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Consentimiento deformado
En multitud de ocasiones, previamente a la realización de un procedimiento médico se nos solicita que firmemos un papel llamado consentimiento informado. Frecuentemente primero se nos pide que lo firmemos, es decir, que otorguemos nuestro consentimiento, y luego nos dicen que nos leamos el papelito de marras, ya sea en la sala de espera de la consulta o más tarde en casa. Posteriormente, cuando leemos el papelito nos enteramos de en qué consiste el procedimiento al que nos van a someter y los posibles riesgos a los que nos exponemos. El procedimiento se llama consentimiento informado, pero primero damos el consentimiento, “firmamos,” y luego ya si eso, nos enteramos de qué nos van a hacer. El consentimiento informado sin embargo requiere lo contrario: que primero nos informemos tan exhaustivamente como consideremos necesario con la ayuda del profesional sanitario involucrado y posteriormente firmemos el consentimiento. Cuando por los motivos que sea tenemos acceso a la información después de firmar, y no antes como debería ser, lo que se obtiene es un consentimiento deformado, que cubre legalmente al personal sanitario, pero deviene en un paternalismo sanitario del estilo “si yo que soy su doctor le recomiendo este procedimiento, Vd. hágame caso” y no respeta el derecho a la información del paciente, porque, ¿qué pasa si después de leer la información facilitada tengo alguna duda, necesito información adicional o simplemente no entiendo los términos en los que se facilita la información? Además, las preguntas sobre los procedimientos médicos no son siempre bien recibidas por los profesionales. Recientemente mi médico especialista ha solicitado que me hagan una resonancia magnética nuclear con gadolinio. Después de que la enfermera me pidiese que firmara el consentimiento, cuando le he preguntado al especialista por la posible toxicidad renal por gadolinio me ha contestado que todos los fármacos tienen efectos secundarios y que incluso una simple aspirina puede provocar una úlcera de estómago. Solo le faltó decirme que al salir del ambulatorio podría atropellarme un autobús. Esta forma de actuar infantiliza la cacareada relación médico-paciente, impidiendo que el paciente manifieste sus dudas y temores, rebajando en definitiva la calidad asistencial. Si, como es posible, detrás de la RMN viene una cirugía no quiero estar en manos de un señor que considera que darme explicaciones sobre su trabajo es una pérdida de tiempo.
En multitud de ocasiones, previamente a la realización de un procedimiento médico se nos solicita que firmemos un papel llamado consentimiento informado. Frecuentemente primero se nos pide que lo firmemos, es decir, que otorguemos nuestro consentimiento, y luego nos dicen que nos leamos el papelito de marras, ya sea en la sala de espera de la consulta o más tarde en casa. Posteriormente, cuando leemos el papelito nos enteramos de en qué consiste el procedimiento al que nos van a someter y los posibles riesgos a los que nos exponemos. El procedimiento se llama consentimiento informado, pero primero damos el consentimiento, “firmamos,” y luego ya si eso, nos enteramos de qué nos van a hacer. El consentimiento informado sin embargo requiere lo contrario: que primero nos informemos tan exhaustivamente como consideremos necesario con la ayuda del profesional sanitario involucrado y posteriormente firmemos el consentimiento. Cuando por los motivos que sea tenemos acceso a la información después de firmar, y no antes como debería ser, lo que se obtiene es un consentimiento deformado, que cubre legalmente al personal sanitario, pero deviene en un paternalismo sanitario del estilo “si yo que soy su doctor le recomiendo este procedimiento, Vd. hágame caso” y no respeta el derecho a la información del paciente, porque, ¿qué pasa si después de leer la información facilitada tengo alguna duda, necesito información adicional o simplemente no entiendo los términos en los que se facilita la información? Además, las preguntas sobre los procedimientos médicos no son siempre bien recibidas por los profesionales. Recientemente mi médico especialista ha solicitado que me hagan una resonancia magnética nuclear con gadolinio. Después de que la enfermera me pidiese que firmara el consentimiento, cuando le he preguntado al especialista por la posible toxicidad renal por gadolinio me ha contestado que todos los fármacos tienen efectos secundarios y que incluso una simple aspirina puede provocar una úlcera de estómago. Solo le faltó decirme que al salir del ambulatorio podría atropellarme un autobús. Esta forma de actuar infantiliza la cacareada relación médico-paciente, impidiendo que el paciente manifieste sus dudas y temores, rebajando en definitiva la calidad asistencial. Si, como es posible, detrás de la RMN viene una cirugía no quiero estar en manos de un señor que considera que darme explicaciones sobre su trabajo es una pérdida de tiempo.