Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
Factores intangibles (como la confianza social, la confianza en el gobierno y las percepciones de corrupción) están altamente asociados con la respuesta de los países a la pandemia de la COVID-19.
Donde la gente confía en los demás, en el gobierno, y en que las instituciones públicas actúan sin corrupción, el número de contagios y de mortalidad ha sido menor, y el porcentaje de vacunación ha sido mayor.
España saca entre un bien y un notable en confianza social, pero solo un aprobado en lucha contra la corrupción, y un suspenso en confianza en el gobierno
¿Qué es el Estado? Si miramos a Ucrania, la definición de Weber – el Estado como monopolio de la violencia – parece más ajustada que nunca. Pero, si tomamos un poco de perspectiva, el Estado moderno es una criatura crecientemente compleja, que se enfrenta a retos inesperados, como pandemias o crisis económicas, y cuyas características más destacadas no son siempre visibles. Al contrario, lo que parece distinguir a los Estados más capaces de los menos son elementos intangibles. Echemos un vistazo al gráfico 1, de un reciente artículo en The Lancet que valora la respuesta a la pandemia en 177 países.
Llama la atención, en primer lugar, que los índices de preparación frente a las pandemias, como los indicadores de seguridad sanitaria, no parecen estar asociados con un menor número de contagios o una mayor mortalidad del virus. Ninguna de las más de 20 variaciones de estos índices analizadas tiene un impacto estadísticamente significativo. Es curioso, porque estos índices han alcanzado bastante notoriedad durante esta epidemia y tanto expertos como políticos en varios países se han conjurado para que su nación invierta en cumplir con los requisitos de esos índices. Todavía más extraña es la ausencia de impacto que parecen tener otros medidores objetivos del sistema sanitario, como el número de camas de hospital o el porcentaje de gasto sanitario por persona. ¿Quiere decir esto que no debemos poner dinero para reforzar nuestra (bastante precaria y muy estresada) sanidad pública? En absoluto. El gasto en sanidad pública está asociado con muchos indicadores de bienestar, empezando por la esperanza de vida. Pero, en relación a las pandemias, y aunque podría existir un efecto indirecto no capturado en este estudio, no emerge como decisivo.
¿Qué es lo que realmente funciona contra las pandemias? Si nos movemos a las filas inferiores del Gráfico 1, vemos que tan sólo tres elementos aparecen en verde; es decir, están estadísticamente asociados con mejores (o peores) resultados en la lucha contra la pandemia. Empecemos por el factor negativo: la corrupción. Obviamente, por su propia naturaleza, no es un fenómeno fácil de medir, con lo que estos indicadores comparados están basados en percepciones subjetivas – por lo general, de ciudadanos, inversores o expertos – . En el gráfico vemos cómo cuanto más elevada es la percepción de corrupción en un país, mayor ha sido el número de contagios per cápita.
Por el contrario, otros dos factores también subjetivos – la confianza interpersonal y la confianza en el gobierno – están inversamente correlacionados con los contagios. En aquellos países donde la gente confía más en la gente que no conoce personalmente (es decir, la confianza social o interpersonal) el coronavirus ha infectado a menos individuos, controlando por otros factores. Este hallazgo ya se había detectado en estudios previos (aquí un resumen reciente y nueva evidencia) pero es curioso que, tras explorar un número elevado de características de una sociedad que pudieran estar relacionados con la gestión de la pandemia, los aspectos estadísticamente significativos no son objetivos y materiales, sino inmateriales y basados en percepciones subjetivas.
En el gráfico 2 podemos ver el efecto que parecen ejercer estos tres intangibles (confianza social, confianza en el gobierno, y percepciones de corrupción) sobre otra variable fundamental en la pandemia: el porcentaje de población vacunada. El impacto más relevante es el de la corrupción, pero el nivel de confianza social también está fuertemente asociado con la vacunación.
El gráfico nos permite también situar a España y, por tanto, ver nuestras ventajas y desventajas en estos intangibles. Donde estamos mejor es en confianza social. Y, además, estamos colocados sobre la misma línea de regresión. En otras palabras, nuestro nivel de confianza en los demás predice exactamente (lo cual no quiere decir que explica totalmente) el porcentaje de vacunación. Pero en corrupción, y como también hemos señalado en varias ocasiones (aquí un post reciente de Pablo Fernández-Vázquez), tenemos una percepción claramente por detrás de las democracias más avanzadas. Y, por tanto, muy mejorable.
Donde claramente estamos a la cola, no ya de Europa, sino de las economías de la OCDE, es en confianza en el Gobierno. El gráfico 3 muestra el porcentaje medio de confianza de los ciudadanos en sus gobiernos para el año 2020. España aparece claramente por debajo de la media de la OCDE, pero lo que resulta más preocupante es la caída desde 2007. Mientras en la mayoría de países los ciudadanos aumentaron (aunque fuera de forma ligera en muchos lugares) su confianza en el gobierno, en nuestro país se produjo un sonoro descenso, sólo superado por Colombia, Chile y Bélgica – países que, cada uno a su manera, han padecido crisis significativas estos años –.
En resumen, podríamos decir que España saca entre un bien y un notable en confianza social, pero solo un aprobado en lucha contra la corrupción, y un suspenso en confianza en el Gobierno. Esta es una de las grandes tareas pendientes para nuestro sector público. No basta con tener una sanidad (o un sistema educativo) que “objetivamente” puntúe muy alto en los indicadores tangibles, como el gasto per cápita en ese negociado. Sin duda, invertir dinero es necesario, pero no suficiente. Para que la acción pública tenga un impacto significativo es indispensable también el concurso de la población: si la ciudadanía no confía en el Estado, las cosas no funcionan.
La gran pregunta es obviamente cómo conseguir que la gente se fíe de los gobernantes. Una pregunta difícil de responder en estos días de tanto ruido y furia política. Las sospechas de enriquecimiento de familiares de políticos, o de espionaje a rivales o compañeros de partido, transmiten unos pésimos intangibles.
¿Qué es el Estado? Si miramos a Ucrania, la definición de Weber – el Estado como monopolio de la violencia – parece más ajustada que nunca. Pero, si tomamos un poco de perspectiva, el Estado moderno es una criatura crecientemente compleja, que se enfrenta a retos inesperados, como pandemias o crisis económicas, y cuyas características más destacadas no son siempre visibles. Al contrario, lo que parece distinguir a los Estados más capaces de los menos son elementos intangibles. Echemos un vistazo al gráfico 1, de un reciente artículo en The Lancet que valora la respuesta a la pandemia en 177 países.