En los sistemas parlamentarios, el primer ministro del gobierno tiene la prerrogativa de convocar las elecciones y, en función de sus intereses electorales y del plazo determinado por la ley -e.g. entre 3 y 5 años normalmente-, fija el día de la elección. Mayoritariamente, la celebración electoral se realiza durante el fin de semana y, tanto en nuestro país como en casi todas las democracias, nos acercamos al colegio electoral a depositar una papeleta. En casi todas las democracias también se puede votar antes del día de la elección, normalmente mediante el voto por correo. En algunos países esto es muy sencillo (e.g. Australia), mientras que en otros las trabas son mayores. Pero la norma es votar la jornada de la elección. Para que tengamos una referencia, según el INE, en las últimas elecciones generales el porcentaje del voto postal en España fue del 3.88%.
A priori, cuantas más posibilidades puedan utilizar los ciudadanos para emitir su voto, mejor. La lógica es muy sencilla: si queremos que participe la mayoría de la ciudadanía, queremos ponérselo fácil. Como se entiende, esta lógica es todavía más poderosa en contextos con voto obligatorio. Dicho de otro modo, cabe esperar una contrapartida: si se me exige votar, que menos que se me pongan pocas trabas. En este sentido (y parcialmente siguiendo la lógica expuesta), en Australia se puede votar el día de la elección, por correo, por anticipado en persona y por teléfono (con un sistema complejo y caro porque requiere de dos oficiales de la agencia electoral, uno para verificar la identidad del individuo y otro para que el individuo vote anónimamente). Además, la Comisión Electoral se desplaza: a centros de mayores para que puedan votar de forma privada; a casas de enfermos en algunos casos; zonas remotas; y prisiones.
Pero lo realmente interesante por la magnitud de lo que muestro a continuación es el voto anticipado en persona. Básicamente consiste en que el ciudadano durante dos semanas -hasta estas elecciones eran tres- antes del día de la elección, puede acercarse a cualquier centro de votación y depositar su voto. En Australia, el elector puede votar en cualquier centro de votación del país, sea su distrito o no. Tradicionalmente, uno podía votar de forma anticipada si tenía previsto no estar en el país o preveía no estar en su distrito electoral. Pero ha cambiado de forma significativa en los últimos 10 años. He recogido datos sobre cómo se vota para todos y cada uno de los 150 distritos uninominales desde 2004 de la Comisión Electoral Australiana.
El gráfico que presento es simplemente la evolución de la media de los votos emitidos durante el día de la elección. Como se puede observar, el porcentaje de personas que votan el sábado de la elección -en Australia se vota ese día- ha ido cayendo paulatinamente. Si durante la primera década de los 2000 aproximadamente el 90% votaba durante solo el sábado, entre 2010 y 2013 se observa como hay un declive que aumenta a partir del 2016. En promedio, para 2022, algo más del 50% de los votos se emitieron el día de la elección. La línea azul representa la proporción de votos por correo. Si bien se observa una tendencia ascendente, situándose casi en algo más del 15% de promedio para esta última elección, ha sido muy constante. La gran diferencia es la línea discontinua (en gris), los votos anticipados en persona. Como se puede observar, entre 2004 y 2010 evolucionaba de forma casi igual con los votos por correo para desde entonces despuntar y situarse hoy por encima del 30%.
Por definición, los ciudadanos que votan de forma anticipada, lo hacen antes del día oficial. También se entiende que, por cuestiones logísticas y procedimentales, los votos por correo -para que sean validos- han de ser emitidos antes del día de la elección. Dicho de otro modo, en estas últimas elecciones en Australia algo más del 45% de los votantes han votado antes del día de la elección.
Este 45% tiene varias implicaciones. La primera de ellas es la organización electoral: no es lo mismo organizar un evento que dura 24 horas que uno que se extiende por el plazo de dos semanas. Por compararlo con el caso español, sería muy difícil justificar que los ciudadanos tuvieran que, por sorteo, estar en la mesa electoral durante dos semanas. Seguramente, en esos casos, se contratarían a gente, que es lo que se hace en Australia. Pero, como es obvio, la factura de la elección es mayor.
Más allá de los desafíos logísticos, este nuevo enfoque donde pasamos del día de la elección a un periodo electoral de semanas, también afecta a nuestras democracias. La primera, las mismas campañas electorales y promesas que hacen los partidos y candidatos. Si prácticamente todo el mundo vota en la fecha asignada, partidos y candidatos pueden decidir jugar estratégicamente con las promesas o información negativa sobre el otro partido. Pero si un 45% vota antes, ¿Cuándo anuncias la política o promesa estrella de la campaña? ¿Qué margen tienen los ciudadanos? Supongamos que un ciudadano vota 12 días antes de la elección, pero en el transcurso de la campaña aprende algo que de haberlo sabido antes hubiera cambiado su voto. Al fin y al cabo, el día de la elección es un domingo y nuestro ciudadano votó un martes… ¿Podría cambiar su voto? Obviamente, tengo más preguntas que respuestas, pero siendo el voto anticipado una tendencia al alza en algunas democracias, merece la pena estudiarse.
Quiero cerrar con una última reflexión. Durante la pandemia, se celebraron elecciones en Galicia y País Vasco. Algunas voces sugirieron la posibilidad de ‘suspender’ la elección bajo el argumento de la emergencia sanitaria. A pesar de las razones sugeridas -en la mayor parte de los casos muy sensatas- a mi juicio deberíamos pensar en abrir o flexibilizar cómo se vota en España -y por ende en muchos países europeos- si pandemias, eventos climáticos extremos y otros eventos nos sorprenden.
En los sistemas parlamentarios, el primer ministro del gobierno tiene la prerrogativa de convocar las elecciones y, en función de sus intereses electorales y del plazo determinado por la ley -e.g. entre 3 y 5 años normalmente-, fija el día de la elección. Mayoritariamente, la celebración electoral se realiza durante el fin de semana y, tanto en nuestro país como en casi todas las democracias, nos acercamos al colegio electoral a depositar una papeleta. En casi todas las democracias también se puede votar antes del día de la elección, normalmente mediante el voto por correo. En algunos países esto es muy sencillo (e.g. Australia), mientras que en otros las trabas son mayores. Pero la norma es votar la jornada de la elección. Para que tengamos una referencia, según el INE, en las últimas elecciones generales el porcentaje del voto postal en España fue del 3.88%.
A priori, cuantas más posibilidades puedan utilizar los ciudadanos para emitir su voto, mejor. La lógica es muy sencilla: si queremos que participe la mayoría de la ciudadanía, queremos ponérselo fácil. Como se entiende, esta lógica es todavía más poderosa en contextos con voto obligatorio. Dicho de otro modo, cabe esperar una contrapartida: si se me exige votar, que menos que se me pongan pocas trabas. En este sentido (y parcialmente siguiendo la lógica expuesta), en Australia se puede votar el día de la elección, por correo, por anticipado en persona y por teléfono (con un sistema complejo y caro porque requiere de dos oficiales de la agencia electoral, uno para verificar la identidad del individuo y otro para que el individuo vote anónimamente). Además, la Comisión Electoral se desplaza: a centros de mayores para que puedan votar de forma privada; a casas de enfermos en algunos casos; zonas remotas; y prisiones.