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Arquitectura de los cuidados en la redacción

Recuerdo cuando llegué a la redacción de Pikara Magazine por primera vez, hace hoy un año y un mes exactamente. Como suele ocurrir cuando llegas a un sitio, me trataron estupendamente. Pero, además de eso, ya en los primeros días empecé a observar algunas cosas que no había visto en otros espacios de trabajo. Detalles tal vez sin importancia. Un “vete a casa a descansar” a una compañera cuando tenía un dolor de ovarios insoportable, un “¿te apetece que vayamos a tomar un pintxo y nos cuentas?” cuando otra llegaba a media mañana angustiada por un problema personal, un “no hagas esa tarea si estás tan agobiada” o “ya lo hago yo” cuando otra compañera estaba al borde del colapso con su carga de trabajo, un “¿qué tal el fin de semana?” como primer punto del día en las reuniones de equipo. En el organigrama, que ahora es ligeramente diferente, “Cuidados” era un área más, ni más ni menos que “Administración” o “Editorial”. En el de ahora, cuidados rodea y atraviesa todo lo demás. Vamos aprendiendo nosotras también.

Yo pensé “hostia, claro”. Estaba tan acostumbrada a tener un dolor de ovarios insoportable y que la respuesta fuera, básicamente aunque con otras palabras, que me jodiera; estaba tan acostumbrada a que no importara cómo tenía la espalda para mover barriles o subirme a una escalera para limpiar; estaba tan acostumbrada a que la conversación más larga con mis compañeros de trabajo fuera sobre alguna cagada del día a día del bar. En resumen, estaba tan acostumbrada, tenía tan metido hasta los huesos, que la productividad era lo más importante, incluso más que mi propia vida, que llegar cada día a un sitio en el que había sitio también para mis necesidades se me hacía raro. Pero tampoco vayamos a ser ilusas. No es por pasar de hostelería a periodismo, que también hay diferencias insalvables, claro. Tiene que ver con qué ojos mires el lugar de trabajo, tiene que ver con dónde pones el foco, con cuál es el objetivo, con cómo mides los beneficios. Y, aunque queda un largo camino por recorrer todavía, en Pikara la vida se sienta a la mesa y cabe en las tablas de excel. En Pikara la vida cuenta.

La lógica empresarial nos dice, básicamente, aunque haya teorías empresariales que den algo de espacio al bienestar de las y los trabajadores, que lo más importante es la obtención de beneficios económicos independientemente de la salud mental o física de quienes se encargan de producirlos. La lógica empresarial no entiende de contracturas ni ansiedades. Esto ocurre en las fábricas y también en las redacciones de los medios de comunicación. El mercado se nos mete hasta los huesos porque el mercado es lo que marca el ritmo y rige ocho (con suerte) de nuestras horas diarias. Sí, también en el trabajo periodístico. La dialéctica mercantil atraviesa, no solo nuestras rutinas, nuestros horarios, nuestros contratos y nuestras redacciones, también nuestros textos, todas nuestras publicaciones.

Hay que llegar a tiempo, antes si es posible, con la información; hay que cerrar ediciones, programar publicaciones, estar presentes en redes sociales, fijar objetivos, hacer y rehacer calendarios y seguirlos, diseñar carteles para ya, escribir textos para ayer, innovar con los temas, cuidarlos, cuidar la deontología periodística, cuidar las relaciones con las fuentes, con las colaboradoras, con las compañeras del curro, vigilar el analytics para ver si todo el esfuerzo está siendo efectivo; si no, cambiar la estrategia en redes sociales, o darle más vueltas a los temas, o a los enfoques, o al lenguaje, o al SEO, ¿o no se puede hacer nada? Y la publicidad, y que no se caiga la web, y contesta los mensajes, y no te olvides de las suscriptoras que son quienes mantienen esto a flote, y entrevista en la radio y taller dos pueblos más para allá y el rabillo del ojo puesto en la cuenta bancaria. El agua al cuello. El capitalismo, la lógica empresarial, cogiéndonos del cuello y poniéndonos contra la pared.

¿Y cuándo respiramos? ¿Y cómo? Nosotras, que hacemos periodismo feminista, tenemos superintegrado todo este rollo maravilloso de la necesidad de poner las vidas en el centro, de tener en cuenta siempre los cuidados y el autocuidado. Pero bajar un par de marchas cuando el bolsillo anda tiritando, las lectoras tienen expectativas a las que siempre creímos que podíamos responder y permanece ingobernable la apuesta por seguir haciendo las cosas de forma diferente, es complicado. Por decirlo de una manera, digamos, sosegada. ¿Cómo podemos entonces, además de parecerlo, ser feministas? ¿Cómo introducimos los cuidados en nuestro espacio de trabajo periodístico? ¿Cómo ponemos la vida en el centro de la redacción? Yo llevo un tiempo dejando que esta última pregunta me ronde la cabeza más que muchos otros pensamientos, y sin concluir concluyo que podríamos empezar justo por ahí. Por la redacción.

