Es bastante común, en el muestrario del desdén, suponer que la cuestión catalana es una cuestión de intereses; como si eso fuera poco. Es cierto que, en general, en todo el planeta, el autogobierno lo demandan las entidades no estatales más ricas dentro de los estados; y es cierto que, en Cataluña, en general, la demanda de autogobierno siempre ha estado respaldada con especial fuerza por los más acomodados. Tampoco es raro desdeñar las reivindicaciones catalanas como problemas de identidad que los dizque ilustrados no podemos soportar sin sonrisa. Es trivial encontrar ejemplos. Como una y otra cosa encajan mal, a menudo se supone que el cálculo y la protección de intereses animan a la emoción identitaria. Quiero argumentar contra ese desdén, que es tan fácil compartir, advirtiendo, antes que nada, sobre los datos. Creo que estos indican que el resto de los españoles deberían ocuparse mejor de acomodar los intereses y sentimientos de los catalanes. De momento, el extrañamiento subjetivo con respecto a España parece mayor que la preferencia por la separación; es fácil prever que esto mude de modo difícil de resolver.
Los datos que siguen indican que existe una mayoría firme y estable en Cataluña para un régimen con mayor autogobierno y que sería preferido a la independencia. Pero la independencia puede ser preferida al statu quo si el cambio en la opinión pública catalana sigue por el mismo curso que en los últimos años. Los grupos sociales menos propensos a adoptar como propias la identidad y el proyecto nacionalista, frente al que normalmente se muestran pasivos, han cambiado, pero no en la dirección de trocar su pasividad por una oposición algo más clara, sino al contrario. La reivindicación de intereses está acompañada de lo que parece un cambio emocional en el que el equilibrio de la identidad se está alterando. Esto demanda un reconocimiento.
Reflexionar sobre la opinión pública puede ayudar, así sea un poco, a quienes creen que hay espacio para una solución inteligente, justa y amigable. Lo hay, creo que es visible. No voy a sugerir nada sobre su contenido concreto; hay muchas formas de reformar el poder territorial en España, y su financiación, que supondrían un bien para todos, no solo para los catalanes. Esperemos que los políticos hagan en esto su trabajo.
1. Sentimientos
El gráfico 1 muestra la evolución del sentimiento subjetivo de identidad catalana, española o diversas formas de identidad mixta, según la llamada pregunta Linz-Moreno, en la medida en que estos datos existen.
Hasta 2010 la identidad predominantemente o exclusivamente catalana era la respuesta adoptada por un máximo del 40% de los catalanes, normalmente algunos menos. El ciudadano mediano siempre había dicho sentirse tan catalán como español. Hasta poco antes, la identidad más bien española o solo española oscilaba en torno al 20% de la población. En general, las fluctuaciones en los sentimientos de identidad consistían en pequeñas variaciones en la polarización: cuando crecía la identidad catalana también lo hacía la española; cuando la una se manifestaba menos, igual hacía la otra.
Sin embargo, en noviembre de 2012 ya no sabemos si el votante mediano es tan español como catalán o más catalán que español. La opción por la suma de las respuestas “más bien catalán” y “solo catalán” ha crecido diez puntos, a la vez que las opciones de identidad española se encuentran en su mínimo histórico.
Contra la doctrina oficial del común de los nacionalistas, las identidades pueden elegirse. La práctica de la política nacionalista (sea catalana, española, o cualquier otra) sabe y enseña que las identidades pueden elegirse, por interés, por emociones, por expectativas, y por muchas cosas, nobles y viles, que nos llevaría lejos discutir. En dos años, una fracción moderada, pero insólita, de catalanes parecen haber cambiado su elección, en un sentido catalanista. (De forma paralela, quienes se consideran nacionalistas catalanes -solo se puede responder sí o no- pasan del 32% en 2010 al 43% en 2012.)
Entiéndase bien, la identidad del “yo no soy español/a” es minoritaria en Cataluña, aunque ahora alcance la cifra sorprendente de uno de cada cuatro personas entrevistadas. Tampoco puede decirse con precisión que sean mayoría sumados a quienes se sienten más catalanes que españoles. Pero, como les gusta decir a los nacionalistas, esto es “un proceso”.
2. Preferencias
Desde que existen datos disponibles en el CIS, el ciudadano mediano en Cataluña siempre ha querido mayor autonomía que la que le ofrecía el sistema institucional. Si las encuestas son correctas, esta es la opción que siempre habría ganado a cualquier otra, incluyendo, claro está, a la independencia, si los catalanes hubieran podido decidirlo por mayoría. Y lo sigue siendo. (La única excepción parece situarse en 1998, donde una apurada mayoría habría preferido el statu quo a un movimiento hacia el mayor autogobierno. Desgraciadamente, la serie temporal de datos está demasiado fragmentada para poder indagar mucho más sobre esta evolución.)
