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Lo siento; no tengo los exámenes corregidos. Estaba ocupado llorando por la ansiedad

Carlos Martín

30 de enero de 2024 17:39 h

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Prometo que esto no es una queja.

Ya escucho demasiadas en mi entorno y también en mi trabajo; y no hay nada que más deteste que una queja. Especialmente si lo único que puedes hacer para cambiar tu situación es compartirla.

Mi edad no es relevante, pero nací a finales de los 80; así que echad cuentas. La verdad es que eso es lo de menos. Nadie se adhiere a una generación o a un movimiento por algo tan trivial como la edad; que no es más que una cifra con pretensiones.

Soy profesor y, debido a mi trabajo; convivo a diario con gente de generaciones más jóvenes. Pese a lo que os digan, hay esperanza en ellas.

No entiendo la mayoría de sus códigos. En general discrepo de sus gustos musicales. A veces me irrita lo poco entrenada que tienen la paciencia y, su escala de prioridades es … raruna; desde mi punto de vista, claro. No obstante; envidio mucho algunas de sus facetas:

La naturalidad con la que se muestran y la facilidad extrema con la que hablan de sus emociones. Me fascina cómo priorizan su salud mental.

Espero equivocarme, pero sólo espero que todo ello no sean futuras “promesas rotas”; promesas de una vida adulta, plena en el formato que ellos elijan y donde la sociedad, de alguna manera, cuide de esa salud mental. Espero equivocarme, porque no quiero para ellos la colisión contra la realidad en la que sufre, llora y patalea la mía.

Nos llaman millennials, pero en realidad somos “La generación cínica”.

Se nos prometió, entre otras cosas, que si estudiábamos, tendríamos un buen trabajo. Eso pese a todo, pese a nacer pobre y de provincias. Sin embargo, ya sabíamos antes incluso de que nos ocurriera, que la meritocracia es mentira. Son los padres.

También se asumía, que con un “buen trabajo”, sea lo que sea eso; podríamos mantenernos y progresar. Y heme aquí, con mi trabajo soñado, compartiendo piso con dos desconocidos y la pareja de uno de ellos, ganando apenas algo más que el sueldo mínimo escribiendo esta carta a las 5 de la mañana con insomnio por ansiedad, por que no me da la vida para sacar el trabajo adelante y a tiempo. ¡¡¡¡No me da la vida!!! ¡¡¡No llego!!!

Y con una notificación de Hacienda que abrí con miedo y acabé celebrando: Me concedieron la ayuda de los 200€ para rentas bajas. ¡Yuju 200 eurazos! (...que será lo que pueda ahorrar este mes si no surgen imprevistos.)

Y aquí me hallo. Con una carrera, un máster, C1 de inglés, con mi trabajo soñado, que creo, hago bien; cobrando una mierda y canalizando la tristeza, la frustración y las lágrimas de impotencia en esta carta…

Y sin saber cómo gestionar el estrés de la parte oculta de este trabajo bajo el yugo de las condiciones casi esclavistas del convenio de la enseñanza privada.

Es duro aguantar el tipo y las lágrimas cada vez que te dicen “Bueno, pero tenéis muchas vacaciones”... ahí, la tentación de cometer asesinato es real. Pero transformo la frustración en la mejor de mis sonrisas mientras contengo las ganas de llorar, o de partirle la cara; según el aprecio que tenga a mi interlocutor.

Nosotros somos la generación cínica. Ahora sabemos a lo que veníamos, aunque lo hemos descubierto tarde y por las malas.

A ellos les llaman la generación de cristal con altiveza y desprecio y sin embargo empatizo cada vez más con esa estrategia de supervivencia que han pulido y perfeccionado: La resistencia agresivamente pasiva (Que no pasivo-agresiva).

En este país no hay sobrecualificación (o no tanta como dicen). Hay sueldos de mierda para trabajos decentes. Hay rituales sociales arcaicos y mucha resistencia al cambio por las generaciones mayores. Hay trabajadores bien formados que, no es que estén desmotivados; es que directamente se niegan activamente a implicarse en su empresa, sacar el trabajo adelante en sus horas libres a cambio de dos duros, nulo reconocimiento, y toneladas de responsabilidades.

Así que… Lo siento; no tengo los exámenes corregidos. Estaba ocupado llorando por la ansiedad.

Y, sí, también lo siento. Os he mentido: Esto sí era una queja.

Ahora que ya lo lloré, voy a seguir a ver si adelanto.

Prometo que esto no es una queja.

Ya escucho demasiadas en mi entorno y también en mi trabajo; y no hay nada que más deteste que una queja. Especialmente si lo único que puedes hacer para cambiar tu situación es compartirla.