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Preguntas antiguas sin respuestas
Hace ya tiempo, cuando Internet era todavía una realidad en ciernes para la mayoría de las personas en cuanto a sus enormes posibilidades de acceso a la información, acuñándose el famoso eslogan de la “sociedad de la Información”, hubo personas que ya vislumbraron entonces algunos problemas que no eran estrictamente tecnológicos funcionales, a pesar de que estos eran de los que más se hablaban al ser los que interesaban a las empresas tecnológicas que eran las que marcaban los límites y contenidos del debate. Uno de esos problemas, no estrictamente tecnológico funcional, venía motivado por esa gran capacidad de acceso a la información de unos seres, los humanos, que pueden estar perfectamente desinformados tanto cuando les faltan datos como cuando estos datos les ahogan por exceso.
Esto último generó una preocupación que se concretó en dos preguntas muy simples y muy obvias: ¿Cómo sabré dónde está la verdad y la falsedad de ese aluvión de información al que podré acceder y cómo buscarlas? y ¿Cómo sabré qué información es libre, honesta, no sesgada y en definitiva de una calidad intelectual razonable y cómo buscarla? Las grandes tecnológicas haciéndose eco, a su manera, de ese problema buscaron soluciones que facilitasen su búsqueda por internet. El problema lo resolvieron, aparentemente, de forma muy sencilla mediante métodos tecnológicos que se plasmaron en diferentes aplicaciones y algoritmos que facilitaban la labor a la hora de buscar una información concreta. Pero esas soluciones técnicas que tanto ayudaron a centrar las búsquedas en la red, no daban respuesta satisfactoria a las dos preguntas anteriormente formuladas, es más, algunos pensaron y piensan que el problema, precisamente debido a esos buscadores se agravó aún más, pues en el fondo esos algoritmos de búsqueda, autentica infraestructura de persuasión industrializada, más que ayudar lo que hacen es manipular y dirigir sus búsquedas con un afán lucrativo, publicitario, de control y con sesgos ideológicos muy cuestionables.
A día de hoy, esas dos preguntas continúan aún sin respuestas y lo peor no es eso, sino que parece, al observar el aluvión de banalidades, manipulaciones y falsedades que campan por la red bajo diferentes ámbitos de actuación en forma de redes sociales y nuevos liderazgos que se crean en torno a ellas, que a pocas personas le siguen interesando esas antiguas preguntas aun sin respuesta.
Cuando algunos “ingenuos” siguen insistiendo en la necesidad de alfabetizar digitalmente a la ciudadanía entendido esto de forma amplia y generalizada para todo el mundo y particularmente a los más jóvenes, están pensando precisamente en provocar una reflexión colectiva, entre otras cosas, sobre esas antiguas preguntas sin respuestas. Es evidente que la opción formativa y de educación por la que se está optando, que es la que se impone desde las grandes tecnológicas, está basada fundamentalmente en propiciar habilidades de manejo de los diferentes artefactos Hw y Sw sin preocuparse por impulsar una ética basada en la responsabilidad y respeto hacia el entorno humano y no humano sobre el que inciden y afectan.
No deja de ser curioso el orgullo mal disimulado con que se habla de la facilidad que tienen los nativos digitales, desde una corta edad, en el manejo de estas nuevas herramientas. Al tiempo, nos enteramos que entre los ejecutivos, ingenieros, físicos, matemáticos, etc., que trabajan en Silicon Valley, cuna de estas nuevas herramientas, en la educación de sus hijos no entran los artefactos digitales y les limitan su uso, incluso en su vida cotidiana, hasta que no cumplen una edad donde se supone que su capacidad de discernir está más consolidada y madura, propiciando de esta manera, en primer lugar, la utilización del pensamiento y la reflexión de una forma más sosegada y probablemente más fructífera, apoyándose en herramientas tan “trasnochadas” como el lápiz, el libro y el papel.
Una alfabetización digital mínimamente rigurosa debe dar respuestas a las dos preguntas anteriores, cosa que no pretende este artículo. Solo señalar que buscar fuentes rigurosas y fiables de información es algo más, y más laborioso que utilizar un buscador de los muchos que se ofrecen por Internet, se llamen Chrome, Bing, etc., es una labor personal a la que hay que dedicarle tiempo y esfuerzo, porque informarse cuesta y es algo más que un simple clic de ratón.
A modo de ejemplo cabría decir que si alguien quiere informarse de manera seria y rigurosa sobre qué es y cuáles son las formas más eficaces de protegerse contra la Pandemia actual lo lógico es recurrir a la web de un hospital de reconocido y acreditado prestigio en el tratamiento de este tipo de patologías, antes que acudir a una web, que por cierto hay unas cuantas, de grupos antivacunas. O si se quiere saber algo de los agujeros negros lo lógico es acudir a un departamento de cosmología física de una universidad de prestigio en esta rama del saber antes que acudir a una web de algún terraplanista.
Internet es una poderosa y valiosa herramienta para la información y el conocimiento, a condición de que el rigor, la sensatez, el control y la visión social la pongamos nosotros.
Hace ya tiempo, cuando Internet era todavía una realidad en ciernes para la mayoría de las personas en cuanto a sus enormes posibilidades de acceso a la información, acuñándose el famoso eslogan de la “sociedad de la Información”, hubo personas que ya vislumbraron entonces algunos problemas que no eran estrictamente tecnológicos funcionales, a pesar de que estos eran de los que más se hablaban al ser los que interesaban a las empresas tecnológicas que eran las que marcaban los límites y contenidos del debate. Uno de esos problemas, no estrictamente tecnológico funcional, venía motivado por esa gran capacidad de acceso a la información de unos seres, los humanos, que pueden estar perfectamente desinformados tanto cuando les faltan datos como cuando estos datos les ahogan por exceso.
Esto último generó una preocupación que se concretó en dos preguntas muy simples y muy obvias: ¿Cómo sabré dónde está la verdad y la falsedad de ese aluvión de información al que podré acceder y cómo buscarlas? y ¿Cómo sabré qué información es libre, honesta, no sesgada y en definitiva de una calidad intelectual razonable y cómo buscarla? Las grandes tecnológicas haciéndose eco, a su manera, de ese problema buscaron soluciones que facilitasen su búsqueda por internet. El problema lo resolvieron, aparentemente, de forma muy sencilla mediante métodos tecnológicos que se plasmaron en diferentes aplicaciones y algoritmos que facilitaban la labor a la hora de buscar una información concreta. Pero esas soluciones técnicas que tanto ayudaron a centrar las búsquedas en la red, no daban respuesta satisfactoria a las dos preguntas anteriormente formuladas, es más, algunos pensaron y piensan que el problema, precisamente debido a esos buscadores se agravó aún más, pues en el fondo esos algoritmos de búsqueda, autentica infraestructura de persuasión industrializada, más que ayudar lo que hacen es manipular y dirigir sus búsquedas con un afán lucrativo, publicitario, de control y con sesgos ideológicos muy cuestionables.