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Cuando el amor no es amor...

Antonio García Gómez

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Y sí contención, disimulo, miedo, confianza a ciegas, qué otro remedio, por ver si el “mirlo” no escapa definitivamente, o te da una paliza, o termina asesinándote porque “o se la habrá de comer los gusanos antes que los cristianos”, pero “a uno no se le tiene por qué escapar la inocente que cayó en usa redes”. Porque él lo vale y que aguante la tonta… enamorada.

Cuando el amor no es amor, y sí es incapacidad absoluta de amar y respetar.

Ayer coincidí con una joven conocida, una joven de 29 años, dulce, encantadora, risueña, capaz y con muchos proyectos en su cabeza, al menos según lo que me comentaba hacía unos meses.

Pero yo noté que cierta sombra anegaba su mirada limpia, y la pregunté que si la sucedía algo, y ella, como si lo necesitara soltar con urgencia, me confesó que: “Es que se había peleado con su pareja”. Cierto capillita, según me había contado ella con anterioridad, que se perdía por todos los acontecimientos religiosos, de procesiones a visitas a las imágenes más conocidas, se suponía que con unción de fe muy entregada a la causa, aunque todos los fines de semana “necesitaba” airearse en motos por donde decidiera.

Insistí un poco más y me confesó casi sin necesidad de intentar indagar secretos inconfesables, que “ya era la cuarta vez que se había peleado”, y es que según parecía el muchacho iba un poco a su aire, sobre todo en el verano, cuando “desaparecía”, porque lo necesitaba, con sus amigachos, porque él necesitaba “liberarse” de ataduras y obligaciones o devociones sentimentales, porque al muchacho en ciernes, ya adulto, le gustaba la juerga festival y estival, hasta bien entrado el otoño cuando regresaba a la calidez del amor en pareja, con terneza de mustio cabestro, de vuelta al pesebre, con su amor de toda la vida, casi de niños, sin otras apreturas que las de pasear bajo la glauca luz del invierno meridional.

Pero, había resultado que mi joven amiga se había hartado, y “se había peleado por cuarta vez”, sin que yo tuviera esperanza en que esta fuera la definitiva, a la vez que yo le expresaba mi conseja de viejo algo de vuelta de algunas cosas que solo esperaba que fuera, efectivamente y por su bien, la última vez, sin opción a la “revisión del caso, las explicaciones, las excusas”, salvo que quisiera seguir siendo la tonta guapa del mozo ariscado de necesidades festivaleras, de a tiempo completo, en la ebullición de un verano tórrido, concurrido y festero, año tras año, con la presa reservada en casa, a buen recaudo. Fue una conversación triste y creo que nada extraordinaria, ante estos nuevos y viejos casos de amor mal entendidos, tan laxos para el hombrecito con necesidades, tan exigente para la muchacha encargada de aguardar ausencias de sus machos encabronados de falta de empatía, respeto y, por supuesto, de amor. El cuento del amor mal entendido.

Y sí contención, disimulo, miedo, confianza a ciegas, qué otro remedio, por ver si el “mirlo” no escapa definitivamente, o te da una paliza, o termina asesinándote porque “o se la habrá de comer los gusanos antes que los cristianos”, pero “a uno no se le tiene por qué escapar la inocente que cayó en usa redes”. Porque él lo vale y que aguante la tonta… enamorada.

Cuando el amor no es amor, y sí es incapacidad absoluta de amar y respetar.