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A un tonto le hacen obispo
Cualquiera que ojee la prensa o siga los noticiarios puede darse cuenta de la profusión de “boutades”, memeces y desatinos soltadas, día sí y día también, por profesionales de la política a los que se les debería de suponer un mejor nivel dialéctico, intelectual y discursivo. Da la impresión que, algunas voces electas de la cosa pública (y algún que otro famosillo de la farándula), se empeñan en superar el listón en esta especie de “feria del disparate” en que han convertido el debate público.
No parece tener techo el límite de barbaridades que se dicen a diario en los medios de comunicación y, al ser de tal calibre y abundancia, las mentiras, gazapos y “renuncios”, se olvidan en pocos días y da la impresión de que no tienen el merecido estigma que silenciase sus mendaces e insensatos mensajes. Y resulta sospechoso que, personajes tan distinguidos, entre los que abundan presidentes autonómicos, diputados, senadores, cargos relevantes de partidos políticos e incluso presidentes de gobiernos, tan prolíficos en consejeros, asesores y ayudantes, digan semejantes esperpentos a diario.
No desgranaré aquí ejemplos tan abundantes en prensa y televisión que van desde lo proclamado en campaña electoral que luego se torna en leyes contradictorias al alcanzar el poder, hasta el transfuguismo más descarado, la justificación de corruptelas propias denunciadas con hartazgo cuando se estaba en la oposición o la reivindicación de los valores democráticos cuando en sus organizaciones prima la dedocracia y el enchufismo.
Lo que no deja de ser paradójico es el papel jugado por los medios de comunicación que, ávidos de la noticia llamativa y extravagante, saturan a diario sus titulares. Porque lo que funciona no es tanto el mensaje que se pudiera transmitir como el copar la primicia de la primera plana con declaraciones sorprendentes y vocingleras. Que se hable de uno aunque sea mal tiene la ventaja de conseguir la difusión inmerecida que, a fuerza de la abundancia, revierta en propaganda y encuentre caladero donde la mentira y el desparpajo florezcan.
Y si el embuste tiene el recorrido más largo que el desmentido y una patraña repetida mil veces adquiere visos de verdad, resulta un caldo de cultivo fructífero para enfangar el “voto a la contra” que prolifera nuestros sufragios y exalta los mensajes litigantes promoviendo en la sociedad un enfrentamiento espurio y falaz.
A un tonto le hacen obispo... y todos los medios de comunicación acuden a recoger sus desvaríos.
Cualquiera que ojee la prensa o siga los noticiarios puede darse cuenta de la profusión de “boutades”, memeces y desatinos soltadas, día sí y día también, por profesionales de la política a los que se les debería de suponer un mejor nivel dialéctico, intelectual y discursivo. Da la impresión que, algunas voces electas de la cosa pública (y algún que otro famosillo de la farándula), se empeñan en superar el listón en esta especie de “feria del disparate” en que han convertido el debate público.
No parece tener techo el límite de barbaridades que se dicen a diario en los medios de comunicación y, al ser de tal calibre y abundancia, las mentiras, gazapos y “renuncios”, se olvidan en pocos días y da la impresión de que no tienen el merecido estigma que silenciase sus mendaces e insensatos mensajes. Y resulta sospechoso que, personajes tan distinguidos, entre los que abundan presidentes autonómicos, diputados, senadores, cargos relevantes de partidos políticos e incluso presidentes de gobiernos, tan prolíficos en consejeros, asesores y ayudantes, digan semejantes esperpentos a diario.