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Plagios

Cuando el poeta romano Marcial acusó a su rival Fidentino de robar sus versos lo llamó “secuestrador”; en latín, plagiarius. Es la primera vez, que se sepa, que se empleó la palabra en ese sentido, en unos epigramas satíricos. Se puede añadir que en latín plagio se refería al secuestro de esclavos, y que se necesitó un poeta para usarlo de manera metafórica, que es como nos ha llegado. Tal vez un poeta que supiera griego y recordara el sentido original de plagios (oblicuo). La palabra está relacionada con una raíz indoerupea “plak” presente en playa, pleito o placer, todo cosas vastas. Igual hasta con Platón, el filósofo de las espaldas anchas. Pero es algo moderno. El término se introduce en inglés en 1601, resucitado por Ben Jonson -el rival de Shakespeare, por si acaso. En francés es posterior. En castellano está atestiguado con esa acepción desde el Diccionario de Esteban de Terreros y Pando, en el año 1788.

El párrafo anterior tal vez pasara la prueba del Turnitin (uno de los programas detectores de plagio más conocidos), pero tiene mucho de pastiche, un refrito de cosas que he leído en varios sitios. Lo de Platón es ocurrencia mía, así que a lo mejor es un original falso y no un falso original. De lo demás, creo que solo coletillas como “todo cosas vastas” y algún otro adorno quedarían sin marcar por un omnisciente anti robo. La primera frase la he copiado tal cual de The Perfectly Acceptable Practice of Literary Theft, del profesor Jack Lynch, que está disponible en la red. La he traducido, literalmente, y eso disimula y despista. Una de esas copias en las que un autor piensa que, venga, no hay tantas formas de decir una cosa simple y así acabamos antes. El párrafo tiene un contenido alto en plagio incluso si no me he puesto a copia-copiar, pero es casi todo reescritura sin créditos. En principio, la cura sería citar las fuentes, pero claro, uno no quiere citar la Wikipedia, un foro de internet, o un compendio del que ha sacado varias morcillas que le hacen quedar bien, un libro que ya se ha citado demasiado, o que da vergüenza haber leído, o cosas que se supone que podría saber, o tal vez debería saber…. En fin, que las ocasiones son muchas para simplemente seguir haciendo embutido y, en el mejor de los casos, citar luego alguna fuente aceptable [1].

Cada vez se publican más libros, periódicos, blogs y múltiples contenidos online… y la cultura de la reutilización y el reciclaje se ha impuesto en esta pujante industria sin necesidad de campañas. Párrafos de segunda y tercera mano se pasa uno la vida leyéndolos; más en unos sitios que en otros, aún hay jerarquías, pero no son excepciones.

Aunque no conozco datos o investigaciones sobre esto, estoy bastante seguro de que la escritura académica de tipo científico sufre menos el plagio que el resto, pues tiene un procedimiento bastante estandarizado para evaluar los textos, que han que pasar por varias censuras previas, lo que tiene la virtud de promover la autocensura. Académicos que no se someten a este procedimiento y prefieren escribir por libre -y por libros- hay muchos, y yo comparto sus sentimientos, pero se debe reconocer que la ciencia es lo que es porque, entre otras cosas, idea controles para nuestros vicios intelectuales.

No es que no haya efectos secundarios, en la también próspera industria de los artículos académicos lo que se observa es que uno intenta tener una idea, una idea que no esté mal, aunque sea la variación sobre una idea que tuvo un belga, y la estira hasta que le salen cuatro o cinco porciones. En los ágapes de los científicos sociales, que son los que mejor conozco, rara vez te encuentras más de una loncha en cada sándwich. Hay que vivir y hay que llegar, es comprensible. El problema es definir qué es una contribución. Como yo escribo poco, pienso que se escribe demasiado; pero reconozco que sin una exigencia mensurable de producción el retroceso a la cultura ágrafa, que los antropólogos documentan como forma de defensa de algunos pueblos frente a sus dominadores, sería la respuesta natural de bastantes tribus académicas.

