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¿Cuánta democracia puede consentir la unidad de España?

Domingo Sanz | socio de elDiario.es

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El título parece mentira, pero los autoritarios están volviendo a la carga. Es un hecho que se repite en España cuando la democracia, sea mejor o peor, aguanta demasiado tiempo.

Esta vez lo hacen dando “órdenes” en forma de sentencias que asustan, siempre blindados desde un poder judicial lleno de soberbia porque hace muchos años que los políticos les doran la píldora para poder pedirles que les saquen las castañas del fuego, incapaces como son de convencer lo bastante, o de negociar y pactar.

Pero ya no están de moda dictaduras o dictablandas sobre montañas de muertos. Por eso, su plan es recortar la democracia sin cambiar las leyes porque, desde que acabó el bipartidismo, las mayorías parlamentarias han subido de precio. Además, corregir los excesos convertidos en leyes resulta incómodo, véanse los más de tres años que la Ley Mordaza lleva molestando.

El resultado final es un amontonamiento de normas y jurisprudencias del que, en ocasiones, nacen aberraciones. Por eso, una experta en tribunales como Beni nos ha confiado lo que le dijo un magistrado “de los que prestigiaban las puñetas”:

“Cuando un argumento aparentemente sesudo y complejo en Derecho lleve a soluciones absurdas, lo mejor que hace un buen jurista es repasar la línea argumental porque seguro que es errónea.”

Por el contrario, los tribunales decisivos prefieren jugar con el margen que les proporciona el “amontonamiento” y envuelven sus sentencias con frases que, a veces, incluyen críticas a los políticos por “no hacer” su trabajo. Encima, cachondeo, en lugar de archivar ciertas demandas para que sus criticados tengan que trabajar.

Y sus fiestas las pagamos nosotros, como en el caso de Serrano Contreras, de Córdoba. España ha sido condenada porque el Supremo hace trampas para no cumplir una sentencia del TEDH. Es decir, nuestros jueces no respetan las sentencias de los tribunales superiores a ellos, pero exigen que nosotros respetemos las suyas.

Mientras tanto, recorta la democracia el TC cuando condena por debatir sobre la Monarquía en un Parlamento autonómico, o cuando declara inconstitucional un Estado de Alarma para atajar una pandemia que estaba provocando cientos de muertes cada día.

Y también recorta democracia un TS que indemniza con 50 € a un policía al que le han dado una patada de la que tardó un solo día en curar y, en cambio, a quien presuntamente golpeó con tanta “violencia”, le quitan su escaño en el Congreso.

No pueden extrañarnos las olas de tinta que se están escribiendo sobre Rodríguez, de UP, la víctima del tándem Batet/Marchena. Yo tampoco he podido evitarlo, y por duplicado.

Mientras escribía sobre “convivencias” a raíz de lo de Otegui y las víctimas de ETA, no pude evitar referirme a la sentencia contra Rodríguez que rompió la “convivencia” entre el poder judicial y el parlamentario.

Eso ocurrió la semana pasada, pero ésta, y una vez reconstruida la entente entre Congreso y Supremo tras “matar” al canario, me pongo a escribir sobre democracia y unidad de España y me entero de que ha roto con Podemos y que no volverá a partidos de ámbito estatal. Para quienes no sepan traducir su decisión, ha contratado los servicios de Boye, el abogado que lleva años triunfando por Europa en defensa de Puigdemont. Y como ha presentado cautelares ante el TC, puede que Batet y Marchena se tengan que tragar el abuso que han compartido y, de paso, se abra una nueva grieta entre dos altos tribunales.

Por si la intención de debilitar la unidad de España del ya ex diputado no fuera un hecho aislado, decido comprobar cómo ha evolucionado, en las urnas menos españolistas, la ecuación “unidad de España-democracia” a lo largo de más de cuatro décadas.

En Galicia, los votos de los nacionalistas han pasado de menos del 10% a casi el 24%.

En Euzkadi, el 54,7% que sumaban los del PNV más HB en 1980 se ha convertido en el 67%, ahora con EH Bildu.

Y en Catalunya, del 36,7% de la ERC más CiU (que solo era autonomista) en 1980, se ha pasado al 52% de ERC, más JxCat y la CUP.

Es la democracia, “amigos”, y estoy empezando a pensar, menuda paradoja, que deben tener razón los que dicen que la nuestra es buena. De lo contrario, los Marchena y compañía no dedicarían ni un minuto a acorralar al poder parlamentario, tan “peligrosamente” democrático que nace de unas urnas que hasta podrían “votar mal”, en frase ya clásica de alguien que no merece más publicidad.

Y, si las tuvieran todas consigo los del viejo bipartidismo, tampoco se habrían puesto de acuerdo Sánchez y Casado para asegurar, renovadas, las mismas mayorías autoritarias en el TC y el T. Cuentas.

¿Se imagina usted viviendo en una casa en la que hubiera una habitación años y años cerrada, sin ventanas, a la que nunca hubiera entrado, tal como en 1962 no podían salir de la mansión los habitantes de “El ángel exterminador”?

Esa habitación que da miedo y que no deja dormir a la democracia, aunque sí duerman algunos demócratas, se llama “unidad de España”.

El título parece mentira, pero los autoritarios están volviendo a la carga. Es un hecho que se repite en España cuando la democracia, sea mejor o peor, aguanta demasiado tiempo.

Esta vez lo hacen dando “órdenes” en forma de sentencias que asustan, siempre blindados desde un poder judicial lleno de soberbia porque hace muchos años que los políticos les doran la píldora para poder pedirles que les saquen las castañas del fuego, incapaces como son de convencer lo bastante, o de negociar y pactar.