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Carta sexta: El cuerpo de un poeta

18 de marzo de 2018

Hay palabras que me cuesta trabajo pronunciar, escribir, darles su voz y tiempo.

Durante estas dos semanas que acaban de irse han rondado dos demasiado mi cabeza. La primera, en la revisión médica que llevaba dos años sin hacerme.

Por fin me han hecho pruebas para la brucelosis y toxoplasmosis: mi trabajo también conlleva algunos riesgos, que porque no aparezcan en mi día a día no quiere decir que no existan. Por eso, de vez en cuando, hay que nombrarlas, incluso, reclamarlas, para poder así, quizás, ponerlas en el sitio que les corresponde.

La otra, me ha llevado a la desaparición de uno de mis amigos más cercanos del colegio, hace ya un par de años, y me viene a la cabeza de nuevo esa sensación absurda de querer dar respuesta a algo que no lo tiene.

No conocí en persona a Víctor Heringer, pero hablábamos mucho por redes, y dejé sin terminar una traducción de algunos de sus poemas para un proyecto fugaz que terminó quedándose en semilla. En ningún medio han dicho el por qué.

Encontraron su cuerpo en la calle, cerca de su casa, cómo encontraron a mi amigo.

Nadie se atreve a nombrar, a hablar, a responder.

Nos mandamos los libros a la vez pero nunca llegaron.

Me gusta pensar que quedaron en algún punto del océano, tirados en la bodega del avión, o en la papelera de alguna oficina de correos. Sé que es imposible que ambos compartan espacio y tiempo, pero es un poco reconfortante imaginarlos así.

También estos días he sentido el impulso de terminar la traducción, pero ha sido eso, sólo un impulso tonto e innecesario. Junto al poema me mandó la imagen de su firma a mano.

A veces me gusta abrir el documento y pensar en la mano del escritor sobre el papel.

Lo que me gustaba de ese proyecto era hablar con el poeta, ver crecer cómo cambiaban las palabras en el otro idioma, buscar poemas hermanos, sentir cerca esa voz atravesada por un océano entero.

Saber, por un momento, que cualquier cuerpo puede ser confundido con el cuerpo de un poeta.

Não sou poeta (de Víctor Heringer)

Agora que os estalos da adolescência passaram

e a vida assenta como uma cômoda de mogno

agora que os joelhos estalam quando me levanto

sem mulher, sem filhos, mas com emprego estável

é preciso admitir que não sou poeta.

Embora o meu amor esteja solto no mundo

violento, semicego e ferido no ombro

não sou poeta.

â—‰

Todos me felicitam. Que bom, dizem

vida de poeta é muito difícil.

Logo a gente chega a ser homem

e acaba com as coisas de menino.

A vida afunila.

â—‰

Eu tinha dois, três truques nos bolsos

de calças compradas em shoppings.

Não soube nunca comprar como poeta

a longa espera por um par de sapatos

sentinela no deserto.

Os sapatos são fabricados e os pés dos poetas passam anos se deformando. Até que um dia cabem.

Por isso qualquer roupa parece velha

no corpo de um poeta.

Por isso estão sempre se desculpando

pelas roupas velhas.

Mas em segredo se orgulham.

Embora eu tenha um corpo

que pode ser confundido com o corpo de um poeta

não sou poeta.

Tenho as pernas fortes e os braços magros.

O torso amolecido dos boxeadores

os órgãos de dentro estropiados.

Mas quem me vê nu instintivamente sabe que não sou poeta.

â—‰

Não levantei a mão esquerda em golpe de dançarina de flamenco ao ler Jaime Gil de Biedma para os meus amigos,

embora tudo tenha conspirado para isso.

Para que se me entranhassem as coisas.

Concluo que não sou poeta.

Tenho os dedos frios de um técnico em informática

e sou triste como um técnico em informática

mas não sou tão triste quanto um barbeiro.

Eu li todos os tratados da métrica portuguesa.

â—‰

Assinei dois contratos como poeta

que doravante já não têm validade.

Assinarei um terceiro, como última traição.

Serei perdoado por todos.

â—‰

Doravante vão reinar o olho e a raiva.

As melhores botas para caminhar na areia

os cálculos de longas distâncias

os treinamentos de apneia.

O amor virá até mim como vai aos jornalistas e CEOs, aos sushimen de São Paulo (SP) que vieram do Ceará – ideais porque têm mãos quentes.

â—‰

As partes elegem o Foro da comarca de São Paulo (SP), renunciando a qualquer outro, por mais privilegiado que possa ser, para dirimir todas as questões surgidas quanto à interpretação ou execução deste contrato que não puderem ser resolvidas amistosamente.

Carta séptima: El miedo a la página en blanco

18 de marzo de 2018