La desaparición de las Diputaciones Provinciales en el territorio donde aún existen (nueve de las 17 Comunidades Autónomas) puede que esté al alcance de la mano. Por mi parte, bienvenida sea. No voy a repetir las razones tan bien expuestas en estos días, por ejemplo, por Alain Cuenca, desde la economía pública, o por Miguel Sánchez Morón desde el derecho administrativo. Quien siga escéptico, quizá puede preguntarse quiénes son los que más salen en su defensa y por qué.
Aprovecho el debate para ir más allá. Creo que ganaríamos si las provincias quedaran como marcas históricas sobre el suelo y nada más, salvo para las Comunidades Autónomas que las elijan para su organización interna. Ellas sabrán lo que hacen. Si, reforma constitucional mediante, pudiéramos abolir las provincias como “realidad electoral” sería posible tener el sistema electoral que mucha gente sensata tiene por ideal: uno como el nuestro en cuanto a la representatividad y gobernabilidad, pero menos sesgado hacia algunas opciones partidistas que, como muestro abajo, son las más de derechas sobre las más de izquierdas, y las “viejas” frente a las “nuevas”.(*)
Los cuatro primeros partidos con representación en el actual parlamento tienen una distribución territorial que no es uniforme, pese a competir todos en todas las circunscripciones. Una posible forma de verlo es su relación con el mar. La división en zonas podría hacerse más precisamente, más científicamente, si se quiere, usando como criterio el tamaño medio, pero esta clasificación de los distritos sirve para transmitir la intuición geográfica de cómo el sistema de representación acoge con distinta simpatía a sus pretendientes según su origen, vale decir, de una forma que no es inocente.
El PP es el partido que domina el interior, pero su superioridad numérica en la costa es mucho más limitada. El PSOE también tiene sus mejores resultados en el interior, excluido Madrid, donde quedó cuarto. Podemos obtiene sus mejores resultados en la periferia y Ciudadanos en Madrid; al primero le va bastante peor en el interior que en la periferia, al segundo le va igual en ambos.
¿Por qué importa esto? En el interior, excluido Madrid, se encuentran la mayor parte de las provincias -distritos electorales- donde 1) existe un beneficio a los partidos con más votos, por el sesgo “pro-mayoría” propio de las magnitudes pequeñas; y 2) los votantes están sobre-representados, por lo que representar a esos territorios siempre tiene premio: los escaños cuestan menos tanto si se queda segundo o tercero como si se queda primero. Por el contrario, en la periferia se encuentran la mayor parte de los distritos electorales donde 1) la representación es más bien proporcional dentro de cada uno de ellos, por ser de tamaño grande o, al menos, mediano, en cuanto al número de escaños, por lo que apenas hay premio especial por ganar; y 2) la población está en conjunto infra-representada, por lo que representar a esos territorios tiene una penalización.
Históricamente, los partidos conservadores (UCD/AP/PP) han sido los principales beneficiarios del mecanismo de doble ventaja del sistema electoral, a costa del PSOE. El resto de las minorías como IU, el CDS o UPyD simplemente resultaban castigadas por ser minorías que no alcanzaban la masa crítica necesaria para tener un peso importante en nuestro sistema (al menos 12%; el 17% para estar holgado), lo que es un asunto distinto a pagar en escaños por ser de la ribera (parecerá bien o mal, pero es distinto). Las minorías territoriales (los partidos nacionalistas) son asunto aparte: en general, el sistema electoral les ofrece representación proporcional, con la salvedad de que los partidos muy pequeños tienen resultados más impredecibles, pues un escaño de más o de menos lo cambia, a veces, todo.
Ahora bien, con cuatro partidos en la primera línea, la desigualdad en el reparto de escaños tiene un doble eje. La derecha sigue saliendo relativamente mejor parada que la izquierda, pero, además, los partidos “consolidados” salen ganando con respecto a los “emergentes”.
Las ventajas que se reflejan en esta tabla no se ocasionan simplemente porque unos tienen más votos que otros. Hay, además, un sesgo partidista originado por los lugares donde esos votos se emiten. En condiciones iguales, los partidos no obtienen lo mismo. Por ejemplo, si el PSOE y el PP hubieran empatado en votos, el PP habría obtenido 111 escaños y el PSOE 102, nueve menos. (Esto es el resultado de hacerlos empatar, en un resultado simulado mediante trasvase uniforme, manteniendo constantes los votos de todos los demás partidos). Por otra parte, si Podemos (y sus confluencias) hubieran empatado con Ciudadanos, este segundo partido habría obtenido una cierta ventaja, aunque mucho más pequeña: 58 escaños frente a 55. (De nuevo, esto es el resultado de simular un empate entre ambos manteniendo constantes los resultados de los demás partidos). Por último, si, como hipótesis, los cuatro partidos hubieran empatado, tanto el PSOE como el PP habrían obtenido una decena más de diputados que Podemos y Ciudadanos. (En este caso, se han transferido votos, en un resultado simulado, entre el PSOE y Podemos y entre el PP y Ciudadanos).
Mientras los distritos electorales sean las provincias, esto no puede cambiarse. Y no es casualidad, se defienden las provincias porque se defiende esto.
Utilizando la simulación y algunos otros cálculos puede hacerse un ejercicio aproximado de “descomposición de la ventaja” para apreciar de dónde viene en cada partido (algo un poco complicado y largo de explicar como para incluirlo aquí). La mayor parte de la ventaja del PP proviene de la existencia de provincias de tamaño variable (es decir, del hecho provincial como circunscripción electoral), reforzado además por el hecho de que no todas las provincias tienen la misma tasa de representación de sus habitantes. Solo una cuarta parte de su ventaja, aproximadamente, obedece al hecho de ser el partido más votado. Algo parecido sucede con el PSOE: la mayor parte de su ventaja proviene del “hecho provincial”, aunque es más modesta. Podemos es el que más sufre el hecho provincial, mientras que la desventaja de Ciudadanos es casi enteramente atribuible al hecho de ser cuartos en número de votos (tener muchos votos en Madrid te deja del lado de las víctimas del sistema; pero Ciudadanos lo compensa con unos resultados bastante razonables en el interior).
Esto no nos permite saber cómo sería el resultado si el sistema electoral usara distritos distintos de las provincias, pero sí podemos decir que desaparecerían las ventajas injustificables, aquellas que se producen entre partidos que podrían ser iguales en todo salvo en su distribución provincial, lo que perjudica la representación de las zonas más pobladas, más urbanas, más periféricas -más “húmedas”- menos conservadoras y más receptivas a los nuevos partidos.
(*)Pensemos también en las ventajas de que desaparezca de nuestro sistema de incentivos un polo de atracción para las ambiciones políticas “de escala provincial”. Puede repasarse mentalmente una lista de ejemplos para intuirlo claramente. Pensemos después, si desaparecen las provincias mismas, en las ventajas potenciales para la vida interna de los partidos si las organizaciones provinciales y sus listas dejan de ser una instancia determinante en la selección de candidatos, dando tal vez más peso a las organizaciones locales y a las autonómicas. No digan que no sería interesante explorarlo y ver qué sucede.