Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Aldama zarandea al PSOE a las puertas de su congreso más descafeinado
Corazonadas en la consulta: “Ves entrar a un paciente y sabes si está bien o mal”
OPINIÓN | Días de ruido y furia, por Enric González

Polarizar negando al otro

0

La polarización afectiva, un fenómeno que supone la identificación con un grupo partidista y el rechazo a los seguidores de otros partidos, ha cobrado relevancia en el contexto político actual. Este interés se ha intensificado debido a la creciente crispación entre líderes políticos y su potencial impacto en los ciudadanos. Sin embargo, es conveniente analizar críticamente dos argumentos respecto de este asunto que, aunque frecuentemente esgrimidos, carecen de una sólida base empírica y teórica.

El primer argumento sugiere que la crispación entre líderes políticos se está extendiendo cada vez más a la ciudadanía. Aunque es cierto que las manifestaciones públicas de seguidores de ciertos partidos pueden ser más visibles (como por ejemplo las manifestaciones en la calle Ferraz de Madrid), esto no necesariamente implica un aumento real de la polarización en el ciudadano medio.

En un estudio reciente con datos que he recopilado en momentos clave de 2023 (junio, julio y diciembre), se observa un claro estancamiento de la polarización afectiva en España, manteniéndose notablemente estables, entre los valores 5,6 y 5,8 desde octubre de 2021. Estos datos sugieren que, aunque los niveles de polarización son significativos, parecen haber alcanzado un límite que el ciudadano español medio no está dispuesto a superar. Así, los efectos de la polarización en el comportamiento electoral podrían estar sobredimensionados.

Los réditos electorales de la polarización parecen ya cada vez más amortizados, obviando la importancia electoral de los votantes moderados más interesados en políticas y resultados concretos, quienes, por cierto, podrían optar por abandonar el espacio electoral ante tanta crispación. Los partidos políticos deberían considerar este hecho y adaptar sus estrategias.

El segundo argumento sugiere que la acusación mutua entre partidos y líderes políticos contribuye a este proceso de polarización construyendo diferentes “muros” ideológicos. Si bien es cierto que todos los actores políticos tienen una parte de responsabilidad en este fenómeno, es crucial reconocer que la naturaleza de la polarización promovida por los distintos discursos no es homogénea. Chantal Mouffe, en sus diversos escritos, distingue entre dos tipos de discursos polarizadores: los discursos agónicos y los antagónicos. De este modo se podría hablar de una polarización afectiva agónica y antagónica tal y como ha hecho recientemente la investigadora Manon Westphal de la Universidad de Münster.

La polarización afectiva agónica se caracteriza por no percibir al oponente como un enemigo a destruir, sino más bien como un rival político. En este tipo de relación, las ideas del oponente se combaten, pero se reconoce su derecho a defenderlas dentro del marco del juego político. Por otro lado, la polarización afectiva antagónica implica una visión más extrema del otro, considerándolo un enemigo y negando su legitimidad como actor en el ámbito político.

Esta distinción es fundamental, ya que se basa en la intensidad de las visiones negativas del otro involucradas en las relaciones entre oponentes políticos. En el caso de la polarización afectiva agónica, la visión negativa del otro se limita por el reconocimiento del oponente como un jugador legítimo en la política. Estas visiones negativas pueden variar en intensidad, pero no alcanzan un nivel que comprometa la voluntad de reconocer el derecho del otro a defender sus ideas en el proceso político. En contraste, la polarización afectiva antagónica presenta una visión negativa intensa del otro, rechazando la legitimidad de su participación en el juego político.

Es crucial diferenciar entre albergar visiones negativas del oponente político, ya sean moderadas o fuertes, y traducir estas visiones en acciones concretas. Aunque es posible sentir rechazo hacia el otro sin que esto se manifieste en comportamientos específicos, la polarización afectiva se convierte en un tema de preocupación cuando influye en cómo los actores políticos interactúan con sus oponentes y afecta la disposición de las personas a tolerar ciertos comportamientos políticos.

La polarización afectiva es relevante en la política porque a menudo conlleva consecuencias para las interacciones entre actores políticos y la disposición de las personas a apoyar o tolerar ciertas formas de comportamiento político por parte de otros, incluyendo a sus representantes políticos. En este sentido es incluso deseable en un sistema democrático que se ofrezca a los ciudadanos una pluralidad de principios e intereses que deben obtener representación en las instituciones. Eso incluye representar y dar voz a los sectores de una sociedad tan plural como la que hoy existe (y ha existido) en España. Sin embargo, negar la legitimidad democrática de un gobierno elegido por representantes políticos que han recibido cientos de miles de votos, pedir la prisión del Presidente salido de una mayoría parlamentaria e incluso plantear la posibilidad de declarar ilegales a partidos por no compartir una determinada visión de España se aproxima claramente a discursos polarizadores antagónicos que, como discute la teórica política Chantal Mouffe, suponen una antesala para propiciar enfrentamientos y acciones que suponen un gran peligro para la convivencia democrática de los ciudadanos.

La polarización afectiva, un fenómeno que supone la identificación con un grupo partidista y el rechazo a los seguidores de otros partidos, ha cobrado relevancia en el contexto político actual. Este interés se ha intensificado debido a la creciente crispación entre líderes políticos y su potencial impacto en los ciudadanos. Sin embargo, es conveniente analizar críticamente dos argumentos respecto de este asunto que, aunque frecuentemente esgrimidos, carecen de una sólida base empírica y teórica.

El primer argumento sugiere que la crispación entre líderes políticos se está extendiendo cada vez más a la ciudadanía. Aunque es cierto que las manifestaciones públicas de seguidores de ciertos partidos pueden ser más visibles (como por ejemplo las manifestaciones en la calle Ferraz de Madrid), esto no necesariamente implica un aumento real de la polarización en el ciudadano medio.