Hace unos días, Alexia Putellas se convertía en la primera jugadora de fútbol española en ganar el balón de oro, reconociéndola como la mejor jugadora del mundo. Enhorabuena. Hay que poner en contexto este primer balón de oro del fútbol femenino español: solo hay otro jugador que había conseguido tal galardón, Luis Suárez, bastante antes de que muchos hubiéramos nacido. Escuché la entrevista de Alexia Putellas en El Larguero de la Cadena Ser. En su entrevista, la deportista reivindicó el futbol femenino y dijo algo que justifica esta entrada: “Esto va a ser un chute de visibilidad, es lo que necesitamos, que se crea en estas jugadoras. Los resultados están ahí. Ya no hay excusa para no dar un paso más.”
Durante la misma semana, el equipo de fútbol femenino australiano, conocidas como 'las Matildas', se enfrentó en una serie de amistosos a la selección de los Estados Unidos. El primer partido se disputó en Sydney con más de 36.000 asistentes. El segundo fue en Newcastle -con una población aproximada de 320.000 personas- y congregó a más de 20.000 personas. En Australia, estas cifras de asistencia son altas. Como referencia, en noviembre, la selección masculina jugaba para la clasificación al mundial ante Arabia Saudí y juntó a 25.000 espectadores.
A pesar de que en algunos países hay más espectadores en los estadios de partidos femeninos que masculinos, en general, no es así. El dinero está en los equipos masculinos. Por ejemplo, el salario mediano en la liga de fútbol de los Estados Unidos está justo por debajo de los 200.000 dólares mientras que el de las mujeres está sobre los 30.000. Eso es en un país donde el fútbol femenino es relativamente popular y hay mayor presión para la igualdad. En competiciones internacionales (comparando sueldos de campeones y campeonas del mundo, por ejemplo), la brecha llega a ser de 30 veces a favor de los hombres. Esta diferencia tan grande no solo sucede en el fútbol, sino que es un patrón repetido en muchos otros deportes, como el baloncesto. Dicha diferencia entre salarios se suele justificar por el interés que genera: como el fútbol masculino genera mayor interés que el femenino, es normal que existan estas diferencias salariales.
El problema con este razonamiento es que no fue siempre así, ni tampoco parece que el caso hoy en Estados Unidos o Australia. Ahora es cuando un poco de historia viene muy bien. Lo que viene se basa en una entrevista a Stefan Szymanski en junio de 2020 y que descubrí aquí. Szymanski se apoya en el trabajo de Gail Newsham.
Durante la primera guerra mundial, los hombres jóvenes en Inglaterra estaban en las trincheras. Las mujeres trabajaban en las fábricas y, entre ellas, en Dick, Kerr, que estaba en Preston, al norte de Liverpool y que hacía locomotoras de tren. Entre los hombres, el fútbol era muy popular en Inglaterra, pero las mujeres de la fábrica formaron un equipo para jugar contra los hombres. Resulta que el equipo tuvo éxito y siguió jugando más partidos, recaudando fondos para las tropas. Jugaron durante toda la guerra y cuando terminó, siguieron jugando por causas benéficas.
Pero no se equivoquen, estos partidos no eran los típicos de cuñados de fin de semana o los que organizan gente reconocida durante las Navidades, por ejemplo. No. Por ejemplo, en 1920 jugaron contra otro equipo femenino -el St. Helen’s Ladies- en el campo del Everton y, más importante, juntaron a 53.000 personas, colgando el letrero de no hay entradas. Como cuenta Szymanski, difícilmente ningún equipo masculino hubiera conseguido dicha entrada.
Siguiendo con el argumento que escuchamos a menudo -se gana dinero en función del interés que se genera-, deberíamos entonces haber visto un desarrollo distinto al actual entre el fútbol masculino y el femenino. Y, sin embargo, las jugadoras de hoy están en clara desventaja con la contraparte masculina, como apuntaba Putellas.
