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La regeneración política como solución a la ola populista

26 de enero de 2021 06:00 h

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El incremento de voto a partidos anti-establishment ha sido una constante en los últimos años, tal vez con mayor intensidad desde que en 2008 estallase la gran crisis económica (ver figura abajo). España dejó de ser la excepcionalidad ibérica cuando entre finales de 2015 y 2019 dos partidos populistas-radicales (Podemos y Vox) consiguieron representación parlamentaria. Desde entonces han sido varios los trabajos centrados en explorar las razones detrás del surgimiento e incremento en el apoyo a estas formaciones, entendiendo que, al detectarlas, se podría dar solución a lo que se percibe como una amenaza para la supervivencia de las democracias liberales. De este modo, parecería existir una creencia generalizada en que el apoyo a este tipo de partidos (populistas, nativistas, radicales) es una enfermedad que aqueja a nuestras democracias.

Figura 1. Apoyo a partidos anti-establishment por década, 1900-2020

Ahora bien, a nuestro juicio, y así lo expusimos recientemente en un artículo para el Journal of Democracy, la enfermedad real que salpica a las democracias actuales es la crisis de los partidos tradicionales. El aumento en el voto a las fuerzas populistas es tan solo un síntoma de esta grave enfermedad. La confusión entre síntoma y enfermedad no es cosa menor, pues puede tener implicaciones relevantes de cara a las soluciones que se propongan a fin de frenar la ola populista. Tradicionalmente, los remedios han ido desde (1) la prohibición legal de este tipo de fuerzas; y (2) la aceptación programática o incorporación al gobierno; hasta (3) la discriminación política, comúnmente denominada cordón sanitario. El primero falló estrepitosamente en Turquía o España, donde la prohibición de ciertos partidos terminó por dar alas a sus herederos (AKP y EH Bildu). Igualmente, la incorporación de fuerzas anti-establishment al gobierno italiano o belga tampoco tuvo éxito. Lejos de moderarlos, terminó por hacerlos más extremos. Finalmente, la aplicación de cordones sanitarios también es cuestionable debido a lo que podría llamarse “efecto boomerang”, como muestra el caso de los Demócratas Suecos. Hasta el punto que, marginados como opción de gobierno, y explotando su condición de “mártires” autoproclamados de la democracia, los partidos antisistema pueden incluso llegar a incrementar su atractivo electoral.

Así, y desafortunadamente, ninguna de estas soluciones ha sido lo suficientemente eficaz, especialmente porque se enfocan en los partidos populistas más que en las fuerzas tradicionales, que son las que verdaderamente han fallado como correa de transmisión de las demandas de los ciudadanos a las instituciones. Por ello, más allá de la prohibición, marginalización o incorporación de las fuerzas anti-establishment, lo que nosotros proponemos es una regeneración de los partidos políticos.

De este modo, si fuerzas como el Partido Republicano en los Estados Unidos quiere superar el Trumpismo, o si el partido Conservador del Reino Unido quiere finalmente superar la crisis creada con el Brexit, lo que deberían es aplicar los seis remedios que proponemos para superar esta crisis de representación.

En primer lugar, los partidos deben construir organizaciones sólidas e institucionalizadas que les permitan crear estructuras profesionales capaces de resolver conflictos internos, tomar decisiones adecuadas y mantener vínculos estrechos con sus votantes y simpatizantes. No hablamos de crear partidos de masas que se acomoden a las instituciones, sino de que los partidos vuelvan a ser entidades serias.

En segundo lugar, las fuerzas políticas deben ser receptivas, en el sentido de perseguir políticas que sean consistentes con sus promesas electorales. Esto les ayudará no solo a recuperar la confianza perdida por parte de los electores, sino también a recuperar su función tradicional de mediadores entre la sociedad y el Estado. En clara sintonía, una tercera medida exige que los partidos políticos sean responsables y eviten caer en la trampa populista de ofrecer “soluciones fáciles a situaciones difíciles”: la irresponsabilidad conduce a una mayor irresponsabilidad, y así sucesivamente.

La cuarta dosis para revitalizar a los partidos es, sin lugar a dudas, la transparencia. Dado que en muchos países (así lo ha sido en España) la corrupción ha permitido que los populismos surjan y semejen opciones viables, los partidos deben mantener limpias sus cuentas, haciendo saber a los votantes de dónde proviene su dinero y cómo se gasta.

En quinto lugar, es importante que los partidos políticos adopten una perspectiva a largo plazo. Los partidos no deben pensar solo en la próxima votación o en las próximas elecciones. Si hay algo que los votantes odian es el comportamiento volátil de los partidos políticos en función de dónde sople el viento. Pensar a largo plazo, además, suele comportar un mayor elemento de responsabilidad política y compromiso con las futuras generaciones.

Por último, los partidos deben comprender que el compromiso político es la esencia del juego democrático. Hasta el punto de que el sistema democrático tiene mejor reputación en aquellos países donde los partidos políticos han logrado llegar a acuerdos sobre una serie de temas fundamentales (por ejemplo, educación, sistema de pensiones, inmigración). Construir acuerdos y generar lazos entre partidos, además, allana las tensiones entre los votantes y atempera los recientemente elevados niveles de polarización política.

De este modo, será solo a través de auto-suministrarse las seis dosis, que los partidos consigan revitalizarse. En España, si queremos superar esta falta de colaboración entre Gobierno y oposición, aun bajo una grave crisis sanitaria y económica como la que vivimos actualmente, las fuerzas políticas harían bien en fortalecerse internamente, ser más responsables con las políticas que proponen y adoptan, ser más transparentes en sus cuentas, pensar en el largo plazo en las medidas que aprueban en el Congreso y, sobre todo, colaborar en mayor grado con sus oponentes políticos. De hacerlo, la democracia saldrá fortalecida.

El incremento de voto a partidos anti-establishment ha sido una constante en los últimos años, tal vez con mayor intensidad desde que en 2008 estallase la gran crisis económica (ver figura abajo). España dejó de ser la excepcionalidad ibérica cuando entre finales de 2015 y 2019 dos partidos populistas-radicales (Podemos y Vox) consiguieron representación parlamentaria. Desde entonces han sido varios los trabajos centrados en explorar las razones detrás del surgimiento e incremento en el apoyo a estas formaciones, entendiendo que, al detectarlas, se podría dar solución a lo que se percibe como una amenaza para la supervivencia de las democracias liberales. De este modo, parecería existir una creencia generalizada en que el apoyo a este tipo de partidos (populistas, nativistas, radicales) es una enfermedad que aqueja a nuestras democracias.

Figura 1. Apoyo a partidos anti-establishment por década, 1900-2020