Si el “derecho a decidir”, entendido en su sentido más independentista, equivale a que el Estado “reconociese el derecho de las nacionalidades a convertirse en Estados independientes”, como dice la pregunta del CIS, entonces la fracción de ciudadanos catalanes que lo defienden se ha duplicado en los últimos cuatro o cinco años. No es una opción que pueda ganar por mayoría a cualquier otra –el mediano sigue queriendo más autonomía- pero el resultado de la encuesta pre-electoral de 2012 registra un cambio asombroso, y el cuadro inaudito en el que ésta es la opción con mayoría relativa.
Es verosímil que al no mencionarse expresamente la “independencia” en el lema del derecho a decidir tal y como lo expresan hoy sus impulsores, su apoyo se esponje y pueda absorber a parte del electorado que estaría más cómodo con mayor autogobierno, pero sin independencia. (Seguro que las inteligencias del proceso hacen encuestas con esa formulación precisa, pero yo no las conozco). Esto, y que la mayoría de los catalanes no parecen estar por la independencia, explica el lío político-semántico de quienes han sido atrapados sin iniciativa en la parte más móvil del terreno.
Si entendemos el federalismo como una opción clara de mayor autogobierno, esto sería preferido por la mayoría de los catalanes a la opción que conduce a la independencia. Obviamente, depende de cómo se formule, pues entre el statu quo y la independencia hay un trecho grande, incluso con el eufónico estado propio. Es la oportunidad para un liderazgo político inteligente. En sentido contrario, si la elección se diera entre el statu quo y la independencia, es muy posible que la independencia como proyecto (que se fuera o no a culminar, o cuándo, ya son cosas del proceso) sea preferida por la mayoría. Da la impresión de que nadie en este gobierno está pensando en eso. O les da igual –no les cuesta votos- lo que es insensato. Y casi criminal, para quienes pensamos en Cataluña como una parte muy valiosa de nuestro país, material y sentimental. (Entiéndase país, como en otras lenguas romances, incluido el catalán, como algo cuyas partes son igualmente países)
3. Clase y origen
¿Qué ha cambiado en estos últimos años? A primera vista, se ha producido una cierta polarización en las preferencias constitucionales. Quienes se identifican como solo catalanes o más bien catalanes manifiestan todavía en mayor medida que en 2010 sus preferencias por un mayor autogobierno y potencial secesión (ver apéndice de datos al final). Sin embargo, se trata de un doble movimiento: hay ciudadanos que cambian simultáneamente su posición en la escala de identidad y su preferencia constitucional. Esto hace suponer que el cambio de preferencias es, digamos, más profundo y menos coyuntural de lo que algunos quieren pensar.
Tanto la identidad nacional subjetiva como las preferencias políticas están en Cataluña muy fuertemente condicionadas por el origen familiar, la clase social y la lengua habitual, factores que se solapan en gran medida. De este modo, las preferencias políticas más catalanistas se concentran sobre todo en la clase alta, y las menos catalanistas entre los trabajadores manuales, con un grado de estratificación tan claro que es difícil encontrar fenómenos de opinión pública en España que estén tan fuertemente condicionados por la clase social, coloreada como está en Cataluña por los factores identitarios. En un ejemplo típico, en 2010 (Barómetro Autonómico II del CIS) la probabilidad de que un catalán de clase alta o media alta estuviera a favor de la autodeterminación era el doble (32%) a que lo estuviera un obrero cualificado (16%).
Para comparar 2010 con 2012 podemos utilizar el nivel educativo como aproximación a la clase social, pues todavía no hay datos de clase para 2012 (en ambos casos empleo las encuestas pre-electorales del CIS). Los datos indican claramente que se ha reducido la polarización de clase social en torno a las preferencias constitucionales, aunque sigue siendo pronunciada. En 2010 era 2,3 veces más probable que una persona con estudios superiores estuviera a favor de la opción “posibilidad de independencia” a que lo estuviera una persona con estudios primarios (33% frente a 19%); y 5,6 veces más probable que una persona sin estudios (6%). En 2012 se la diferencia entre estudios superiores y primaros se ha reducido a 1,14 veces (42% frente a 37%) y con personas sin estudios a 2,5 veces (19%). Dicho de otra forma, las preferencias constitucionales han cambiado más en los estratos sociales menos propensos a ello. En 2012 las personas sin estudios que preferirían la opción constitucional con derecho a la independencia se triplica con respecto a 2010; entre las personas con estudios primarios la proporción que expresa esta preferencia se duplica. Si se quiere mirar en términos absolutos, las preferencias más independentistas crecen 9 puntos entre quienes tienen estudios superiores, pero 22 puntos entre quienes tienen estudios primarios. (Datos al final)
Esto puede tratarse de una respuesta racional a los recortes en los servicios públicos y sociales, y en atención a la justificación que para ello dan, generalmente, los medios nacionalistas (la falta de control de los recursos considerados como propios). Seguramente lo sea, pero es importante notar que este cambio en las preferencias viene acompañado con un cambio en las posiciones en el espacio de la identificación subjetiva con España y Cataluña.
