183 votos, en 1979; 186 votos, en 1981; 207 votos, en 1982; 184 votos, en 1986; 176 votos, en 1989; 181 votos, en 1993; 176 votos, en 1996; 202 votos, en 2000; 183 votos, en 2004; 164 votos, en 2008 y 187 votos, en 2011. Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Datos y nombres que reflejan las mayorías que unos y otros necesitaron obtener en el Congreso de los Diputados para gobernar España. Se observan mayorías absolutas contundentes como las que obtuvo el PSOE en 1982 y 1986 o las del PP en 2000 y 2011. También han habido mayorías conformadas unas semanas después de la cita electoral: Felipe González en 1993 y José María Aznar en 1996 necesitaron el apoyo del PNV y CIU. Por su parte, en 2004, José Luis Rodríguez Zaparatero tuvo que sumar a sus diputados los de ERC, IU, BNG y la Chunta Aragonesista; sin embargo, en 2008, prefirió ser elegido presidente, en segunda vuelta, con solo 164 diputados y gobernar sin mayoría recurriendo a una «geometría variable» de acuerdos políticos.
Este recordatorio de lo que ha sido nuestra historia de investiduras presidenciales y conformaciones de gobierno, nos permite poner el acento en dos aspectos que, a nuestro juicio, resultan significativos para analizar el momento político actual. El primero tiene que ver con la irrelevancia con la que tradicionalmente ha transcurrido la función constitucional del Rey consistente en administrar 'el encargo de formar gobierno' a un candidato que los propios resultados electorales ya predeterminaban —sin margen para el error— como presidenciable. El segundo de los aspectos está relacionado con el escaso interés que despertaba la sesión de investidura de candidatos que, o bien contaban ya con mayorías suficientes, o dichas mayorías eran el resultado de acuerdos articulados en términos de concesiones de despacho y no de pactos sobre los que hay que rendir cuentas.
Por lo que se refiere al primero de los elementos señalados, no pretendemos reconocer un poder en el Jefe del Estado que la Constitución no le atribuye, pero sí creemos oportuno abordar un análisis prospectivo para intentar anticipar qué ocurrirá si la sesión de investidura de Pedro Sánchez concluye el viernes, como todo parece indicar, sin éxito. El tema exigirá entonces determinar si el Rey inicia una nueva ronda de contactos y, en el caso de que lo haga, si el encargo debe recaer nuevamente en quien hasta ahora acredita un esfuerzo por sumar a los apoyos propios los de otras fuerzas parlamentarias, aunque la suma no alcance para superar una investidura; o si, por el contrario, el encargo se ha de otorgar a quien acredita unos resultados electorales mejores, aunque no pueda aportar más apoyo que el que proceda de sus propias filas políticas. Me inclino por pensar que para salvaguardar la función moderadora del Rey y mientras Pedro Sánchez no renuncie al encargo inicialmente ofrecido, éste seguirá manteniendo la iniciativa. Corresponderá, entonces, al presidente del Congreso determinar, eso sí, una fecha en la que se pueda celebrar una nueva sesión de investidura, con tiempo para engendrar nuevos pactos o engordar los hasta ahora apalabrados.
El segundo de los aspectos sobre los que queríamos atraer la atención del lector está relacionado con el alto valor y significado político que adquiere la sesión de investidura cuando quien se somete a ella ni cuenta con un resultado electoral determinante, ni ha logrado el apoyo suficiente para conformar una opción de gobierno viable. En un sistema parlamentario fragmentado como el nuestro, el candidato solicitará la confianza de los diputados presentando como potencial programa de gobierno un 'lugar de encuentro' en el que se dan cita aspiraciones e iniciativas procedentes de distintas fuerzas políticas. Esa iniciativa será, sin duda, su fortaleza. Por el contrario, aquellos políticos que persistan en promesas electorales propias y formuladas en términos inflexibles son un verdadero obstáculo. Resulta urgente, por tanto, confiar en quienes son capaces de escuchar, de convencer, de aceptar, de incorporar y de transigir, sin que este modo de entender la gobernabilidad pueda ser desacreditado como ejemplo de renuncia, claudicación o traición.
Dicen que fue el presidente Abraham Lincoln el que afirmó que casi todos podemos soportar la adversidad, pero para poner a prueba de verdad el carácter de un hombre, previamente habría que darle 'el poder'. Bien puede afirmarse que Pedro Sánchez ha soportado unas dosis considerables de adversidad en su trayectoria política hasta llegar a la sesión de investidura. De hecho, a la vez que sorteaba conatos de rebelión en el marco de su partido, ha tenido que gestionar unos resultados electorales pírricos que no le han impedido, sin embargo, asumir con ciertas dosis de audacia el encargo de vertebrar apoyos para ganarse una confianza que no ha obtenido en primera vuelta, ni probablemente tampoco logrará en un segundo intento. Para obtener 'el poder' que Lincoln señalaba como la prueba del verdadero carácter de un hombre, quizás sea imprescindible desandar parte del camino transitado como estrategia para llegar con éxito a destino. ¡Quién lo sabe!. Nuevo encargo, nuevos pactos, nueva sesión de investidura…