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Los másteres
Sentada en mi sillón, en una tarde aburrida de sábado y con una taza de té en la mano, pienso en la cantidad de másteres que podía tener y no tengo. A saber:
Recuerdo haber recibido un curso de alifato árabe, en mi casa, por parte de un profesor egipcio. No lo he registrado en ninguna parte, con lo exótico que me hubiera quedado anotarme un máster por la Universidad de El Cairo.
También, allá por los noventa, me matriculé en filosofía por la UNED; aprobé cuatro asignaturas y lo dejé. Tampoco hice figurar en ningún sitio ninguna licenciatura, con lo bien que me hubiera venido para haber trabajado en el ayuntamiento de mi pueblo.
Recuerdo que mi madre me apuntó, cuando tenía quince años, a un curso de corte y confección que dejé a los dos meses porque la aguja y yo nunca hicimos migas. Ya siento no haber presumido de Estudios Superiores en Moda Fashion Week.
Todo esto y mucho más que estudié me hubiera valido, a lo mejor, para haber llegado hoy a ser Presidenta de alguna Comunidad española, concejal de algún ayuntamiento, diputada en las Cortes y para muchos otros oficios en la vida pública; y así no quedarme en lo que soy: una kelly que se pasa el día haciendo habitaciones de hotel por dos mierdosos euros que no me van a dar ni para un triste masaje de espalda.
Sentada en mi sillón, en una tarde aburrida de sábado y con una taza de té en la mano, pienso en la cantidad de másteres que podía tener y no tengo. A saber:
Recuerdo haber recibido un curso de alifato árabe, en mi casa, por parte de un profesor egipcio. No lo he registrado en ninguna parte, con lo exótico que me hubiera quedado anotarme un máster por la Universidad de El Cairo.