¿Qué pasó? El fútbol a principios del siglo XX estaba bien asentado, con equipos profesionales, semi-profesionales, amateurs, etc. Décadas antes, en 1863, se forma la Asociación de Fútbol (FA, por sus siglas en inglés), que es la organización encargada de regular el deporte. Y la FA, ya desde 1902 sugería a sus miembros no permitir partidos entre equipos de mujeres. Cuando se juntan 53.000 personas en el estadio del Everton para ver el partido entre dos equipos femeninos, los dueños de los equipos masculinos se quejan pues se sienten amenazados pensando que los hinchas ya no asistirán a los estadios.
Los dueños convencen a la FA para aprobar una resolución que traduzco así: “Se han expresado quejas porque las mujeres juegan al fútbol. El consejo se siente obligado a expresar su convicción que el fútbol bastante inadecuado para las mujeres y no se debería promocionar. Por estas razones, el consejo pide a los clubs que pertenecen a la asociación que rechacen el uso de sus instalaciones para dichos partidos”. Y así es como se prohíbe el fútbol femenino en Inglaterra.
Dicha prohibición va más allá del ámbito profesional. Como las mujeres no pueden jugar, las niñas tampoco lo pueden hacer en las escuelas porque todas las escuelas estaban afiliadas a la FA.
El efecto de la prohibición va más allá de Inglaterra y afecta también al resto de los demás países porque en aquel momento la FA es la federación más potente de la FIFA. Y la FIFA apoya dicha prohibición dura hasta 1971. Dicho de otro modo, cualquier organización que estuviera asociada a la FIFA, si permitía a las mujeres utilizar sus campos, podía ser excluida de dicha organización. Por eso apenas hay partidos entre mujeres por medio siglo. La FA primero y la FIFA después 'matan' la competencia del futbol femenino.
¿Qué hubiera sucedido si el fútbol femenino no hubiera estado prohibido? Nadie lo sabe. No tenemos un contrafáctico. Tal vez, sugiere Szymanski, se parecería al tenis que es global y aunque hay diferencias entre hombres y mujeres, son menores. Puede ser. También podría ser que el futbol femenino tuviera mayor audiencia que los masculinos… no lo sabemos.
Con la que está cayendo en términos de pandemia, desigualdad, exclusión social, discriminación, condiciones laborales, etc., algunos lectores pueden pensar que este es un problema menor. Sin embargo, puesto en perspectiva, esta situación entre jugadores y jugadoras profesionales refleja mucho de los problemas que observamos en la realidad laboral y social actual de muchos países. Aquí la FIFA, ligas profesionales y clubes que obtienen grandes beneficios tienen una oportunidad de oro para dar ejemplo y liderar la equiparación entre unos y otros.
Hace unos días, Alexia Putellas se convertía en la primera jugadora de fútbol española en ganar el balón de oro, reconociéndola como la mejor jugadora del mundo. Enhorabuena. Hay que poner en contexto este primer balón de oro del fútbol femenino español: solo hay otro jugador que había conseguido tal galardón, Luis Suárez, bastante antes de que muchos hubiéramos nacido. Escuché la entrevista de Alexia Putellas en El Larguero de la Cadena Ser. En su entrevista, la deportista reivindicó el futbol femenino y dijo algo que justifica esta entrada: “Esto va a ser un chute de visibilidad, es lo que necesitamos, que se crea en estas jugadoras. Los resultados están ahí. Ya no hay excusa para no dar un paso más.”
Durante la misma semana, el equipo de fútbol femenino australiano, conocidas como 'las Matildas', se enfrentó en una serie de amistosos a la selección de los Estados Unidos. El primer partido se disputó en Sydney con más de 36.000 asistentes. El segundo fue en Newcastle -con una población aproximada de 320.000 personas- y congregó a más de 20.000 personas. En Australia, estas cifras de asistencia son altas. Como referencia, en noviembre, la selección masculina jugaba para la clasificación al mundial ante Arabia Saudí y juntó a 25.000 espectadores.