Si se plagia, lo normal es que se haga en formato de libro o de artículo de estilo libre. No puedo demostrar que en España se plagie más que en otros sitios. Tengo sospecha de que sí, desde luego, al menos, en el ámbito de la Universidad, que lo conozco. Refreír, parafrasear abusivamente, semicopiar perezosamente, tomar por creación el alternar un par de fuentes en unas mismas líneas… todo eso también es plagio. Y es el estilo de escritura que traen de serie muchos estudiantes. En algunos casos, en la Universidad hay que explicar que no basta con poner la lista de los sitios de donde has plagiado. Faltan medios para educar, pero ojo, no vamos a peor, sino a mucho mejor. Cuando yo era estudiante se hacía de todo. En mis primeros años hice trampas al menos dos veces, me avergüenzo de ello (en Filosofía Medieval y en Teodicea, por si sirve de atenuante).

Si se me permite especular, creo que hay dos fuentes sociales-espirituales del plagio. Una de ellas es una combinación del cinismo con respecto a las normas -porque se incumplen, porque son absurdas… (recuerdo que un amigo muy gracioso ideó un chotis que empezaba “la teodicea, me la menea”) y la creencia de que muchas de las personas que ocupan posiciones y dignidades a las que aspiramos no las merecen realmente. Si a esto se añade que el meritorio siempre cree estar de paso entre sus semejantes, tenemos los ingredientes anímicos de los plagiadores en dirección ascendente, en el tramo juvenil de sus carreras.

Luego está el plagio con autoridad, el del creador poco creativo, el del profesor aburrido, el de los bolos… Creo que aquí simplemente sucede que pagamos el precio de una cultura científica e intelectual más atrasada que otras, a un tiempo aislada -con un sistema universitario proteccionista- y muy deudora de lo que se crea en otros lugares. De tanto interpretar las melodías ajenas termina sucediendo lo inevitable, que pasas arreglos por composiciones. El ingrediente espiritual es que cierto estilo de profesor español maduro muchas veces no escribe para sus colegas, aquellos que pueden criticarlo, a los que a menudo desprecia, y no pocas veces con muchas razones, sino para una combinación de amigos y de público secretamente considerado inferior. (Por si acaso, creo que de esto también cada vez hay menos).

El contraste con las tradiciones académicas en lengua inglesa, que son la alternativa mejor conocida y algo así como una meta, es muy notable. La probidad es un valor intelectual que se insufla con mucha más insistencia que aquí en todas las fases de la educación. Además, la escritura se entrena y se corrige muy seriamente, a veces dando lugar a un efecto de estandarización que la vuelve muy insípida y tediosa, pero mira, mejor eso que la morcilla. Por último, los libros se escriben pensando en un público que sabe tanto o más que el autor de casi todo. Más allá de la ética académica, para quien escribe en inglés, eso suele ser cierto.

En España hay más de 40.000 profesores titulares y catedráticos. Cada uno de ellos ha escrito una “memoria” para sus ejercicios de oposición. En la mayoría, me mojo en esto, se ha refrito sin misericordia el contenido de múltiples creadores. (A ver, 40.000 ideas originales...) En muchísimas se toma, además, de otras memorias cedidas por colegas o por las personas que le han cooptado para sacar la plaza. El tráfico de materiales es como el de un vertedero de áridos. Algunas de esas memorias, pasadas por una depuración somera, han acabado siendo trataditos y manuales publicados sin mucho criterio inteligible que no sea el recuento de ese público cautivo que son los estudiantes. Díganme que podemos esperar de un país en el que esto ha sido lo normal. También aquí vamos a mejor, pero lentamente.

