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Cafarnaúm o la putada de haber nacido

Marcelo Noboa

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Hay imágenes y películas que te sacuden. Las que tienen que ver con el horror que el ser humano es capaz de infligir a otro ser humano te sacuden más. La historia de la humanidad, por desgracia, está llena de esos horrores y el siglo XX con sus totalitarismos y campos de exterminios nazis, nos hicieron cuestionar nuestra condición humana. Theodoro Adorno tristemente se lamentaría, “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”

Los informativos nos sirven en vivo y en directo, minuto a minuto, las tragedias eternas, la del penúltimo capítulo del exterminio judío sobre el pueblo palestino, los dramas personales o familiares que subyacen detrás de las tragedias. La foto de Aylan (el cadáver del niño recogido en una playa del mar Egeo en el 2012) agitó la conciencia de Europa y nos dejó sin aliento...

El cine, el buen cine, es capaz de contarnos las tragedias humanas que subyacen en el submundo del tercer mundo. Es lo que ocurre con la impresionante película que la directora libanesa, Nadine Labaki, nos cuenta en “Cafarnaúm” (2018). Es uno de los retratos más angustiosos sobre la infancia sin futuro que puebla nuestro mundo. Muchas veces a pocos kilómetros de nuestros cómodos hogares (como ocurre en la Cañada Real de Madrid), en las zonas en conflicto (la franja de Gaza), en las interminables guerras, en India, Irak o en cualquier suburbio del tercer mundo.

El arranque de la película es verdaderamente insólito e impactante. Te desarma, te deja desnudo y hasta sin respiración. Un niño de 12 años, Zayn, (aparenta 10) se encuentra denunciando en un juicio, a sus padres “por haberle engendrado, por haberle traído al mundo”. Ni los padres, presentes en el juicio como acusados, conocen la edad de su hijo. El protagonista es uno más de los ocho hijos de la pareja que sobreviven gracias a la pericia de Zayn que se desenvuelve entre la sordidez de las chabolas que todavía quedan en pie después de tanto bombardeo histórico.

El drama se desarrolla en Beirut (pero podría ser cualquier otra parte del mundo). Te incomoda el inicio, porque te prepara para ser testigo del sufrimiento extremo e insoportable. Todo es sórdido, los padres se dedican a follar, beber y fumar en el interior de la chabola, mientras los niños, entre la suciedad y el hacinamiento malviven. Zayn, siempre está despierto oyendo las embestidas sexuales de sus padres y maquinando como sobrevivir él y sus hermanos al día siguiente.

La cámara de Nadine Labaki, se limita acompañar al protagonista en su recorrido vital. Especialmente conmovedoras son las secuencias en las que Zayn, tras descubrir que su hermana mayor acaba de tener su primer sangrado menstrual, decide ocultar los signos de la menarquia, para evitar que sus padres la vendan a un comerciante de la zona. Son escenas que te emocionan y hacen inevitable soltar una lágrima. Es el amor fraternal que se abre camino entre tanta sordidez, pero que no logra evitar la muerte de la hermana desangrada por su “dueño sexual” cedido por los padres y que Zayn terminaría acuchillándolo en un arrebato de furia incontrolable. El juez le pregunta, “¿apuñalaste tú al marido de tu hermana?”. “Sí, apuñalé a un hijo de perra”

El azar le lleva a juntarse con otra víctima del desarraigo, una inmigrante que tiene un hijo, Yonas. Zayn se hará cargo del mismo, mientras la madre trabaja. Son los momentos más relajantes de la película porque el niño (que todavía no sabe andar) aporta el valor de la inocencia, de la ternura.

En medio de todo ello, se cuela el drama de la inmigración. Especialmente mujeres que llegan de otros submundos, son hacinadas en “centros” de retención, junto a cárceles que recogen los despojos del sistema y en los que se incluyen los “reformatorios” para menores que en nada se diferencian de la sordidez de las cárceles del tercer mundo.

Este es el escenario en el que se mueve el niño/protagonista con una interpretación impresionante, que a su directora le valió para obtener el premio del jurado del Festival de Canes y la candidatura al Oscar a mejor película extranjera. Durante las dos horas largas de metraje, no conseguimos ni una leve sonrisa de su protagonista. Da la impresión de que jamás tuvo la oportunidad de sonreír. Sólo al final, una foto para obtener el pasaporte que le facilitará su salida del país, consigue arrancarle una sonrisa. Descubrimos otro Zayn, el de la liberación, el de la esperanza. Descubrimos que es un niño hermoso.

Hay imágenes y películas que te sacuden. Las que tienen que ver con el horror que el ser humano es capaz de infligir a otro ser humano te sacuden más. La historia de la humanidad, por desgracia, está llena de esos horrores y el siglo XX con sus totalitarismos y campos de exterminios nazis, nos hicieron cuestionar nuestra condición humana. Theodoro Adorno tristemente se lamentaría, “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”

Los informativos nos sirven en vivo y en directo, minuto a minuto, las tragedias eternas, la del penúltimo capítulo del exterminio judío sobre el pueblo palestino, los dramas personales o familiares que subyacen detrás de las tragedias. La foto de Aylan (el cadáver del niño recogido en una playa del mar Egeo en el 2012) agitó la conciencia de Europa y nos dejó sin aliento...