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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Quieren inmigrantes sin derechos, no ciudadanos

En los últimos meses se nos ha ido congelando la carcajada habitual ante los chistes sobre la extrema derecha. Ya sabéis, esa gente que se ha desbordado por la derecha desde los partidos de la derecha, y que ha creado un partido -o anti-partido, a juzgar por lo que dicen de “los políticos”- para arrasar con lo que ha costado tanto construir, aunque se trate de democracias imperfectas y estados de derecho mejorables.

Quienes luchamos por un modelo social más justo, porque pensamos que somos una sola humanidad y que ninguno de sus sufrimientos nos es ajeno, hemos pasado ya al espanto incluso antes de conocer los resultados del pasado 10N. Gobiernan, es decir, gestionan para los privilegiados los recursos de todas, y legislan para consolidar sus hazañas y excluir a quienes consideran inferiores, enemigos o ambas cosas. Les vemos hablar distintos idiomas y defender barbaridades concretas de apariencia diferente, pero asoman aquellas viejas camisas de colores inquietantes por debajo de sus disfraces del siglo XXI aunque, en no pocos casos, se cubran también con las palabras que nos han robado, o con las banderas y las patrias llenas de fronteras que, como dice la canción, no son más que cicatrices en la Tierra.

Las opciones que se han ido barajando para intentar atajar en la medida de lo posible lo que ya es inevitable desde las elecciones de abril y noviembre no acaban de funcionar. Los medios de comunicación han informado ampliamente -no vamos a entrar en las múltiples consideraciones críticas que se me ocurren sobre el impacto de algunas maneras de informar- y han colocado a los nuevos actores en prime time. A veces, como mofa resultona y reiterada, hasta ver al objeto de la misma ocupando ya alcaldías y presidencias de comunidades autónomas. En los últimos debates electorales no ha funcionado ninguna de las dos estrategias adoptadas. En el primero, se intuyó una estrategia de evitación coincidente y los candidatos no confrontaron con la extrema derecha más obvia, que campó a sus anchas colando todos sus mensajes y slogans sin que nadie los enmendara. En el segundo, las representantes de los partidos adoptaron la estrategia contraria, lo que en realidad aprovechó más la derecha para desmarcarse de la extrema derecha, con la que pacta sin inmutarse. Las candidatas progresistas se esforzaron civilizadamente por desmontar falsedades e introducir ideas alternativas, pero fueron atacadas impunemente con los mismos mensajes del primer debate y un temple acusador implacable por parte de la participante de la extrema derecha.

Por otra parte, las organizaciones y entidades sociales más directamente implicadas en la lucha contra el racismo no han superado la débil estrategia señaladora del mismo en un contexto en transformación hacia actitudes menos receptivas, más insolidarias y más reticentes que antes de la crisis a dejarse convencer por mensajes anti-rumores clásicos. Mas tardía y parcialmente, y sin tener el menor impacto también por ello, grupos de académicos progresistas se han posicionado en público contra la extrema derecha evidente, aunque con sumo cuidado de referirse solo a la peligrosidad de las ideas vinculadas al pasado antidemocrático y centralista -no han hecho nada parecido todavía con ideas aberrantes de la misma calaña entre sectores del nacionalismo periférico. En los países de nuestro entorno conocen sobradamente estas situaciones y parece que ya no somos una excepción, porque la extrema derecha se ha hecho un lugar en las instituciones y entra en los hogares con normalidad televisiva diaria.

