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Chapoteando en el fango
No tengo twitter. Nunca lo he tenido. Hace unos años (antes de jubilarme), cuando se empezó a instalar entre el personal una especie de euforia por abrir una cuenta en esta “red social”, una profesora compañera mía de la universidad me inquirió/preguntó, ¿no tienes twitter? No, le contesté. Porque soy incapaz de reflejar mi pensamiento o lo que pretendo manifestar, en 140 caracteres (me cuentan que se ha ampliado a 280). Estoy chapado a la antigua.
Por entonces, todavía no se había convertido twitter en el fango en el que chapotea el personal, encantado de haberse conocido. Habíamos aceptado acríticamente las condiciones que se nos imponía para entrar en el club global de la reducción del pensamiento. Hay que reconocer que hay verdaderos “maestros” en el oficio (lo digo con envidia) que son capaces de producir hilaridad global con menos de 140 caracteres, pero la gran mayoría parece que han entrado en un bucle del que no hay manera de salir.
Llevamos meses hablando de las andanzas de uno de los “gurús” del “sueño americano” (el pelotazo de toda la vida, en castizo), Elon Musk, cuya última aportación, su última vuelta de tuerca al “american dreams” ha sido incorporar el trumpismo a los negocios. Ha entrado como elefante en una cacharrería al emporio de twitter, blandeando la bandera de la “libertad”, al más puro estilo trumpista. Nada de poner barreras a la libertad de expresión, ¿Qué es esto de censurar los insultos, la zafiedad, las agresiones…? ¿Qué es eso de impedir que fluya libremente las fake news (los bulos de toda la vida)? Para ello no había mejor muestra que presentarse como el liberador de América, el liberador global, dando un golpe de efecto, liberando a Trump de la mordaza que los anteriores propietarios de twitter le habían impuesto. ¡Viva la libertad!
Hace unos días leía en un periódico local un panegírico que el autor dedicaba a este personaje, en el mismo, destacaba como valores su “desgraciada” infancia, su espíritu de lucha y sus comienzos “empresariales” hasta alcanzar su multimillonaria riqueza. La verdad, no sé por qué lo leí, suelo huir de este tipo de artículos que no me aportan nada ni contribuyen a despejar los oscuros vericuetos por los que transitan los “negocios” (pelotazos) y la política de los “hombres hechos a sí mismos” en la “tierra de las oportunidades”, cuyos últimos especímenes son Trump y Musk y su lugar común es el fango, donde chapotean, encantados de haberse conocido.
Se dice que hay 1,3 billones de cuentas de twitter en el mundo, de las cuales sólo (¡!) 300 millones son usuarios activos diarios y se publican cada día 500 tweets y cientos de anunciantes/empresarios, algunos de los cuales han decidido abandonar el fango como medida de presión para que Musk no siga por ese camino. Es una lucha de “modelos” empresariales. Es una lucha entre milmillonarios hechos a sí mismos, mientras el personal global (salvo algunas excepciones) continúa chapoteando en el fango y continuarán, incluso pagando, como ya ha ordenado el gran jefe.
No pretendo ser fundamentalistas en estas cosas. Entiendo perfectamente que las nuevas tecnologías, los nuevos instrumentos de comunicación no sólo han venido para quedarse, sino que contribuyen notablemente a facilitar el trabajo de periodistas, comunicadores, difusores de cultura, profesores… y de todo aquel que pretenda llegar al mayor número de gente en el menor tiempo posible. Pero cuantitativamente son los menos, la gran mayoría retozan en el fango a la espera de memes que den sentido a sus vidas. Decía hace poco el escritor y humorista, Edu Galán, (Mongolia) en una entrevista: “el problema de twitter es que una mañana se te ocurra escribir, ”buenos días“ y recibas como respuesta, ”!gilipollas!“
¡Ala, a seguir engrosando las arcas del trumpista, Elon Musk!
No tengo twitter. Nunca lo he tenido. Hace unos años (antes de jubilarme), cuando se empezó a instalar entre el personal una especie de euforia por abrir una cuenta en esta “red social”, una profesora compañera mía de la universidad me inquirió/preguntó, ¿no tienes twitter? No, le contesté. Porque soy incapaz de reflejar mi pensamiento o lo que pretendo manifestar, en 140 caracteres (me cuentan que se ha ampliado a 280). Estoy chapado a la antigua.
Por entonces, todavía no se había convertido twitter en el fango en el que chapotea el personal, encantado de haberse conocido. Habíamos aceptado acríticamente las condiciones que se nos imponía para entrar en el club global de la reducción del pensamiento. Hay que reconocer que hay verdaderos “maestros” en el oficio (lo digo con envidia) que son capaces de producir hilaridad global con menos de 140 caracteres, pero la gran mayoría parece que han entrado en un bucle del que no hay manera de salir.