Da igual dónde busques: periódicos, revistas, asambleas o Google Académico. Muchos cuidados, pero poca arquitectura de esos cuidados. Si introduces “arquitectura de la redacción periodística” en tu buscador de internet habitual, no encontrarás mucho más que teoría sobre cómo escribir o sobre los diferentes géneros periodísticos convencionales que ya conocemos y que hace tiempo que empezamos a destruir con mucho mimo, respeto y cariño porque ya no sirven. Nos hemos formado para saber contar historias, pero no para hacer sostenibles las propias.

Hemos aprendido a entrevistar, a redactar, a editar textos, a maquetar y fotografíar, a aumentar las seguidoras en Twitter y a generar clickbait, pero se nos ha olvidado un detalle: estar. Vivir el periodismo es vivir agobiada y, de hecho, cualquier periodista o profesional de la comunicación con cierta experiencia podrá destacar como curiosa o apasionante característica del periodismo esa dedicación extraordinaria, ese enganche permanente, ese condena escogida, ese sinvivir. “El oficio que te escoge, el veneno que te atrapa”, escribía no sé qué cantante de rock. Suena a droga de las chulas, suena hasta gracioso. Pero muchas veces no lo es tanto.

Vamos siendo cada vez más conscientes de que no solo respirar es vivir, pero que es un mínimo imprescindible para no perecer. Está claro que poner los cuidados en el centro de la redacción debe ser una premisa. El cómo es un temazo para que el vamos a tener que remangarnos todas. Reunirnos, poner en común nuestras experiencias en los distintos medios de comunicación en los que trabajamos, recoger necesidades que respeten la diferencia y la diversidad, construir redes de trabajo interdisciplinares: redactoras, community managers, publicistas, técnicas de imagen y sonido, editoras, personal de limpieza… Sacar los cuidados de los textos y ponerlos de verdad en construcción. Diseñar la arquitectura de los cuidados para que nos se nos caiga encima la redacción.

Recuerdo cuando llegué a la redacción de Pikara Magazine por primera vez, hace hoy un año y un mes exactamente. Como suele ocurrir cuando llegas a un sitio, me trataron estupendamente. Pero, además de eso, ya en los primeros días empecé a observar algunas cosas que no había visto en otros espacios de trabajo. Detalles tal vez sin importancia. Un “vete a casa a descansar” a una compañera cuando tenía un dolor de ovarios insoportable, un “¿te apetece que vayamos a tomar un pintxo y nos cuentas?” cuando otra llegaba a media mañana angustiada por un problema personal, un “no hagas esa tarea si estás tan agobiada” o “ya lo hago yo” cuando otra compañera estaba al borde del colapso con su carga de trabajo, un “¿qué tal el fin de semana?” como primer punto del día en las reuniones de equipo. En el organigrama, que ahora es ligeramente diferente, “Cuidados” era un área más, ni más ni menos que “Administración” o “Editorial”. En el de ahora, cuidados rodea y atraviesa todo lo demás. Vamos aprendiendo nosotras también.

Yo pensé “hostia, claro”. Estaba tan acostumbrada a tener un dolor de ovarios insoportable y que la respuesta fuera, básicamente aunque con otras palabras, que me jodiera; estaba tan acostumbrada a que no importara cómo tenía la espalda para mover barriles o subirme a una escalera para limpiar; estaba tan acostumbrada a que la conversación más larga con mis compañeros de trabajo fuera sobre alguna cagada del día a día del bar. En resumen, estaba tan acostumbrada, tenía tan metido hasta los huesos, que la productividad era lo más importante, incluso más que mi propia vida, que llegar cada día a un sitio en el que había sitio también para mis necesidades se me hacía raro. Pero tampoco vayamos a ser ilusas. No es por pasar de hostelería a periodismo, que también hay diferencias insalvables, claro. Tiene que ver con qué ojos mires el lugar de trabajo, tiene que ver con dónde pones el foco, con cuál es el objetivo, con cómo mides los beneficios. Y, aunque queda un largo camino por recorrer todavía, en Pikara la vida se sienta a la mesa y cabe en las tablas de excel. En Pikara la vida cuenta.