¡Viva la prensa libre e independiente!

Cristina Cifuentes va a dimitir. Hoy, mañana, pasado o un día de éstos. Ningún cálculo político de Ciudadanos puede ya evitarlo. Por tanto, y aunque habrá que seguir sus secuelas políticas y judiciales, este nuevo escándalo del PP pasará pronto a un segundo plano de la actualidad. Otras noticias serán a partir de ahora prioritarias. Como ya ha pasado otras muchas veces. Sólo que ahora en la escena se ha instalado con fuerza un nuevo elemento que va influir en todos los demás. La nueva prensa, libre e independiente, con este diario a su cabeza, es ya una protagonista principal del devenir político de este país. Y eso sí que es importante.

En la vida social, al igual que en la evolución de la naturaleza, los huecos son ocupados más pronto o más tarde. La nefasta deriva de los medios de comunicación que fueron banderas de la búsqueda de la verdad hacia posiciones que poco tenían que ver con ella había abierto un espacio que un día habría de rellenarse. Porque muchos españoles, mujeres y hombres, maduros, jóvenes y de mediana edad, así lo demandaban, porque una parte importante de la ciudadanía necesitaba una referencia alternativa al dominio casi total de una prensa doblegada al poder, político y económico

Ese hecho se ha producido en estos últimos días y sólo puede agrandarse y consolidarse en el futuro. De una manera casi heroica, un periódico como eldiario.es, que tiene menos de cien redactores, ha dado un golpe en el tablero informativo y político que puede inscribirse en los mejores momentos de la historia de esta profesión. Demostrando que el optimismo de la voluntad, las ganas de cumplir con las tareas que definen este oficio pueden a veces superar barreras aparentemente infranqueables.

La crónica española de los últimos años habría sido muy distinta si un periódico como éste, en el que tengo el privilegio de escribir, hubiera estado en condiciones de intervenir mucho antes de lo que ha podido hacerlo. Muchas de las mentiras oficiales que hoy siguen dictando el debate público habrían sido ya arrumbadas.

La primera, no por su importancia pero sí por su actualidad, la de la vocación reformista y de limpieza democrática de la aún hoy presidenta de la Comunidad de Madrid. Una enorme operación de propaganda tramposa, en la que cientos de periodistas “excelentes” estuvieron implicados, convirtió a Cristina Cifuentes en adalid de la regeneración de un PP asolado por la corrupción. Simplemente porque nadie de los que podían hacerlo se atrevió a decir que era imposible que una persona que durante cerca de 30 años había sido cuadro dirigente de ese partido no hubiera participado, por activa o por pasiva, en esa bacanal de corrupción y de abusos intolerables.

Primero eldiario.es, y luego El Confidencial, le han pillado en un renuncio que no es precisamente pequeño. Pero otros podrían haberlo hecho antes. Es seguro que más de uno de sus redactores denunció a sus jefes que sabían de turbiedades en la biografía de la señora Cifuentes. Pero, por lo que fuera, no les dejaron ir más allá.

No cabe esperar que nadie haga autocrítica de ese tipo de comportamientos. Pero a partir de ahora no va a ser tan fácil mirar para otro lado. El escándalo del máster es un hito tan significativo como el de los papeles de Luis Bárcenas. Sólo que ahora el PP y sus aliados carecen de recursos para dejarlo casi en la nada como ocurrió con ese referente.

La desvergüenza de la presidenta de la Comunidad de Madrid, y también su mediocridad política, han propinado al PP un golpe durísimo. Rajoy y los suyos no saben ya que decir, todas sus triquiñuelas se les han venido abajo a las pocas horas de haberlas ensayado. Nadie se atreve a defenderles, salvo sus paniaguados de más baja estofa, los que intuyen que les será difícil encontrar otro patrón al que venderse. En esas condiciones, hace falta mucha fe para creer que se va a cumplir el calendario electoral que se ha diseñado en La Moncloa, el de las municipales en 2019 y las generales al año siguiente.

Y más tras la sentencia del juez de Schleswig-Holstein. Que no solo ha dado al traste con otra de las engañifas del gobierno, la del delito de rebelión con violencia, sino que ha demostrado que Carles Puigdemont no huyó a Bélgica porque era un cobarde, sino porque quería internacionalizar el conflicto catalán. Y lo ha conseguido plenamente. Dejando en ridículo a Rajoy, a sus asesores y a sus jueces. Como ocurrió el 1-0, cuando aparecieron las urnas y las papeletas. O el 21-D, cuando los independentistas volvieron a ganar las elecciones.

Ningún poder mediático, por grande y articulado que sea, va a poder ocultar o deformar la realidad de la nueva dinámica que todas esas cosas van a abrir, en Madrid, en Catalunya y en toda España. Se abre un tiempo nuevo, para bien o para mal, aunque los datos del viejo van a seguir también muy presentes. No cabe hacer pronósticos sobre lo que puede pasar. Lo que sí es seguro, ahora sí, es que va a haber periodistas que contarán la verdad todos los días.