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La autobusa

No estoy muy acostumbrada a coger el autobús. Vivo exactamente a dos minutos de la redacción de Pikara. Esto puede sonar maravilloso, pero nunca me da tiempo a escuchar una canción entera y, creedme, eso no me hace ninguna gracia. El caso es que yo no sabía lo difícil que puede ser la vida si eres madre de dos criaturas y tienes que coger el autobús cada mañana en Bilbo. El otro día monté en uno para ir a trabajar porque había dormido con Z. Ella vive en una zona un poco alejado del centro. Es un barrio de los de siempre, tranquilo, de trabajadores y de trabajadoras, un barrio de gente que probablemente no tenga tiempo para ir paseando mientras escucha música al trabajo y usa el transporte público cada mañana. Ahí quería llegar yo: al autobús. Estaba esperando al 56, que pasa cada 15 minutos. A mi lado, cinco mujeres con, al menos, ocho niños. Menuda jauría tenían montada, la verdad. Escuchaba sus conversaciones con nitidez y eso que tenía los cascos puestos con Vetusta Morla a tope. ‘Te lo digo a ti’, por cierto, es un temazo. Realmente no me acuerdo si era esa la canción que estaba sonando en ese momento, pero me apetecía decirlo. El caso es que llegó el 56 y, como cada mañana, estaba a reventar de gente. El Ayuntamiento podría pensar en ampliar el servicio a esas horas para evitar que empecemos el día traumatizadas, pero no se les ha ocurrido. Están muy ocupados en en el Guggenheim y el barrio de Z. está lejos de allí:

-Ya hay dos sillas. No puedes subir.

-Pero eres el tercer conductor que me lo dice. No llegamos al colegio.

-Ya lo siento, chica, pero no puedes subir. Si pasa algo es cosa mía.

Silencio y agotamiento en su cara.

-Mujer, llévale en una mochilita - sentencia otra pasajera mientras pica su billete con la misma indiferencia con la que se atreve a opinar sobre cómo debería llevar esa mujer a su criatura.

Las puertas se cierran ante su incredulidad. Arranca el autobús y se queda allí. Decir también que, en lo que para mí fue un claro ejercicio de desobediencia, otra mujer miró con un profundo odio al conductor, sacó a su niña del carro, dobló la silla y entró arrasando en el autobús. No sé si la otra pudo coger el siguiente, si su hija mayor llegó al colegio, si ella tendría que ir a trabajar después, si se arrepintió de haberle hecho caso o si se tumbaron en el parque a pasar de la vida. Total, la vida pasa de nosotras. Que el sistema patriarcal nos tiene ahogadas se evidencia también en cómo están construidas las ciudades: desde la ubicación de los bancos o los ambulatorios a la manera en la que se organiza el transporte público. El mundo no está hecho para que lo vivamos felices. Al menos, no nosotras.

En un estudio de Setem Hego Haizea sobre la relación entre las violencias machistas y el consumo, analizan también los problemas de movilidad que sufrimos las mujeres. La organización denuncia que las infraestructuras de movilidad que se construyen se centran principalmente en los automóviles y las llaves de los coches siguen en bolsillos de hombres. En el mismo informe aseguran que un 41,2% de los hombres utiliza el coche privado como instrumento de movilidad. En el caso de las mujeres, la cifra desciende hasta un 24,2%. No será este artículo un alegato del uso de medios de transporte privados porque su propia lógica atenta contra el mundo feminista por el que abogo, pero lo cierto es que disponer de un vehículo propio ofrece independencia. Autonomía y cambio climático, claro.

La anécdota del 56 podría haberse quedado en una mera anécdota, pero todavía estaba rondándome la cabeza cuando me encuentro con que el Ayuntamiento de Bilbao ha decidido entregar este año el premio a la movilidad a “la mujer bilbaína”. La primera pregunta es evidente: ¿Quién es esa mujer? ¿La mujer bilbaína? ¿En serio? Anda que no habrá diversidad entre las mujeres de Bilbao. No cabemos en ese singular, Ayuntamiento. Los candidatos propuestos eran “Greenpeace, el director gerente de la Asociación de Comerciantes del Casco Viejo, Jon Aldeiturriaga y la Mujer bilbaína”. Ja. Es alucinante. Greenpeace y la “Mujer bilbaína”. La M esa mayúscula está copiada de la web municipal. No es cosa mía, vaya. Dicen también en su portal, sin sonrojarse, que el Premio Paseante de Bilbao reconoce “la labor o los valores de personas y colectivos que contribuyen a hacer de Bilbao una ciudad más amable, habitable y sostenible”. De verdad, me meo. ¿De qué van? Me encantaría escuchar al listo que haya tomado esta decisión diciéndoselo a la mujer que no pudo montarse en el autobús porque no había hueco para la silla de su bebé. “Gracias por hacer de Bilbao una ciudad más amable, habitable y sostenible a costa de tu salud y de tu tiempo, querida”, diría. Me encantaría saber qué respondería ella, qué habrá pensado al ver la noticia en la prensa.

No estoy muy acostumbrada a coger el autobús. Vivo exactamente a dos minutos de la redacción de Pikara. Esto puede sonar maravilloso, pero nunca me da tiempo a escuchar una canción entera y, creedme, eso no me hace ninguna gracia. El caso es que yo no sabía lo difícil que puede ser la vida si eres madre de dos criaturas y tienes que coger el autobús cada mañana en Bilbo. El otro día monté en uno para ir a trabajar porque había dormido con Z. Ella vive en una zona un poco alejado del centro. Es un barrio de los de siempre, tranquilo, de trabajadores y de trabajadoras, un barrio de gente que probablemente no tenga tiempo para ir paseando mientras escucha música al trabajo y usa el transporte público cada mañana. Ahí quería llegar yo: al autobús. Estaba esperando al 56, que pasa cada 15 minutos. A mi lado, cinco mujeres con, al menos, ocho niños. Menuda jauría tenían montada, la verdad. Escuchaba sus conversaciones con nitidez y eso que tenía los cascos puestos con Vetusta Morla a tope. ‘Te lo digo a ti’, por cierto, es un temazo. Realmente no me acuerdo si era esa la canción que estaba sonando en ese momento, pero me apetecía decirlo. El caso es que llegó el 56 y, como cada mañana, estaba a reventar de gente. El Ayuntamiento podría pensar en ampliar el servicio a esas horas para evitar que empecemos el día traumatizadas, pero no se les ha ocurrido. Están muy ocupados en en el Guggenheim y el barrio de Z. está lejos de allí:

-Ya hay dos sillas. No puedes subir.