Que quien escribe las reglas de juego las escribe para ganar es una lección en política que a casi nadie se le escapa. De hecho se trata de un principio básico en los análisis de economía política: las instituciones (las reglas de juego) están diseñadas para favorecer a los que las ponen en pie. El ejemplo más ilustrativo quizás sea el de los sistemas electorales: los actores políticos que diseñan la fórmula electoral para transformar el número de votos en número de escaños suelen ser los más beneficiados en el reparto. Sin ir muy lejos, en España, el sesgo mayoritario del sistema electoral siempre ha sido empleado para explicar la supervivencia del bipartidismo.
En Podemos la utilización de reglas internas para beneficiar a unos más que a otros vuelve a ser objeto de debate. Ya en el pasado, el diseño del sistema de votaciones en la asamblea fundacional del partido en Vistalegre dejó prácticamente todo el poder de la organización en manos del núcleo (irradiador) de Pablo Iglesias levantando recelos entre muchos simpatizantes provenientes del 15M y de Izquierda Anticapitalista. Recelos que vuelven a aparecer estos días después que la dirección del partido aprobara con apremio un método de primarias para la selección de candidatos a las elecciones generales.
Las críticas en torno al reglamento se han concentrado fundamentalmente en cuatro aspectos: por un lado, el escaso tiempo para el estudio y el debate de la propuesta de la dirección antes de ser votada en el Consejo Ciudadano Estatal; por otro lado, la posibilidad de presentar candidaturas colectivas (“listas plancha”) y la utilización de una circunscripción única (estatal) para la selección de los candidatos; y finalmente el mecanismo para gestionar las posibles “confluencias” con otras fuerzas políticas. Las críticas más contundentes han llegado desde Aragón y ya hay más de 700 cargos de Podemos pidiendo la celebración de una consulta popular.
En contraste con las experiencias en otros partidos políticos, cabe decir que el proceso de primarias puesto en marcha por Podemos podría calificarse como el más abierto o democrático hasta ahora vivido para unas elecciones generales en nuestro país. Todo el que quiera puede inscribirse y participar. En teoría se trata de un cambio significativo en términos de democracia interna o de “inclusividad”, por utilizar un término más politológico, puesto que abre la oportunidad de participación y empoderamiento a todos los ciudadanos, dos objetivos fundacionales del partido condensados en lo que se dio a conocer como el método Podemos: “que decida la gente”.
Pero tomando distancia de la teoría y mirando los efectos prácticos del reglamento, vemos que el método de primarias escogido por el equipo de Pablo Iglesias se adhiere al principio con el que se abría este artículo –el que escribe las reglas siempre las escribe a su favor – alejándose del objetivo que dice perseguir y desvelando alguna de sus motivaciones.
Concentrémonos en dos de los puntos más relevantes: las “listas plancha” y la circunscripción única. Primero, que la selección de candidatos para ocupar un lugar en la lista electoral de Podemos no sea exclusivamente por la competición de candidaturas individuales (como lo fue en los primarias para las Europeas), sino también a través de candidaturas colectivas (“listas plancha”) genera que prácticamente la totalidad de las personas elegidas por el líder (con mayor influencia, recursos y notoriedad pública) salgan seleccionadas sin competición real, convirtiendo el proceso de primarias en una mera ratificación de la selección hecha previamente desde arriba. La previsibilidad de los resultados en unas elecciones suelen ser un mal síntoma en términos de apertura y competitividad democrática.
En segundo lugar, la elección de una circunscripción única (estatal) para lo confección de la lista va en la misma línea. La negativa a descentralizar la selección de candidatos, en provincias o CCAA, deja bajo el control de la cúpula de Podemos el nivel de pluralidad en términos de sensibilidades territoriales, seguramente calculado para evitar cualquier tipo conflicto en un momento político en el que el debate sobre la organización territorial del estado es un tema de primer orden.
Ambas medidas parecen tener un rasgo es común: el temor a las posibles tensiones internas que produce la pluralidad ideológica y territorial dentro de la organización. Y esto se debe a que Podemos se enfrenta a dos objetivos a veces difíciles de conciliar: por un lado, la demanda ciudadana de más participación que conlleva más pluralidad y, por el otro, la necesidad de controlar los niveles de disonancia interna. El sistema de primarias, pues, parece diseñado para inclinar la balanza, limitando los controles y contrapesos (checks and balances) dentro del partido, fundamentalmente por parte de los cargos medios, a cambio de producir un grupo homogéneo y cohesionado para la actividad parlamentaria y la guerra política contra el bipartidismo.
De hecho, la literatura académica sobre la democracia interna de los partidos nos enseña que la ampliación de la base de participación en unas primarias combinada con un alto nivel de autonomía por parte de los líderes (por ejemplo para confeccionar las listas) suele producir la pérdida de poder de los miembros más activos así como de los rangos medios de la organización en favor de los líderes.
En resumidas cuentas, estos aspectos –seguramente los más determinantes del reglamento– producen resultados en dirección opuesta a la idea de “inclusividad”, es decir, a la de promover más participación y más empoderamiento. Por el contrario, se encuentran más cercanos a criterios de exclusión: existen con el objetivo de imponer una serie de restricciones que condicionan la apertura y la competitividad del proceso de primarias. La consecuencia seguramente sea la legitimación del liderazgo de Iglesias (qué duda cabe que ganará su lista), pero también la pérdida de confianza y apoyos de muchos simpatizantes debido a la contradicción entre el discurso y los hechos.
Que quien escribe las reglas de juego las escribe para ganar es una lección en política que a casi nadie se le escapa. De hecho se trata de un principio básico en los análisis de economía política: las instituciones (las reglas de juego) están diseñadas para favorecer a los que las ponen en pie. El ejemplo más ilustrativo quizás sea el de los sistemas electorales: los actores políticos que diseñan la fórmula electoral para transformar el número de votos en número de escaños suelen ser los más beneficiados en el reparto. Sin ir muy lejos, en España, el sesgo mayoritario del sistema electoral siempre ha sido empleado para explicar la supervivencia del bipartidismo.
En Podemos la utilización de reglas internas para beneficiar a unos más que a otros vuelve a ser objeto de debate. Ya en el pasado, el diseño del sistema de votaciones en la asamblea fundacional del partido en Vistalegre dejó prácticamente todo el poder de la organización en manos del núcleo (irradiador) de Pablo Iglesias levantando recelos entre muchos simpatizantes provenientes del 15M y de Izquierda Anticapitalista. Recelos que vuelven a aparecer estos días después que la dirección del partido aprobara con apremio un método de primarias para la selección de candidatos a las elecciones generales.