Sin vivienda

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La vivienda es uno de los tres problemas que más afectan personalmente a los españoles, según el último barómetro del CIS. Creo que la organización que dirige Tezanos acierta en esto. Compruebo que la dificultad, casi imposibilidad, de acceso a la compra o alquiler de una vivienda mínimamente decente ocupa buena parte de mis conversaciones con familiares, vecinos y amigos.

Ocupa, por supuesto, las conversaciones con mis hijas y la gente de su generación. Al acabar sus estudios, los españoles de menos de 35 años se encontraron, en primer lugar, con el problema de conseguir un puesto de trabajo estable y razonablemente remunerado. Eran los años 2010, el tiempo de la Gran Recesión, y, por más diplomas universitarios que tuvieran, por más lenguas extranjeras que hablaran, los millennials apenas podían aspirar a un curro precario y mal pagado. Pero, bueno, esto ha ido quedando atrás. Ahora buena parte de esa generación tiene empleo fijo y va consiguiendo aumentos de sueldo.

Lo siento, señor Feijóo, pero el apocalipsis económico que usted auguraba por la mera presencia de Sánchez en la Moncloa, no se ha producido. Ahora el problema de la generación de mis hijas es otro: no pueden tener su propio piso. La letra de una hipoteca o el recibo de un alquiler les supone la mitad o más de su salario mensual si viven en una ciudad mediana o grande.

Y aquí es donde el problema de la vivienda entra en las conversaciones de mi generación, los de más de 60 años, los baby boomers. Resulta que nuestros hijos y nuestras hijas se ven obligados a seguir viviendo en nuestras casas. Ellos quieren emanciparse, faltaría más. Quieren tener su propia cueva, pero, incluso disponiendo de una nómina aceptable, apenas pueden llegar a pagarse una habitación en un piso compartido, o sea, la situación del estudiante.

Empujado por la tabarra, justa y necesaria, de Unidas Podemos, Pedro Sánchez incluyó la vivienda en sus prioridades políticas al final de la anterior legislatura. Hubo unas semanas de la primavera de 2023 en que habló mucho de este tema… pero ahora parece haberlo olvidado. Le abruman, sin duda, otros asuntos, pero creo que haría mal en dar por imposible la búsqueda de soluciones, por limitadas y a medio y largo plazo que sean, a uno de los grandes temas de conversación de los españoles.

La generación de mis padres consiguió acceder a la compra de viviendas -generalmente feas, mediocres y suburbiales- entre los años 1950 y 1970. Fue una de las políticas que el franquismo impulsó para garantizarse cierta paz social, y lo contó muy bien la película El pisito, con guion de Rafael Azcona y dirección de Marco Ferreri. En cuanto a mi generación, al calor de la bonanza económica vinculada a nuestro ingreso en Europa, también pudo comprar en el último tramo del siglo XX. Tanto en el caso de nuestros padres como en el propio, el precio de un piso equivalía a tres o cuatro años de salario íntegro. Ahora es el doble.

Cuando Zapatero ganó las elecciones de 2004, ya se habían producido un par de booms inmobiliarios que habían convertido el acceso a la vivienda en una tarea de Sísifo para los jóvenes de entonces. Solucionarlo fue una de sus promesas de campaña y, de hecho, intentó cumplirla durante un tiempo. Pero terminó arrojando la toalla. ¿Recuerdan las “soluciones habitacionales” de la ministra Trujillo? Pues bien, ahora los 25 metros cuadrados ofrecidos por Trujillo son un sueño que en Madrid puede costar 200.000 euros.

En mis conversaciones con jóvenes y veteranos, nos hacemos preguntas. ¿No puede el Gobierno de España establecer una regulación mínima de los pisos turísticos de obligado cumplimiento para todos los ayuntamientos? ¿No puede impulsar a los grandes propietarios a sacar a la venta el parque existente de viviendas vacías? ¿No puede acordar un gran programa de construcción de viviendas sociales con comunidades autónomas, ayuntamientos, constructores y bancos? Eso sí que sería un pacto de Estado de los buenos.

Nada de todo eso nos parece comunismo a mis interlocutores y a mí. Nos parece más bien un intento de aplicación del artículo 47 de la Constitución Española, que declara que todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y atribuye a los poderes públicos la obligación de promover las condiciones necesarias para hacer efectivo este derecho. ¿O es que la Constitución la redactaron Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao Zedong?

La inacción condena a los millennials, la generación Z y las siguientes a ser “los sin vivienda”. En peores condiciones en esta materia que sus padres y sus abuelos. Me atrevo a preguntarles a las señoras y los señores de nuestras derechas: ¿cómo van a tener hijos y formar familias en estas condiciones?