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Nieva sobre mojado
Mucho se habló durante el confinamiento de que la COVID-19 nos había puesto en nuestro lugar como especie, se habló de que había que priorizar la salud y nos quedamos en casa para protegernos y proteger a los demás. Luego vinieron los equilibrios para salvar la economía, esta economía nuestra de bares y turismo de la que se expulsó a muchos integrantes de una generación formada que requería puestos de trabajo acordes y que no fuimos capaces de darles un futuro en su propio país. Pero en pleno repunte de casos e instalados en lo que nadie oculta ya como tercera ola nos viene una gran nevada. Un aviso de temporal, reiterado y actualizado desde hace días, que los que tienen que vigilar estas cosas han calificado como de nivel rojo en la Comunidad de Madrid y otras zonas del centro de España ¿y qué hacemos nosotros? Nada. Los gobiernos de distinto tipo nos aseguran que todo está listo y todos los medios disponibles ¿la gestión podría ser mejor? Seguro, pero no voy a eso.
Como sociedad, como individuos que formamos parte de ella, deberíamos hacernos una pregunta ¿a dónde iba toda esa gente que se ha quedado atrapada en sus coches a partir de las siete de la tarde? ¿no habían oído las predicciones? Siempre hay despistados a los que nada parece afectarlos y que no alteran su día a día por nada ni por nadie (los hemos visto en pleno confinamiento por la calle tan tranquilos) pero quizá otra pregunta que habría que hacerse es ¿qué aviso o tragedia es necesaria para poder mandar a casa a un toda esa gente con trabajos no esenciales (comercios, oficinas), para suspender el transporte urbano por carretera (autobuses, taxis), para en definitiva tomarse en serio un aviso de nivel rojo? Mucha gente se ha quedado tirada yendo a trabajos esenciales, policías, sanitarios, bomberos, pero ¿de verdad era tan imprescindible mantener comercios, oficinas, bares abiertos esa tarde en la que se sabía lo que iba a pasar?
¡La economía, hay que salvar la economía! ¿Cuánto va a costar rescatar a toda esa gente? No somos capaces de mirar más allá de nuestras narices. Los empresarios que mantienen a su gente trabajando aún con avisos de nivel rojo y una administración cuyo único mantra es la libertad, que en este caso es una forma retórica de decir que cada uno haga lo que le parezca a mi no me miréis, podrían haber tomado la decisión de cerrarlo todo a mediodía ¿Por qué cuesta tanto tomar estas decisiones? Plataformas de reparto a domicilio o grandes almacenes han cerrado a lo largo de la tarde, pero en ese momento sus trabajadores ya habrán tenido problemas para llegar a casa colapsando las calles y carreteras ya impracticables, sabiendo lo que estaba ocurriendo (empezó a nevar por la mañana) habría que haber tomado esas decisiones mucho antes.
La COVID-19 ya dejó la sensación de vivir en una sociedad adolescente que no es capaz de afrontar los problemas comunes y no quiere creer en los avisos, que no ve el peligro mientras no nos afecte de forma individual, donde hay una gran falta de empatía y donde muchos de sus individuos se creen inexpugnables en su individualidad (en el fondo es una escenificación de puro y duro egoísmo), una sociedad que prioriza el hoy aunque ese hoy complique y comprometa el mañana. Una sociedad en la cada uno de nosotros como individuos parecemos no tener responsabilidades porque nos hemos preocupado de tener siempre a alguien a quién echar la culpa (si no me obligan a quedarme en casa en nivel rojo la culpa es de los políticos, si mi hijo no va a clase pero no soy capaz de hablar con él la culpa es del instituto). Estamos en una época en la que siempre buscamos culpables para todo en vez de pensar qué podíamos haber hecho nosotros.
Somos como ese hámster que no para de correr dentro de una rueda y que no sabe que puede parar, que a veces hay que parar, que no podemos medir nuestras vidas en euros y que la rentabilidad no es el único factor importante y que como individuos tenemos responsabilidades con respecto a la sociedad, porque la sociedad somos nosotros, ni más ni menos.
Mucho se habló durante el confinamiento de que la COVID-19 nos había puesto en nuestro lugar como especie, se habló de que había que priorizar la salud y nos quedamos en casa para protegernos y proteger a los demás. Luego vinieron los equilibrios para salvar la economía, esta economía nuestra de bares y turismo de la que se expulsó a muchos integrantes de una generación formada que requería puestos de trabajo acordes y que no fuimos capaces de darles un futuro en su propio país. Pero en pleno repunte de casos e instalados en lo que nadie oculta ya como tercera ola nos viene una gran nevada. Un aviso de temporal, reiterado y actualizado desde hace días, que los que tienen que vigilar estas cosas han calificado como de nivel rojo en la Comunidad de Madrid y otras zonas del centro de España ¿y qué hacemos nosotros? Nada. Los gobiernos de distinto tipo nos aseguran que todo está listo y todos los medios disponibles ¿la gestión podría ser mejor? Seguro, pero no voy a eso.
Como sociedad, como individuos que formamos parte de ella, deberíamos hacernos una pregunta ¿a dónde iba toda esa gente que se ha quedado atrapada en sus coches a partir de las siete de la tarde? ¿no habían oído las predicciones? Siempre hay despistados a los que nada parece afectarlos y que no alteran su día a día por nada ni por nadie (los hemos visto en pleno confinamiento por la calle tan tranquilos) pero quizá otra pregunta que habría que hacerse es ¿qué aviso o tragedia es necesaria para poder mandar a casa a un toda esa gente con trabajos no esenciales (comercios, oficinas), para suspender el transporte urbano por carretera (autobuses, taxis), para en definitiva tomarse en serio un aviso de nivel rojo? Mucha gente se ha quedado tirada yendo a trabajos esenciales, policías, sanitarios, bomberos, pero ¿de verdad era tan imprescindible mantener comercios, oficinas, bares abiertos esa tarde en la que se sabía lo que iba a pasar?