Contra el plagio académico, pues, internacionalización de la cultura. Contra el literario (o periodístico) eso es más difícil. Plagiadores en serie siempre ha habido, en todas las latitudes, incluso en algunos espíritus muy creativos, que parece que toman impulso haciéndolo. Benjamin Franklin, ejemplo famoso, fue padre de la patria, sale en los billetes, inventó mil cosas, y copiaba a saco. Hasta el bueno de Valle Inclán, que no es que le faltase ingenio, cuando un perseguidor le pilló algunos robos innegables, dijo la lindeza de que “el sino de los intelectuales españoles es idéntico al de los gitanos: vivir perseguidos por la Guardia civil” (está en la Wikipedia). Lo de “esto es una persecución” no se ha inventado ahora, desde luego. Para sacudirnos el plagio solo queda leer más y mejor (en España se lee bastante menos que en países de semejante desarrollo) y poner las condiciones para que nos respetemos todos, de palabra y obra. Reformas “estructurales”, en definitiva, que hagan que el plagio se vuelva un vicio menos frecuente, más que combatirlo como si fuera una plaga. Como todos los vicios, seguirá con nosotros, pero el progreso moral existe. El progreso literario está menos claro. Los escándalos de plagio de nuestro tiempo afectan a los Arturo Pérez Reverte, Ana Rosa Quintana o Lucía Etxebarría, que nadie querrá comparar con Valle.

Epílogo: política y periodismo con comillas

No se puede acabar esta ya larga entrada sin referirse al plagio de los políticos porque sería como esconderse. En el primer aniversario de la ofensiva informativa de cierta parte de la prensa sobre los supuestos plagios de Pedro Sánchez en su tesis doctoral, el caso parece querer reanimarse con otras acusaciones más menudas de plagio a Manuel Cruz (presidente del Senado) y, escarbando, a Pau Mari Klose (diputado socialista y Alto comisionado para la lucha contra la pobreza infantil). Estos casos son bastante distintos entre sí, pero no está mal que usemos el jaleo para intentar aprender algo.

Aunque sea sospechoso de simpatizar con estos más que con otros, soy también partidario de que cada quien se defienda como le parezca oportuno y no me quiero meter a hacer ese trabajo. Es innegable, no obstante, que Klose ha dado una respuesta completa y detallada a una acusación que sería infamante si no se pudiera esconder como ignorancia. El Gobierno, por su parte, dio en su día unas explicaciones algo confusas -tampoco era fácil- pese a que nadie que no esté impelido por la furia de unos intereses evidentemente no universitarios haya encontrado algún ilícito académico, ni probado ni probable, en el asunto de la tesis de Pedro Sánchez, sino una elaboración ramplona que habla de lo que cuenta hoy como doctorado, y que es lo que nos debería preocupar. Manuel Cruz es patente que no se ha explicado muy bien. Sus razones tendrá, si a uno le llaman genocida por haber aplastado un hormiguero igual se lo tiene que pensar a la hora de reconocer el descuido, la impericia o la debilidad, porque sabemos cómo lo van a titular, los hunos y los otrosotros, pero está claro que lo que se le reprocha no se justifica solo.

El papel de la prensa es fundamental. Se recordará el ahínco con el que la prensa que más duro muerde hoy este hueso persiguió los casos de este pequeño prontuario de plagiadores con diversos cargos públicos y que estarán para siempre en la memoria de sus lectores: 1)Pablo Casado, 2)Federico Trillo,3)Francisco Camps, 4)Luis Alberto de Cuenca( Secretario de Estado de Cultura 2000-2004, tras haber sido Director de la Biblioteca Nacional) 5)Luis Racionero (Director Bibiloteca Nacional 2001-2004), o 6)José Antonio Martínez Álvarez(director del Instituto de Estudios Fiscales nombrado por Cristóbal Montoro).