La clase media y alta en Cataluña (en la medida en que coincide con la más educada) ha incrementado notablemente su extrañamiento con España. Entre 2010 y 2012 el porcentaje de quienes se consideran solo catalanes, en el grupo de quienes tienen estudios superiores, ha subido del 17,5 al 33,6; y el porcentaje de quienes se consideran tan españoles como catalanes ha bajado del 41,1 al 28,4. La identidad solo catalana pasa de ser la tercera más numerosa a la más numerosa en este estrato; lo contrario le sucede a la identidad doble. Es un vuelco contundente para un tiempo tan breve.
En el resto de los estratos educativos la identidad “tan español como catalán” sigue siendo dominante, pero se ha erosionado mucho. Resulta en especial llamativo el cambio entre las personas con estudios primarios o sin estudios. Entre los primeros la proporción de “solo catalán” se duplica, entre los segundos se triplica. Por minoritaria que siga siendo esta manifestación de identidad, el hecho apunta a un alineamiento que tal vez pueda ser estable.
Los datos de opinión según el origen familiar de las personas también muestran que los estratos menos catalanistas han cambiado bastante su posición, aunque aquí la polarización, la simple diferencia entre hijos de padres catalanes e hijos de inmigrantes, sigue siendo bastante aguda. La preferencia constitucional por el derecho a la independencia la expresan el 62% de los hijos de padres catalanes: eran el 41% en 2010. Esto también se observa en el resto de estratos: entre los que tienen un progenitor catalán, la demanda pasa del 27 al 52%, para quienes sus padres son de fuera, del 15 al 26%, para los nacidos fuera del 6 al 16%. Con todo, como se ve, los hijos de catalanes son dos veces más independentistas que los hijos de inmigrantes, cuyas preferencias coinciden con las del catalán mediano: quieren mayor autogobierno. También aquí observamos que el cambio en las preferencias constitucionales va respaldado por un cambio, algo menos acusado, en la identificación. Quienes tienen uno o ambos progenitores catalanes incrementan su probabilidad de responder que solo se sienten catalanes; quienes son inmigrantes o hijos de inmigrantes incrementan su probabilidad de responder que se sienten más catalanes que españoles, aunque la identidad dual siga siendo firmemente dominante entre estos últimos.
Entiéndase, todo avanza muchos pasos por detrás de lo que la persuasión ideológica nacionalista da por sentado como si fuera su punto de partida, pues el rechazo a la identidad española sigue siendo minoritario, pero marcha deprisa.
4. Las aguas heladas
“En las aguas heladas del cálculo egoísta” son las solemnes palabras que Luis Buñuel quería como subtítulo para su película “La edad de oro”, según cuenta Octavio Paz, a quien le gustaba repetirlas. La frase proviene de Marx (del Manifiesto), de su desprecio a la sociedad burguesa. La película de Buñuel es una película sobre el lugar del amor en esa sociedad; más en general, sobre el lugar de lo emocional y pasional. A pesar de Buñuel y Paz, que creen importante subrayar cómo lo que a ellos les conmueve queda apenas en los márgenes del mundo “burgués”, la política es como es porque el cálculo y lo emotivo no siempre se pueden deslindar. Y, en último caso, qué importa. Personalmente creo que el nacionalismo es una ideología burguesa, si el adjetivo conserva algún sentido; y tengo poca empatía por muchas de sus manifestaciones emocionales. Pero qué tan distintos somos los demás, no lo sé. Se les puede respetar, hasta querer, e inexcusablemente hay que acomodarse si se quiere convivir.
La secuencia forma un alejandrino que años después el mago Gabriel Zaid rompió para escribir esta cuarteta, requiebro que nos pregunta con un guiño quién no ha estimado a alguien así.
Querida:
Qué bien nadas
sin nada que te vista
en las aguas heladas
del cálculo egoísta.
(Pour Marx, Campo Nudista, 1969),
5. Apéndice: tablas complementarias