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No todo saldrá bien

Santiago Rodríguez

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Desde que la pandemia llegó a nuestro país y nos vimos confinados, algunos ciudadanos han tomado una serie de iniciativas encomiables. La más destacada fue la convocatoria para aplaudir todos los días desde nuestras casas, como muestra de agradecimiento y solidaridad, a todas las personas que están en primera línea luchando contra esta pandemia. Principalmente al personal sanitario y también a todos los que están contribuyendo a facilitarnos una cierta normalidad en nuestras vidas. La lista es larga y están en nuestros pensamientos.

También están los vecinos que por iniciativa propia ayudan a otros vecinos, bien haciéndoles la compra o pequeños encargos. Además, están los que de una forma u otra contribuyen, desde sus casas, a aliviar este confinamiento. Me refiero a intérpretes, músicos, cómicos, periodistas y un sinfín de personas que nos regalan su arte y su oficio para hacer más llevadera esta situación. O a los amigos y conocidos que nos mandan chistes o pequeños vídeos para que riamos o disfrutemos unos instantes.

Otra iniciativa que me parece entrañable, es la de aquellos ciudadanos que han copiado el lema italiano de 'Todo saldrá bien', y han puesto dibujos en las ventanas y los balcones de sus casas para animarnos a todos. Sin embargo, no todo es idílico. Si algo tiene esta trágica situación en la que estamos viviendo, es la capacidad de poner de manifiesto muchas sombras con las que convivimos cotidianamente, pero que ahora se agrandan o se manifiestan en toda su crudeza.

Una de esas sombras, es el papel que la derecha de este país está jugando. Si se pude llamar juego al cinismo, a la desfachatez, a la desvergüenza. Hablar de esto, es perder el tiempo. Además, ya lo han hecho otras personas con mucho acierto y mejor criterio. Simplemente, me limitaré a señalar que mientras que en otros países la oposición, sea del color que sea, se comporta de forma cívica y solidaria con el gobierno, nuestra derecha no esconde su genética franquista, su derechismo extremo. Son los dueños del cortijo y eso no se discute. Son ellos los que tendrían que estar mandando y no el gobierno social-comunista-chavista. Por eso, cuando ellos no gobiernan, prefieren que se hunda el país. Ya se encargarán ellos de levantarlo, para beneficio de los suyos, cuando vuelvan al gobierno.

Hay otras sombras que oscurecen nuestro país. Son las grandes empresas, con sus directivos al frente. Esos señores que permanentemente reclaman ajustes, bonificaciones, el fin de las subvenciones que no son para ellos y bajadas de impuestos. Una bajada de la que ellos serían los principales beneficiarios, en el caso de que los pagaran en España. También reclaman que no se suban los salarios de los trabajadores. Son esos empresarios que se enfadan a la mínima, sea por salarios mínimos o por los ingresos mínimos vitales.

Son los que no quieren que se suba el SMI porque causa desempleo, pero que no tienen inconveniente en subirse sus salarios astronómicos, comisiones y otras prebendas, que acabamos pagando los usuarios en los recibos de agua, luz, gas o teléfono. Son esos mismos empresarios, sus organizaciones patronales y sus tanques de pensamiento, los que no paran de pedir una y otra vez más reformas laborales que lleven a los trabajadores a situaciones de esclavitud. A ver si alguna vez estos señores se plantean hacer una reforma empresarial, en la que prime la decencia.

Otro de los problemas de este país puesto en evidencia por la pandemia, al que nos han arrastrado las políticas económicas impuestas por los dueños del cortijo y por los amos del mundo, son las carencias de nuestro modelo productivo. ¡Que fabriquen otros! Nuestro modelo económico es turismo de sol y playa, bares, casas de apuestas, futbol. Para qué queremos más. Ah, claro, y ladrillo. Qué importa haber devastado el litoral si los ricos tienen sus segundas residencias en lugares idílicos. Algunos incluso en paraísos.