Este rosario de nombres, si conseguimos superar el sesgo ideológico, corrobora que la costumbre de plagiar está muy extendida. Cuando buscas, parece que es fácil encontrar. No es que los políticos o los académicos que se asoman a la cosa pública sean de una variedad mucho peor de escritores, parece que solo sucede que están más observados. Casi todos se sienten perseguidos. Casi todos han intentado negarlo. Los más cultos, cuando han dado explicaciones, han sido abracadabrantes, como aquella celebración de la “intertextualidad” de, entre todos los hombres y mujeres, el Secretario de Estado de Cultura.

Creo que de todo esto aprendemos, al menos, que lo de las escuelas de doctorado es algo que se debe revisar, que lo que cuenta como contribución académica, posiblemente, también y, en general, que se escriben muchos tostones; que el fariseísmo de alguna prensa a veces sorprende hasta al lector más preparado, pero que no podemos hacer esto sin ellos; y que esto no es una infección de nuestra siempre criticada “clase política” sino un síntoma de cierto atraso cultural, mal que nos pese.

Le preguntaron al detective Plinio -su creador, García Pavón, nació el día 20 de septiembre hace cien años- que en qué profesión había más gilipollas. En todas por igual, respondió, pero entre los políticos, los escritores y los periodistas es donde más se nota ('El vendimiario de Plinio'). Yo diría que la sabiduría popular lo sigue entendiendo así.

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[1] Uno siempre usa fuentes finas, como http://etimologias.dechile.net/, que leyéndolo bien enseña muchísimo. Hubiera querido copiar de vertederos para este ejercicio, pero luego he sido incapaz. He tomado información de diccionarios, la wikipedia y “El plagio literario” de Angélica Gutiérrez, en la revista Derecho y cambio social.

Cuando el poeta romano Marcial acusó a su rival Fidentino de robar sus versos lo llamó “secuestrador”; en latín, plagiarius. Es la primera vez, que se sepa, que se empleó la palabra en ese sentido, en unos epigramas satíricos. Se puede añadir que en latín plagio se refería al secuestro de esclavos, y que se necesitó un poeta para usarlo de manera metafórica, que es como nos ha llegado. Tal vez un poeta que supiera griego y recordara el sentido original de plagios (oblicuo). La palabra está relacionada con una raíz indoerupea “plak” presente en playa, pleito o placer, todo cosas vastas. Igual hasta con Platón, el filósofo de las espaldas anchas. Pero es algo moderno. El término se introduce en inglés en 1601, resucitado por Ben Jonson -el rival de Shakespeare, por si acaso. En francés es posterior. En castellano está atestiguado con esa acepción desde el Diccionario de Esteban de Terreros y Pando, en el año 1788.

El párrafo anterior tal vez pasara la prueba del Turnitin (uno de los programas detectores de plagio más conocidos), pero tiene mucho de pastiche, un refrito de cosas que he leído en varios sitios. Lo de Platón es ocurrencia mía, así que a lo mejor es un original falso y no un falso original. De lo demás, creo que solo coletillas como “todo cosas vastas” y algún otro adorno quedarían sin marcar por un omnisciente anti robo. La primera frase la he copiado tal cual de The Perfectly Acceptable Practice of Literary Theft, del profesor Jack Lynch, que está disponible en la red. La he traducido, literalmente, y eso disimula y despista. Una de esas copias en las que un autor piensa que, venga, no hay tantas formas de decir una cosa simple y así acabamos antes. El párrafo tiene un contenido alto en plagio incluso si no me he puesto a copia-copiar, pero es casi todo reescritura sin créditos. En principio, la cura sería citar las fuentes, pero claro, uno no quiere citar la Wikipedia, un foro de internet, o un compendio del que ha sacado varias morcillas que le hacen quedar bien, un libro que ya se ha citado demasiado, o que da vergüenza haber leído, o cosas que se supone que podría saber, o tal vez debería saber…. En fin, que las ocasiones son muchas para simplemente seguir haciendo embutido y, en el mejor de los casos, citar luego alguna fuente aceptable [1].