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No hace falta esperar más. El metaverso ya está aquí

David Perezagua

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Como buen millennial, recuerdo con cierta nostalgia cuando me sentaba con mi familia a ver álbumes de fotos de cuando mi hermano y yo éramos pequeños. O incluso de cuando no existíamos. De alguna manera en esas fotos uno podía acceder a otra realidad, una que ya no estaba ocurriendo, pero que había ocurrido.

Un par de décadas después tengo un dispositivo que me permite compartir fotos, texto, audio, sonidos… y subirlos a “la nube”. A través de ciertos sensores, lentes y micrófonos, este dispositivo es capaz de captar la realidad que perciben mis sentidos y subirla a la web, siempre bajo mis indicaciones y gestos táctiles (estos últimos no se registran on-line, sino que quedan reservados para manejar el dispositivo). Además, allí puedo interactuar con otras personas. Pues bien, lo que quiero compartir es la sensación que, apunto de comenzar el 2024, esto me genera: que de alguna manera existe otra realidad a la que accedo a través de un dispositivo. O dicho de otra forma: que ya existe el metaverso.

Si lo pienso dos veces, sé que esta sensación tiene parte del “momento histórico” que me ha tocado vivir. Al fin y al cabo, ¿no he estudiado la historia que ciertas personas quisieron escribir? O ¿no permite la escritura modificar la realidad y transformarla en otra? Siendo la respuesta afirmativa, aún así considero que hay algo nuevo que sí que permite afirmar que el metaverso, entendido como una realidad paralela en la que podemos “habitar”, ya existe. A continuación intento reflexionar sobre si esto es verdad y por qué.

La primera cualidad del metaverso que permite adjetivar como realidad es la simultaneidad, en el sentido de que prácticamente puedo modificar el metaverso tan rápido como modifico la realidad: puedo comunicarme con una amiga y ver a otras personas hablando sobre política al instante o, al menos, a una velocidad muy similar a la que lo hago en esta realidad. La segunda característica del metaverso que me parece digna de mención es la universalidad, lo que implica que en tanto en cuanto hoy en día todo el mundo tiene un dispositivo, todos estamos en esa otra realidad (algo que también ocurre en esta). La tercera, la individualidad, ya que tengo libertad para hacer con mi yo lo que quiera. Igual que en esta realidad, en el metaverso convivimos individuos.

Sin embargo, el metaverso no es igual que la realidad en la que habita mi cuerpo. Por definición en “allí” mis sentidos están limitados al dispositivo a través del cual accedo a ella. Otra gran diferencia es que en el metaverso el tiempo no es igual: allí puedo acceder al pasado tal y como ocurrió en esa otra realidad (o sea que puedo escuchar la conversación entre dos personas tal y como se subió por primera vez). Esta es una de las principales diferencias entre ambas realidades: cómo el yo que habita en cada una de ellas accede al “pasado”.

Otra cosa que hace al metaverso distinto es la capacidad que tengo en él de escoger lo que dice o hace mi otro yo. No lleva tanto esfuerzo y es mucho más fácil fingir lo que de verdad siento y pienso (pero, ¿no será que es que en el fondo mi yo de la otra realidad vive y siente cosas distintas? Al menos eso es lo que imagino que pensarán los otros yoes que interactúan con mi yo del metaverso).

Es verdad que para que él fuera completamente real tendría que no depender de mí. Sin embargo la obligación que tenemos hoy en día de mover a ese otro yo me hace pensar que sí, que ese otro yo, por mucho que dependa de mí para interactuar con otros yoes, existe. Porque, ya en el 2024, si no tengo identidad en el metaverso… ¿cómo accedo a ofertas laborales?¿cómo comparto lo que siento y pienso?O… ¿cómo consigo un hinchador para la bicicleta? En efecto, el estilo de vida dependiente del metaverso que hemos adoptado en esta realidad me obliga a tener un yo en la otra, lo cuál termina por hacerla tangible y real.

No quiero terminar argumentando, porque un sentimiento (al menos en esta realidad) no tiene sentido justificarlo. Y lo que siento es que cada vez el yo de la otra realidad es más grande. Más importante. Que poco a poco empiezo a estar a su servicio, o mejor dicho, que vivir en ese yo en la otra realidad es cada vez más fácil y necesario. En definitiva, que, de alguna manera, estoy empezando a vivir allí. En una realidad con otros códigos, otras leyes, otras posibilidades, pero una otra realidad al fin y al cabo.

Y mi pregunta es: ¿quiero vivir allí?

Como buen millennial, recuerdo con cierta nostalgia cuando me sentaba con mi familia a ver álbumes de fotos de cuando mi hermano y yo éramos pequeños. O incluso de cuando no existíamos. De alguna manera en esas fotos uno podía acceder a otra realidad, una que ya no estaba ocurriendo, pero que había ocurrido.

Un par de décadas después tengo un dispositivo que me permite compartir fotos, texto, audio, sonidos… y subirlos a “la nube”. A través de ciertos sensores, lentes y micrófonos, este dispositivo es capaz de captar la realidad que perciben mis sentidos y subirla a la web, siempre bajo mis indicaciones y gestos táctiles (estos últimos no se registran on-line, sino que quedan reservados para manejar el dispositivo). Además, allí puedo interactuar con otras personas. Pues bien, lo que quiero compartir es la sensación que, apunto de comenzar el 2024, esto me genera: que de alguna manera existe otra realidad a la que accedo a través de un dispositivo. O dicho de otra forma: que ya existe el metaverso.