Estos días el ébola llena nuestros informativos y nuestras conversaciones, y nos genera más de una duda ética difícil de resolver. Pero si fijamos los fundamentos para hacer un buen análisis de los hechos, tal vez resulta un poco más sencillo. Sólo un poco.
El ébola ha matado 8.000 personas desde que conocemos su existencia en los años 70. De estas, 3.500, es decir, casi la mitad, se han producido en este último brote de la epidemia. Cada día siguen muriendo en el mundo 10.000 personas de hambre, 4.110 de sida y 1.726 de malaria. Estas cifras nos permiten relativizar y acotar la magnitud de las tragedias, y su relevancia, que no siempre están relacionadas.
La enfermedad ha ido saliendo tímidamente en los periódicos durante bastante tiempo, pero ha estallado repentinamente cuando hemos tenido dos españoles contagiados en África y una sanitaria infectada en Madrid. Las reglas de la proximidad del periodismo no ayudan a entender un mundo que avanza con lógicas globales. Nadie defenderá que la vida de una persona cercana tiene más valor que la de una persona lejana, que no tienen los mismos derechos. Pero seguimos aceptando que cuando las personas afectadas están cerca sean más noticia. Si seguramente no conocemos a ninguna de las personas españolas infectadas, ¿por qué hacemos tantas diferencias? Sencillamente, nos cuesta mucho pensar y sentir a escala global.
Y, sin embargo, como médico que soy me duele la culpabilización de la sanitaria infectada. Me duele por ella y, por extensión, por los más de 200 sanitarios y sanitarias de África occidental que se han contagiado y han muerto sólo por hacer su trabajo. No parecen importar a nadie, nadie reconocerá su generosidad y la heroicidad de haber estado al pie del cañón por profesionalidad y humanidad. Ellos y ellas, y tantos otros que continúan trabajando para frenar la enfermedad desde allí, son los auténticos héroes y heroínas cotidianos, y trabajan para nosotros sin que seamos ni conscientes. Nosotros necesitamos más recursos para luchar contra el virus, mejores trajes e instalaciones, más especialistas... pero en ellos deberíamos estar invirtiendo millones de eurosinvirtiendo millones de euros.
Viajamos, leemos y aprendemos idiomas, pero parece que no acabamos de interiorizar que la globalización no es sólo un concepto. Los problemas son globales y las soluciones también deben serlo. Si no construimos un mundo donde todos tengan unos mínimos derechos, la pobreza y las desigualdades que creemos que no nos afectan, nos volverán en forma de boomerang. La deslocalización, la inmigración o las enfermedades son algunos de los boomerangs que nos vuelven. Ahora tenemos enfrente una epidemia muy grave que está creciendo de forma muy preocupante, y para la que, como hasta ahora había sido una enfermedad de “los pobres”, no tenemos tratamientos efectivos. Tiene una alta mortalidad y se extiende por zonas muy vulnerables donde aumenta el pánico. En una espiral de injusticia perversa, la epidemia agrava una situación de partida de pobreza, fruto de flagrantes desigualdades.
Pero pongamos perspectiva. La epidemia, como todas, después del punto álgido remitirá, pero volverá periódicamente para quedarse mientras no actuamos sobre las causas reales. El estado de alarma mundial puede provocar reacciones negativas, improvisar medidas y poner tiritas, o sentar las bases de las soluciones reales que pasan por fortalecer o garantizar sistemas de salud y de higiene públicos en todas partes. Si no, no lo conseguiremos. Una de las mejores herramientas que teníamos es (o era) la política de cooperación internacional y, más allá, la coherencia de políticas. La primera nos la hemos cargado, y la segunda estábamos aun en vías de descubrir qué era. Los Presupuestos Generales del Estado para el 2015 recortan aun más el 70% ya recortado desde el 2008.
Ahora pensemos otra vez en Teresa y en las 50 personas en observación en Madrid, en las debilidades de nuestro sistema de salud, y luego en los médicos y enfermeros africanos, y en las debilidades de sus sistemas de salud. Si pensamos en todos a la vez, tomaremos las decisiones correctas.
Estos días el ébola llena nuestros informativos y nuestras conversaciones, y nos genera más de una duda ética difícil de resolver. Pero si fijamos los fundamentos para hacer un buen análisis de los hechos, tal vez resulta un poco más sencillo. Sólo un poco.
El ébola ha matado 8.000 personas desde que conocemos su existencia en los años 70. De estas, 3.500, es decir, casi la mitad, se han producido en este último brote de la epidemia. Cada día siguen muriendo en el mundo 10.000 personas de hambre, 4.110 de sida y 1.726 de malaria. Estas cifras nos permiten relativizar y acotar la magnitud de las tragedias, y su relevancia, que no siempre están relacionadas.