan de surgir propuestas de blendings serios, provenientes fundamentalmente de la publicidad: los publicistas han encontrado en esta técnica un filón para acuñar palabros y no hay producto que se precie que no haya sido anunciado a bombo y platillo con su blending de rigor. Las sucursales bancarias anuncian como reclamo la digilosofía (‘digital’+’filosofía’), una cuña radiofónica canta las bondades del tranquiler (‘tranquilidad’+’alquiler’) y la última y sonada campaña de una conocida marca de charcutería giraba en torno al concepto de amodio, (‘amor’+’odio’, con la mala fortuna de que ‘amodio’ además significa ‘amor’ en euskera). Todo un despliegue de imaginación morfológica para vendernos chóped, o lo que haga falta.

Habrá que esperar para ver si alguna de estas propuestas artificiales arraiga y sobrevive a los tiempos. Mientras tanto, tendremos que seguir aguantando estoicamente el aluvión de blendings (o ‘aluviending’).