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Luces y decadencia en Madrid

Paco Ochoa

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Tarde de paseo por el centro de Madrid. Mes de enero y un frío “tonto”, suave, de esos que, al disfrazarte de “niño calle” durante el momento en el que el sol agoniza y sale la luna, da para un resfriado.

Mi tarea es simple: busco unas botas de fútbol y entiendo que en el centro de la capital madre de la libertad y del neoliberalismo español encontraré múltiples ofertas, ya que este modelo económico favorece la competencia libre y la bajada de precios, al menos eso decían nuestros libros de texto del instituto… Visto lo visto, estaban incompletos o tendrían algún sesgo ideológico de una mano invisible (quién sabe si la editorial o el grupo de comunicación al que pertenecía dicha editorial).

Tarde de odisea en Madrid.

Entre la odisea de luces del vagón del metro, sobresale un señor de pelo cano y no más de setenta años, apoyado sobre la funda de una viola. Pasa desapercibido, invisible ante unos pasajeros que parecen inmersos en la mente de un José Saramago que prepara un Ensayo sobre la ceguera adaptado a 2023, en la que sus ciudadanos/as, afectados por una epidemia digital, no son capaces de ver sus caras en lugares públicos.

Escondido ya el sol, se instala en las arterias que circulan desde Tirso de Molina hasta llegar a Sol una borrasca de luces artificiales que barre mi vista, calándome la idea de buscar mis zapatillas y adentrándome en un arenal de escaparates iluminados que me conduce a una tempestad de tiendas hasta emerger en la cresta de la gran ola que suponen las plantas altas de El Corte Inglés o Adidas, previa caminata por Gran Vía, infectadas de luces frías de grillos chillonas mal ambientadas de sonidos de un supuesto apoyo de la grada que me enfervoriza al tiempo que subo las escaleras a comprar mis chuteras, que diría un boliviano… pero, ya no es como antes: 90, 120, 154 euros… apenas hay cinco modelos y el par más barato son 78 euros.

Vuestro modelo económico es un fracaso.

Finalmente, desisto de mis botines y rompo con mi compra desde esta cresta de la ola que, entre las espumas de luces antinaturales que me abruman, con sus canciones comerciales y ruidos extraños, al romper me sumerge en ese Madrid real y original en el que acabo encontrando las luces en sus rincones oscuros, donde se esconden los clásicos y decido gastar finalmente mi dinero.

Boca del metro de Sevilla. Un sexteto de cuerdas interpreta Vivaldi. Me alegra ver al señor del metro con la viola desenfundada, iluminando acústicamente la capital bajo unos pequeños focos en uno de los edificios de la zona.

Librería callejera en Arenal. Entre maderas y papeles, decenas de clásicos iluminan este lugar recóndito. Adquiero “La caza del meteoro”, de Julio Verne, y “Las olas”, de Virginia Wolf. Es lo que tienen la sabiduría de los clásicos, que lo que cuentan hace décadas o siglos se vuelve a repetir. ¿Y si ese meteoro fuera la borrasca de luces madrileñas, o las olas esa barrida de tiendas con precios de tempestad que me ha llevado a este lugar para conocer estos libros?

Librería “Traficantes de sueño”. Compro la revista de La marea. Suele dar “luz” a las historias invisibilizadas y a las oscuras artimañas que utilizan compañías energéticas generadoras de luz para maximizar sus beneficios.

Bar “La Carpa”, en Tirso de Molina. Un café con leche. La última vez que pasé andaban de “ruidos buenos” Joaquín Sabina, Jorge Drexler y Leonor Watling. Por si aparecen hoy, me hace ilusión pensarlo.

Allá donde se cruzan los caminos

Donde el mar no se puede concebir

Donde regresa siempre el fugitivo

Pongamos que hablo de Madrid

Tarde de paseo por el centro de Madrid. Mes de enero y un frío “tonto”, suave, de esos que, al disfrazarte de “niño calle” durante el momento en el que el sol agoniza y sale la luna, da para un resfriado.

Mi tarea es simple: busco unas botas de fútbol y entiendo que en el centro de la capital madre de la libertad y del neoliberalismo español encontraré múltiples ofertas, ya que este modelo económico favorece la competencia libre y la bajada de precios, al menos eso decían nuestros libros de texto del instituto… Visto lo visto, estaban incompletos o tendrían algún sesgo ideológico de una mano invisible (quién sabe si la editorial o el grupo de comunicación al que pertenecía dicha editorial).