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Los divorcios no son para el verano

La congoja que se vive estos días en el mundo del corazón por la ruptura de Brad Pitt y Angelina Jolie –la pareja mundialmente conocida como ‘Brangelina’– a muchos no nos pilla desprevenidos. Y no por conocer al detalle los intríngulis de la vida amorosa de la súper pareja Hollywoodense, sino por las estadísticas que regularmente nos recuerdan el aumento de divorcios y separaciones a la vuelta de las vacaciones. Tanto es así que, en septiembre, la gestión de las rupturas matrimoniales se han convertido en un poderoso gancho de los bufetes de abogados.

Las estadísticas las produce el Consejo General del Poder Judicial y casi siempre nos quedamos con el mismo dato: pasado el verano aumenta el número de divorcios, separaciones y nulidades matrimoniales. El gráfico 1 da soporte a dicha afirmación mostrando el crecimiento medio de rupturas por trimestre entre 2002 y 2015. Vemos que, en general, durante el último trimestre del año se incrementa un 40% el número de parejas que disuelven su relación en comparación con el trimestre anterior.

 

La lógica que suele acompañar este dato está llena de coherencia: durante el período vacacional la convivencia fuera de la rutina podría poner de manifiesto un desencaje entre expectativas y realidad en las relaciones de pareja que propiciarían las rupturas matrimoniales a la vuelta del verano.

No obstante, a pesar de la regularidad del dato y su lógica, una mirada más minuciosa sugeriría que esta narrativa está un poco sobrevalorada. Analizando los números de divorcios, separaciones y nulidades publicados por el CGPJ vemos que en realidad el significativo aumento de rupturas post-verano no son tanto por una situación especialmente diferente después del período estival, sino por el ‘frenazo’ de rupturas que se produce durante el tercer trimestre, esto es, durante los meses de julio, agosto y septiembre.

Volvamos a los datos para verlo con más claridad. El gráfico 2 muestra la media de divorcios, separaciones y nulidades entre 2002 y 2015 por trimestre. Efectivamente se distingue que la media de rupturas es más alta en el cuarto trimestre del año (37.000) si la comparamos con la media del trimestre anterior (cerca de 26.500), pero solo ligeramente superior a la cantidad media de parejas que rompen su relación matrimonial durante el primer y segundo trimestre (entre 34.000 y 34.500).

 

 

El gráfico 3 muestra directamente los datos brutos, es decir, el número de rupturas año a año y organizados por trimestre. La particularidad del tercer trimestre salta a la vista. A pesar de tener una evolución similar año a año con los otros trimestres, lo que se repite de forma sistemática es que en los meses de julio, agosto y septiembre el número de parejas que deciden por fin a su enlace matrimonial cae de manera significativa.

 

 

El argumento de la convivencia estival puede que siga teniendo sentido frente a estos datos. Pero no tanto como causante de futuras rupturas, sino como posible oportunidad de mantener la relación a flote. Por otro lado, una explicación menos sofisticada podría estar relacionada con el rechazo de hacer frente a gestiones burocráticas durante los meses de verano.

Dejando al margen estas especulaciones, merece la pena repasar cuáles son las explicaciones que ofrecen los sociólogos expertos en la materia. Casualmente, en un estudio publicado en el último número de la American Sociological Review –la revista más prestigiosa y con mayor índice de impacto de la disciplina– la socióloga y profesora en la Universidad de Harvard Alexandra Killewald analiza los factores que podrían estar detrás de la rupturas matrimoniales en la sociedad norteamericana, y resume de manera muy intuitiva tres posibles perspectivas teóricas.

En primer lugar la perspectiva de la independencia económica predice que los matrimonios son más propensos a disolverse cuando los costes de salida de un matrimonio infeliz son bajos. Es decir, cuando el nivel de dependencia de alguna de las partes no es suficientemente fuerte para impedir la ruptura. Esto, por supuesto, está relacionado con el nivel educativo, la ocupación y en general con el poder adquisitivo de los miembros de la pareja. Teniendo en cuenta los niveles de desigualdad salarial entre hombres y mujeres, así como los diferentes patrones ocupacionales, entre otras muchas diferencias, es lógico remarcar las implicaciones en términos de género, pues con mayor frecuencia dicha dependencia –y por tanto la dificultad para escapar de un matrimonio infeliz– recaerá del lado de la mujer.

