Qué día de gloria tuvo esa mente preclara del conservadurismo económico –fuera cual fuera– cuando se le ocurrió ese eslogan tan repetido de “han vivido ustedes por encima de sus posibilidades” que, desde el inicio de la crisis, está sirviendo de argumento para congelar o bajar pensiones, sueldos de los empleados públicos, salarios de los trabajadores de empresas privadas, recortar subsidios o reducir prestaciones sociales en sectores esenciales como la sanidad.
Los griegos fueron los primeros que escucharon la frasecita, con comentarios añadidos y humillantes sobre su escasa vocación por el trabajo, su tendencia a engañar en las cuentas –lo hizo su gobierno con la ayuda del banco Goldman Sachs– y su querencia por cobrar salarios y pensiones por encima de lo que se merecían. El criterio de cuánto merecían lo fijaron, claro, aquellos que han impuesto las reglas del austericidio y que, en buena medida, son los que generaron la crisis con su irresponsable juego del monopoly mundial.
La misma retahíla de descalificaciones –ciudadanos vagos y aprovechados– llegó después a Portugal, a Italia, a España. Ese discurso norte-sur tan peligroso, según el cual los del sur toman cañas o se echan la siesta con la tranquilidad de saber que hay otros en el norte que trabajan para mantenerles. Aquí incluso, esa derecha que rechaza un discurso similar de los nacionalistas catalanes sale aún hoy en defensa de los alemanes o los finlandeses que consideran a los ciudadanos del sur como una pandilla de vagos que viven a su costa.
Pero ahora el eslogan ha llegado a Francia. La segunda economía de Europa. Y lo ha hecho por boca del primer ministro socialista, Manuel Valls, que justifica la congelación de las pensiones, de los sueldos de los funcionarios y los recortes en la Sanidad publica en el mismo criterio impuesto por los conservadores, “no poemos seguir viviendo por encima de nuestras posibilidades”, dice. Ya lo advertía el socialdemócrata Tony Judt en su libro Algo va mal, escrito en 2010 poco antes de morir, cuando señalaba que sus correligionarios no acertaban a responder a quienes sostienen injustificadamente que el sistema del bienestar europeo es demasiado caro.
El caso es que mientras estos criterios perversos se extienden por Europa, ni la troika ni ninguno de los profetas del austericidio ha sido capaz de explicar –suponiendo si quiera les interese hacerlo– por qué los paganos de la crisis tienen que ser los pensionistas, los parados, los enfermos. Nadie explica si es que creen sinceramente que son esos los ciudadanos que han vivido por encima de sus posibilidades, cuando saben que la mayoría de ellos no han contribuido ni en un euro a colapsar los mercados financieros o los mercados inmobiliarios y, de rebote, a que se reduzca la recaudación fiscal de los estados que tienen todavía entre sus obligaciones pagar pensiones, subsidios e invertir en la salud pública.
Tampoco explican por qué se recortan las prestaciones, se aumenta la desigualdad social, se empieza a abandonar a la gente a su suerte, mientras no se toman medidas contra los que generaron esta situación, ni medidas para evitar que se reproduzca. Algo que por cierto prometieron hacer –allá por 2008– los mandatarios del G-20 que hablaban de regular los mercados financieros, de controlar las agencias de rating, de acabar con los paraísos fiscales cuando no, directamente, de refundar el capitalismo. El capitalismo se está refundando, sí, pero sobre los mismos criterios que primaron en su nacimiento. Bajos salarios, nulas prestaciones y grandes beneficios.