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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

No hablo sin mascarilla

Blanca Lizarbe Serra | socia de elDiario.es

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Salgo de patinar sobre hielo con mis hijos, mascarilla en boca y cogida de sus manos, en la pista del Palacio de Hielo de Madrid. De camino al coche, que está en el parking del mismo centro comercial, atravieso tumultos de gente en la zona de ocio, y observo las terrazas interiores llenas de gente sonriente, sentada en sus mesas disfrutando de sus bebidas y comidas. Me quedo un poco en shock, hace tiempo que no me encontraba en algo parecido a una aglomeración. Y se me queda esta imagen en la cabeza durante ya casi una semana. Se me queda porque mis hijos tienen que hacer fila en el exterior del colegio para guardar la distancia de seguridad con otros grupos de convivencia. Se me queda porque cada uno hace fila en una puerta distinta para guardar la distancia de seguridad con otros grupos de convivencia. Con la mascarilla puesta, claro. Se me queda porque en clase les obligan a guardar distancia interpersonal y a no compartir material escolar (con la mascarilla puesta). Porque están con ventilación cruzada (y oída atascada). Se me queda porque en el recreo hay cintas y vallas de separación entre niveles para guardar la distancia de seguridad con otros grupos de convivencia, y si a mi hijo se olvida la riñonera en clase, no puede quitarse la mascarilla. Se me queda porque en el comedor escolar tienen mamparas de separación individual, y carteles enormes en las paredes donde leen: NO HABLO SIN MASCARILLA. Se me queda a mí la imagen comparativa, pero es a ellos, a ellos quien les queda esta desmedida situación de una enfermedad que en indiscutible gran medida solo les pasa rozando. Ya está bien, por favor.

Salgo de patinar sobre hielo con mis hijos, mascarilla en boca y cogida de sus manos, en la pista del Palacio de Hielo de Madrid. De camino al coche, que está en el parking del mismo centro comercial, atravieso tumultos de gente en la zona de ocio, y observo las terrazas interiores llenas de gente sonriente, sentada en sus mesas disfrutando de sus bebidas y comidas. Me quedo un poco en shock, hace tiempo que no me encontraba en algo parecido a una aglomeración. Y se me queda esta imagen en la cabeza durante ya casi una semana. Se me queda porque mis hijos tienen que hacer fila en el exterior del colegio para guardar la distancia de seguridad con otros grupos de convivencia. Se me queda porque cada uno hace fila en una puerta distinta para guardar la distancia de seguridad con otros grupos de convivencia. Con la mascarilla puesta, claro. Se me queda porque en clase les obligan a guardar distancia interpersonal y a no compartir material escolar (con la mascarilla puesta). Porque están con ventilación cruzada (y oída atascada). Se me queda porque en el recreo hay cintas y vallas de separación entre niveles para guardar la distancia de seguridad con otros grupos de convivencia, y si a mi hijo se olvida la riñonera en clase, no puede quitarse la mascarilla. Se me queda porque en el comedor escolar tienen mamparas de separación individual, y carteles enormes en las paredes donde leen: NO HABLO SIN MASCARILLA. Se me queda a mí la imagen comparativa, pero es a ellos, a ellos quien les queda esta desmedida situación de una enfermedad que en indiscutible gran medida solo les pasa rozando. Ya está bien, por favor.