Entonces, ¿qué hacer? La impotencia nos abruma porque a menudo lo que ocurre es que mienten doblemente y nos enredan en sus redes. Tomemos el ejemplo de la inmigración, sin duda uno de los dos ámbitos discursivos de despistaje preferidos de la externa derecha, junto al feminismo. Supuestamente, la extrema derecha rechaza a los inmigrantes, creando categorías adaptables a cada momento entre los mismos, como es el caso de especificar que se refieren a la “inmigración ilegal”. Esta criminalización de las personas extranjeras pobres sirve para un roto y para un descosido, revistiéndose de sentido común y resultando altamente creíble para amplios sectores de la población, desde los más empobrecidos hasta aquellos que abominan de la extrema derecha en abstracto y aquellos que por su posición social solo tienen contacto con la inmigración como parte del mundo que les sirve: competencia desleal por los puestos de trabajo, apropiación inmerecida de los recursos públicos y predisposición intrínsecamente delincuente en todas sus modalidades, de naturaleza incompatible con la civilización representada por el nosotros hablante, como no podía ser de otra manera. Se puede añadir o no el componente racista clásico, pero no es ni siquiera necesario -hay fronteras para dar y vender y se solapan y acumulan a nuestro alrededor- y, además, siempre hay quien se presta a la cuadratura del círculo, como vemos en algunos candidatos exóticos de cuota, o mujeres, sin ir más lejos, en la extrema derecha. No hace falta entrar en detalles porque es de sobra conocida la gravedad de su impacto. Sin embargo, las respuestas lógicas y racionales a estas y otras falsedades se basan en negar su veracidad, contraponer explicaciones complejas y matizadas o esgrimir datos reales ante los inventados... en un mar de tinta de calamar lleno de primos que conocen a primos que pueden confirmar lo contrario, y que se suman a experiencias frustrantes y futuros inciertos. Ante el espectáculo infame de quien recita en un acto público apellidos de niños y niñas beneficiarios de becas comedor en una escuela hace falta algo distinto. Y pocas veces se rompe el marco ideológico subyacente lanzando contra-narrativas sólidas y no solo reactivas contra estas estrategias discursivas.

Debemos seguir pensando, no hay nada más peligroso, pero tampoco más liberador que una idea. Tal vez solo una idea mejor, que hable mejor de nosotros desde otro nosotros realmente inclusivo, radicalmente democrático, podría tener alguna posibilidad. Y para eso hay que afianzar sin miedo un modelo social basado en la igualdad de la humanidad, sin ambigüedades. Porque todo es mentira. La extrema derecha viene a completar el trabajo de la derecha desde su misma agenda neoliberal y por supuesto que le interesan los inmigrantes, y cuanto más ilegales, mejor: lo que no quieren son ciudadanos y ciudadanas con derechos. Quieren un estado de opinión que acepte una nueva estratificación a condición de quedar frágil y engañosamente dentro de los protegidos ante el descalabro social, aunque solo se distinga la pertenencia por medio de un papel en forma de pasaporte y de algo tan ridículo ante el calentamiento global como el orgullo patrio. Esta historia ya la conocemos y llevan años rearmándose. Me temo que tenemos otra vez todas las batallas por delante.

En los últimos meses se nos ha ido congelando la carcajada habitual ante los chistes sobre la extrema derecha. Ya sabéis, esa gente que se ha desbordado por la derecha desde los partidos de la derecha, y que ha creado un partido -o anti-partido, a juzgar por lo que dicen de “los políticos”- para arrasar con lo que ha costado tanto construir, aunque se trate de democracias imperfectas y estados de derecho mejorables.

Quienes luchamos por un modelo social más justo, porque pensamos que somos una sola humanidad y que ninguno de sus sufrimientos nos es ajeno, hemos pasado ya al espanto incluso antes de conocer los resultados del pasado 10N. Gobiernan, es decir, gestionan para los privilegiados los recursos de todas, y legislan para consolidar sus hazañas y excluir a quienes consideran inferiores, enemigos o ambas cosas. Les vemos hablar distintos idiomas y defender barbaridades concretas de apariencia diferente, pero asoman aquellas viejas camisas de colores inquietantes por debajo de sus disfraces del siglo XXI aunque, en no pocos casos, se cubran también con las palabras que nos han robado, o con las banderas y las patrias llenas de fronteras que, como dice la canción, no son más que cicatrices en la Tierra.