Por otro lado, el confinamiento ha supuesto en términos de medio ambiente una mejora notable de la calidad del aire en las grandes ciudades. En consecuencia, sería lógico apostar por modelos más sostenibles de movilidad urbana, como están proyectando otras grandes ciudades europeas. Pero también en este terreno se ciernen las sombras. Basta comprobar las políticas de transporte aplicadas por algunos gobiernos municipales, que premian el uso del automóvil particular frente al transporte público. O recordar las declaraciones de alguna aprendiza de lideresa de la derecha, tutelada por un mar de ideas reaccionarias, identificando atascos como señas de identidad de una ciudad. Por no hablar de pandemia y atropellos.

Ya sabemos, según proclaman a los cuatro vientos algunos “sabelotodo”, de esos que se pasean por platós de televisión, estudios de radio o columnas de prensa, que todos los políticos son iguales. De esta forma, no sólo desprestigian a los políticos, también la política y la democracia, como medio de progreso, de participación, de cambio, de mejora de los que peor viven. Lo dicen o escriben en medios que fomentan esas ideas.

Medios que viven bien en dictaduras o en democracias y que por eso no les importa desprestigiar la política. Lo que no nos explica esta gente, es si estos “sabelotodo” y el resto de los ciudadanos somos mejores que los políticos. Ahora, muchos de los que salen a los balcones a las ocho de la tarde a aplaudir, entre ellos a los sanitarios, no apoyaron, ni participaron en las movilizaciones y en las luchas de este sector en contra de la privatización de la sanidad pública, cuyas trágicas consecuencias estamos contabilizado estos días.

Son esos mismos ciudadanos los que tampoco participaron en la defensa de la enseñanza pública, gratuita y de calidad, cuando aplicaron recortes cuyas consecuencias seguiremos pagando durante años. Son esos millones de ciudadanos que prefieren estamparse contra las pantallas, antes que pelear por sus derechos, por lo que es suyo. Esos ciudadanos que con sus votos han permitido el atraco al estado de bienestar, vía privatización de los servicios públicos, o de la llamada “colaboración público-privada”, de la que tanto hablan dirigentes de la derecha que con su gestión facilitan el negocio de los “fondos buitre”, esos buitres sin fondo, sin compasión, capaces de obtener beneficios de las penurias de la gente. Hemos visto sus resultados en las residencias de personas mayores, como lo vemos en cualquier servicio público en el que ponen sus garras.

Lo cierto es que en este país y con este panorama hay que ser escépticos. No aprenderemos ninguna lección. No saldremos mejores, ni más unidos, ni más solidarios. Ninguno de estos problemas se resolverá. No por la falta de voluntad de mucha gente. Simplemente, porque cuando alguna vez acabe la pandemia, el resultado final será la vuelta a la normalidad de siempre. Volveremos a la cruel individualidad. Al yo por encima del nosotros. Los ricos harán caja y los pobres haremos cola para recibir subsidios, ayudas o comida. Como siempre.

No todo saldrá bien.

Desde que la pandemia llegó a nuestro país y nos vimos confinados, algunos ciudadanos han tomado una serie de iniciativas encomiables. La más destacada fue la convocatoria para aplaudir todos los días desde nuestras casas, como muestra de agradecimiento y solidaridad, a todas las personas que están en primera línea luchando contra esta pandemia. Principalmente al personal sanitario y también a todos los que están contribuyendo a facilitarnos una cierta normalidad en nuestras vidas. La lista es larga y están en nuestros pensamientos.

También están los vecinos que por iniciativa propia ayudan a otros vecinos, bien haciéndoles la compra o pequeños encargos. Además, están los que de una forma u otra contribuyen, desde sus casas, a aliviar este confinamiento. Me refiero a intérpretes, músicos, cómicos, periodistas y un sinfín de personas que nos regalan su arte y su oficio para hacer más llevadera esta situación. O a los amigos y conocidos que nos mandan chistes o pequeños vídeos para que riamos o disfrutemos unos instantes.