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GreenComp; si la sostenibilidad pudiese ser trayectoria evolutiva
Dicen que el problema vino con la globalización, pero barrunto que antes. La globalización de las mercancías trajo a la par el concepto desarrollo sostenible. La idea, dispersa por su falta de concreción universal, por las desigualdades que provocó queriendo aminorar, es un oxímoron. Esta palabra de génesis griega tiene una virtualidad equívoca: entrelaza agudeza y estupidez. En algún lugar leí que desarrollo sostenible era una tontería ingeniosa inventada por el poder económico para engañarnos.
El mundo actual es una pléyade de desigualdades. Este conjunto está dominado por la especie humana, que se diría lista y a la vez estúpida. Se lo hace ver una y otra vez la gente de la ciencia. Si fuese lista para ver un probable porvenir oscuro, no cometería estupideces que lo ahoguen. Esa distopía ha sido vista por los órganos gobernantes de la Unión Europea; aunque muchas veces quieran escribir recto y nosotros solo apreciemos renglones torcidos. ¿Será porque “las grandes empresas capturan a los gobiernos y reguladores para que las protejan” como denunciaba Juan Torres en eldiario.es del 9 de abril?
Vamos a conceder a la UE por esta vez una intención verdadera superior. Entre sus múltiples documentos socioambientales destaca GreenComp. Marco europeo de competencias para la sostenibilidad. Este mapa/proyecto de vida podría plantearse como una hipótesis por comprobar. Su finalidad principal sería conseguir, mediante alianzas, vías de aprendizaje para hacer competentes a gobernantes y gobernados, en un desempeño diario que ha sido manipulado y ha perdido su esencia. La sostenibilidad sería un espacio mental, impregnaría la cultura colectiva; nada fácil. Dentro de ella o en sus cercanías chocan muchas sensibilidades, intereses y desaires; bastantes incredulidades en sí misma y por venir de la UE. Pero a pesar de que sus incógnitas, por encima de ellas, debe primar el compromiso colectivo, bien sea por creencia o por temor a la no supervivencia personal o colectiva.
A pesar de sus detractores, incluso de los incrédulos positivos que prefieren esperar a ver cómo funciona en la vida real, supone un viaje emocional; sería una fábula posible para no dar el mundo por perdido. En principio es un símbolo teñido de verde, que seguiría la moda recuperadora de la autoestima tras tantos desastres cometidos por la mala gobernanza. Detrás del verde viene el “comp”. En nuestra interpretación quiere aludir tanto a competencia como a su adquisición o desenvolvimiento en compañía. Ambas palabras/ideas, quizás dudosas, pueden ser también un mecanismo evolutivo en este ya bien entrado siglo XXI; el reino de las incertezas y de los acontecimientos fulgurantes. En nuestra hipótesis positiva, competencia es una cualidad de lucha que atesoran quienes quieren conseguir algo, pero además “en compañía de, junto a”. Además, en su etimología, competencia viaja en el pensamiento entre dos acciones mentales distintas: competer y competir. La primera es incumbencia, un pensamiento o acción que compete, individual y colectivamente a todos nosotros; la segunda es la puesta en marcha de acciones para alcanzar un logro. Se podría decir que para que se cumpla la hipótesis, todas las naciones y personas entran en competición de sostenibilidad consigo mismas. Algo posible si media la credibilidad generada por una pedagogía sólida, construida a base de alianzas.
Invitamos a todos, crédulos de sostenibilidad o negacionistas, a una lectura, mejor inmersión mental, en GreenComp. Acaso encuentren el verdadero sentido de la sostenibilidad, sean capaces de limpiarle las adherencias que ahora tiene en la cultura global, agrandadas por (des)intereses comerciales o políticos. El documento habla de las limitaciones del viaje consumista, anima a entenderse uno mismo sobre si su realidad cotidiana logra encarnar la sostenibilidad; nos pregunta si cada cual asume su complejidad. Y más aún, invita a imaginar futuros sostenibles para otras generaciones. Ahora mismo con demasiados interrogantes que han aportado las emergencias climáticas, las crecientes desigualdades, los mundos no compartidos, etc. En fin, dejémonos guiar por GreenComp en la búsqueda de la asunción del símbolo que significa habitar un planeta global. Sin duda una hipótesis de largo recorrido evolutivo, de trayectoria sinuosa, pero también un halo de esperanza en este mundo de incertezas.
Dicen que el problema vino con la globalización, pero barrunto que antes. La globalización de las mercancías trajo a la par el concepto desarrollo sostenible. La idea, dispersa por su falta de concreción universal, por las desigualdades que provocó queriendo aminorar, es un oxímoron. Esta palabra de génesis griega tiene una virtualidad equívoca: entrelaza agudeza y estupidez. En algún lugar leí que desarrollo sostenible era una tontería ingeniosa inventada por el poder económico para engañarnos.
El mundo actual es una pléyade de desigualdades. Este conjunto está dominado por la especie humana, que se diría lista y a la vez estúpida. Se lo hace ver una y otra vez la gente de la ciencia. Si fuese lista para ver un probable porvenir oscuro, no cometería estupideces que lo ahoguen. Esa distopía ha sido vista por los órganos gobernantes de la Unión Europea; aunque muchas veces quieran escribir recto y nosotros solo apreciemos renglones torcidos. ¿Será porque “las grandes empresas capturan a los gobiernos y reguladores para que las protejan” como denunciaba Juan Torres en eldiario.es del 9 de abril?