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El Ayusismo avanza, que no nos coja por sorpresa
Sus constantes salidas de tono, declaraciones deslabazadas, mentiras y tonterías, nos tienen encandilados. Quienes no damos crédito a sus charlotadas y nos mostramos indignados por el nivel de desfachatez al que es capaz de llegar, estamos, no obstante, pendientes de lo que dice. Cuando aparece en los medios prestamos atención, aunque solo sea para ver qué nuevo dislate suelta.
En este estado de permanente asombro, no nos damos cuenta de que hay otra parte de la ciudadanía que presta atención por lo contrario. Les gusta su estilo, su desenfadada habilidad para mentir y para siempre encontrar la manera de culpar de cualquier problema a sus adversarios. Y lo que más les gusta es que todo ello indigne, escandalice y hastíe hasta el punto que lo hace. Eso les encanta.
De esta manera, su presencia en los medios es constante, porque da audiencia, porque genera tráfico. Su nombre hace las veces de click bait.
Se convierte así, poco a poco, en líder de la derecha y la extrema derecha. Que sus estupideces sean verdad o no carece de importancia; lo relevante es que sean difundidas y que molesten, cuanto más mejor, a quienes tienen que molestar. Todas esas patrañas construyen un muro tras el que luchar en la guerra cultural que la derecha plantea contra el progresismo y sus dogmas aparentemente inevitables. Y tras ese muro, además, las cuestiones morales desaparecen, se superan, con lo que se puede dar rienda suelta al odio, la ira, la ignorancia y el resentimiento que generan las palmarias desigualdades que soporta la sociedad.
Sumergidos en esa realidad paralela, más allá del imperio de la verdad, se generan adhesiones inquebrantables, fundadas en una suerte de fe ciega. Para estas huestes de incondicionales las mentiras pasan a ser las verdades que los rojos, progres, buenistas y comunistas no quieren escuchar. Da igual lo que diga el líder, lo importante es que soliviante a esos que miran siempre por encima del hombro desde la superioridad moral.
Podría parecer que se está describiendo a Donald Trump, pero no, es a Isabel Díaz Ayuso a quien se refieren estas líneas.
Adaptado a la realidad e idiosincrasia patrias, con esos ramalazos clasistas propios del señorito español de toda la vida, su discurso, diseñado por Miguel Ángel Rodríguez y la FAES, va creando un personaje a imagen y semejanza del ya expresidente de Estados Unidos. Sus técnicas son calcadas y sus logros cada vez más cercanos.
Ya está, junto a Núñez Feijoo, en todas las quinielas para suceder a Pablo Casado al frente del PP. Sus fieles y, por lo que dicen las encuestas, sus potenciales votantes crecen sin parar, y no solo en Madrid. Los medios que consumen los votantes de la derecha ensalzan a la presidenta madrileña cada vez de forma más empalagosa y, por supuesto, acrítica. Todo lo hace bien, aunque sea evidente que lo hace mal. Y es que si en algo no falla Ayuso es al defender los intereses de las élites económicas, para quienes toda la distracción que supone el constante circo que tiene montado es sumamente beneficiosa. La gente está entretenida con todas estas tonterías mientras en Madrid se siguen bajando impuestos a las rentas altas y se propician negocios redondos con dinero público como el innecesario hospital Isabel Zendal.
Puede que nos cueste creerlo, que nos parezca imposible, una locura, pero esta mujer, adaptación del trumpismo a nuestra realidad, asciende sin freno. De hecho, con su destreza para la mentira y para culpar a sus adversarios de sus propios errores, seguramente sea capaz de recuperar para el PP a muchos votantes de VOX, desde luego muchos más que el inconsistente Casado. Y esto es importantísimo para ellos. Es muy posible que acabe liderando la derecha española y por tanto, puede llegar a presidir el gobierno del estado.
Si esto ocurre, los mismos que hoy nos reímos de sus payasadas nos lamentaremos. Puede que acaben renegando de ella hasta sus colegas de partido, como ahora hacen muchos republicanos que han apoyado a Trump durante cuatro años en cualquiera de sus iniciativas por dañina que fuera. Pero entre tanto hará mucho daño, de eso no hay duda. Ya lo está haciendo.
Esta película ya la hemos visto, aunque a distancia, y sabemos que no acaba bien. Estados Unidos es un país profundamente dividido, más preocupado hoy por grupos internos de conspiranoicos armados crecidos a la sombra de Trump que por el terrorismo internacional. En Washington un grupo de estos fieles acólitos llegó a asaltar el Capitolio. Es inquietante imaginar hasta dónde podrían llegar en España. También inquieta preguntarse si en este país será capaz de pararles o no.
Sus constantes salidas de tono, declaraciones deslabazadas, mentiras y tonterías, nos tienen encandilados. Quienes no damos crédito a sus charlotadas y nos mostramos indignados por el nivel de desfachatez al que es capaz de llegar, estamos, no obstante, pendientes de lo que dice. Cuando aparece en los medios prestamos atención, aunque solo sea para ver qué nuevo dislate suelta.
En este estado de permanente asombro, no nos damos cuenta de que hay otra parte de la ciudadanía que presta atención por lo contrario. Les gusta su estilo, su desenfadada habilidad para mentir y para siempre encontrar la manera de culpar de cualquier problema a sus adversarios. Y lo que más les gusta es que todo ello indigne, escandalice y hastíe hasta el punto que lo hace. Eso les encanta.