En este blog publicamos los artículos y cartas más interesantes y relevantes que nos envíen nuestros socios. Si eres socio/a puedes enviar tu opinión desde aquí. Consulta nuestras normas y recomendaciones para participar.
Volver al analfabetismo
Estoy terminando de leer El libro de las despedidas, de Velibor Colic. Cuando el escritor bosnio llegó a Francia, que en su país tenía fama de joven y brillante intelectual, se sintió “devuelto al analfabetismo”. Sin saber hablar francés, sin recursos y sin papeles, se sentía tratado “como un niño de cuatro años” y condenado al silencio. Así es en nuestra sociedad, cuando alguien dice que es bipolar, o migrante, todos sus títulos desaparecen, y se produce el rechazo. Solo ven la enfermedad o el país de origen, y no a la persona.
Psiquiatras y psicólogos a lo largo y ancho de este país se mueren de risa ante el aumento de las urgencias mentales que se ha producido desde la pandemia. Digo yo que reír disipa el miedo. Mucha gente ha descubierto durante el confinamiento que padece una enfermedad mental, y esa primera fase es la más dolorosa, la de la conciencia, luego, todos aprendemos a caminar. La misma lucha diaria de estar mínimamente cuerdo para poder funcionar, hace que el rechazo social sea la parte menos importante de la enfermedad, aunque no ayuda ni mucho menos a la estabilidad del enfermo. Hay farmacias que echan sin contemplaciones a los clientes en cuanto constatan que toman medicación para una enfermedad mental. Que se sepa: es un delito de odio, denunciable ante la policía. Esto no son solo pastillas, pero el sistema público no provee de psicólogos ni a la población general ni a la población que tiene una enfermedad. El primer brote psicótico impresiona al propio individuo, surge el miedo, y es necesaria la terapia psicológica.
La reina Doña Letizia recitó un párrafo de una canción del rapero Chojín, en un congreso sobre salud mental: “Hago lo que puedo. Llego a lo que llego y no es sano que se me exija tanto. Duelen los enfados y las malas caras cuando fallo en algo, pero duele más cuando no valoran que lo has intentado. Y lo estoy intentando. Perdón si no alcanzo, pero, ¿por qué han pensado que lo haría bien todo el rato?”. Más parece que la canción hable de maltrato, y no de salud mental.
En el libro Malestamos. (Cuando estar mal es un problema colectivo), de Javier Padilla y Marta Carmona, los autores dicen que primero debe haber justicia social, y que así vendrá la buena salud mental. Carmona asegura que lo que se está produciendo ahora es como si le diéramos terapia psicológica a los esclavos para que superen su propia esclavitud. Si la nevera está vacía, hay poca salud mental. La pobreza produce ansiedad, depresión, estados emocionales que pueden ser la primera fase de algo mucho más grave. Hay que conseguir buenas condiciones laborales y mejores sueldos, que son irrisorios estos últimos desde hace décadas. Los ricos nos hacen la guerra, y así, todo es mucho más difícil. Pero como dice Velibor Colic: Nunca cedas a la desesperación, porque esta nunca cumple sus promesas.
Herta Müller, premio Nobel de Literatura en 2009, vivió la dictadura de Ceacescu, y escribió: “Años más tarde, cuando en la fábrica donde trabajaba me acosaban por no colaborar con la dictadura, cuando me expulsaron del despacho y tenía que trabajar en las escaleras, entonces empecé a escribir mi primer libro. No quería hacer literatura, quería saber cómo iba a sobrevivir. Era una forma de no perder la razón, que era mi mayor miedo. Pensaba que bajo ningún concepto podía volverme loca, porque entonces ellos habrían ganado. No era tan raro. Vi a amigos a los que les pasó.”
Para las personas con una enfermedad mental, y parafraseando a la escritora Joan Didion, superar las expectativas funestas de los demás respecto a su futuro es una cuestión de amor propio. Es todo un avance que los famosos puedan salir del armario, demostrar que se puede tener éxito y ser feliz con una enfermedad mental, pero la población general todavía no puede hacerlo, ya que los prejuicios son terribles. Sin embargo, hay una luz de esperanza, la gente joven, la generación Z, sí hablan entre ellos sobre problemas de salud mental, ojalá todo cambie gracias a su buenísima disposición.
Estoy terminando de leer El libro de las despedidas, de Velibor Colic. Cuando el escritor bosnio llegó a Francia, que en su país tenía fama de joven y brillante intelectual, se sintió “devuelto al analfabetismo”. Sin saber hablar francés, sin recursos y sin papeles, se sentía tratado “como un niño de cuatro años” y condenado al silencio. Así es en nuestra sociedad, cuando alguien dice que es bipolar, o migrante, todos sus títulos desaparecen, y se produce el rechazo. Solo ven la enfermedad o el país de origen, y no a la persona.
Psiquiatras y psicólogos a lo largo y ancho de este país se mueren de risa ante el aumento de las urgencias mentales que se ha producido desde la pandemia. Digo yo que reír disipa el miedo. Mucha gente ha descubierto durante el confinamiento que padece una enfermedad mental, y esa primera fase es la más dolorosa, la de la conciencia, luego, todos aprendemos a caminar. La misma lucha diaria de estar mínimamente cuerdo para poder funcionar, hace que el rechazo social sea la parte menos importante de la enfermedad, aunque no ayuda ni mucho menos a la estabilidad del enfermo. Hay farmacias que echan sin contemplaciones a los clientes en cuanto constatan que toman medicación para una enfermedad mental. Que se sepa: es un delito de odio, denunciable ante la policía. Esto no son solo pastillas, pero el sistema público no provee de psicólogos ni a la población general ni a la población que tiene una enfermedad. El primer brote psicótico impresiona al propio individuo, surge el miedo, y es necesaria la terapia psicológica.