Por otro lado, la perspectiva de las dificultades financieras se concentra no en la interdependencia de la pareja pero sí en cómo los recursos monetarios facilitan la externalización de las labores domésticas, el aumento de disfrute en actividades de ocio, y, en general, en la reducción de los conflictos. Una teoría que podría sintetizarse en la popular frase que dice “el dinero no da la felicidad… pero ayuda a conseguirla”. Esta perspectiva defiende sus implicaciones teóricas independientemente de qué parte de la pareja es la que aporta lo recursos que permiten descomprimir los potenciales conflictos maritales.

Por un último, siguiendo con la clasificación propuesta por Killewald, otra perspectiva para poder entender los divorcios y separaciones pasa por el quebrantamiento de las normas de comportamiento esperado para cada género. Esta perspectiva institucional de género apunta más al debilitamiento en la reproducción de roles sociales de género que a la lógica de coste-beneficio. De acuerdo a esta visión, la rupturas matrimoniales se producen por las consecuencia simbólicas que conllevan los cambios laborales y financieros de las mujeres en relación con los hombres, creando una especie de disonancias cognitivas entre lo real y lo esperado.

Este conjunto de explicaciones no es ni pretende ser exhaustivo. El lector puede encontrar abundante literatura sobre esta cuestión. Por otro lado, como es habitual en casi cualquier tipo de ejercicio empírico en ciencias sociales, identificar cuál de los mecanismos causales propuestos por las diferentes teorías es el que prima no es una tarea sencilla. Aun más en este caso, cuando seguramente las variables con las que podría medirse la interdependencia económica, las dificultades financieras y las interpretaciones de género estén estrechamente relacionadas. En su estudio, Killewald avanza las fronteras de la literatura empleando nuevas formas de poner a pruebas estas teorías y encuentra que las circunstancias económicas del matrimonio no son determinantes a la hora de explicar los divorcios. Más bien, encuentra apoyo empírico para lo anunciado por la perspectiva institucional del género: manteniendo controlados los potenciales efectos de dependencia y financiero, existe una asociación positiva entre el aumento del desempleo (involuntario) a tiempo completo de los hombres  y el riesgo de divorcio. Es decir, la figura de hombre ‘sostén de la familia’ sigue jugando un papel relevante para explicar la estabilidad matrimonial.

En lo que respecta al caso español el gráfico 4 que aparece más abajo no pretende en lo más mínimo sacar conclusiones similares a las del riguroso trabajo empírico realizado por la profesora de la Universidad de Harvard, sino más bien ofrecer una buena excusa para dejar planteada una pregunta: ¿Sucede algo similar en nuestro contexto? La variación que ha producido la crisis económica en las tasa de paro de hombres y mujeres, así como su correlación con el número de divorcios, separaciones y nulidades a lo largo de estos años (-0.23 y -0.26 respectivamente) sería una buena motivación para intentar desenredar la maraña causal detrás de estas teorías y aportar un poco luz alrededor del caso español. Algunos estudios ya apuntan a que las variables sociodemográficas y la situación de la mujer en el mercado laboral están perdiendo peso como factores explicativos (véase por ejemplo el trabajo de Bernardi y Martínez-Pastor aquí) ¿Lo serán nuestra concepción de 'marido' y 'mujer'?

La congoja que se vive estos días en el mundo del corazón por la ruptura de Brad Pitt y Angelina Jolie –la pareja mundialmente conocida como ‘Brangelina’– a muchos no nos pilla desprevenidos. Y no por conocer al detalle los intríngulis de la vida amorosa de la súper pareja Hollywoodense, sino por las estadísticas que regularmente nos recuerdan el aumento de divorcios y separaciones a la vuelta de las vacaciones. Tanto es así que, en septiembre, la gestión de las rupturas matrimoniales se han convertido en un poderoso gancho de los bufetes de abogados.

Las estadísticas las produce el Consejo General del Poder Judicial y casi siempre nos quedamos con el mismo dato: pasado el verano aumenta el número de divorcios, separaciones y nulidades matrimoniales. El gráfico 1 da soporte a dicha afirmación mostrando el crecimiento medio de rupturas por trimestre entre 2002 y 2015. Vemos que, en general, durante el último trimestre del año se incrementa un 40% el número de parejas que disuelven su relación en comparación con el trimestre anterior.