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El geranio de Bittori
Cuando la banda terrorista ETA anuncia un alto al fuego definitivo en marzo de 2016, Bittori, una de las protagonistas de la novela y de la serie de televisión Patria, vuelve a su pueblo y coloca una maceta con un geranio rojo en su balcón. Hace años que no vive en su casa. Tuvo que huir cuando asesinaron a su marido por la espalda cerca de su portal. Ni tan siquiera pudo enterrar al Txato en el cementerio del pueblo. Su acto está lleno de simbología. Está reivindicando su historia, su voz. Está representando a todas aquellas mujeres a las que su sociedad les dio la espalda.
Patria no es la única ficción que ha relatado el horror del terrorismo etarra y el horror de la represión y la vulneración de los derechos humanos más básicos en Euskal Herria durante décadas. Pero ha tenido la particularidad de llegar cuando la sociedad vasca y navarra y el resto de la sociedad española no vivía pegada a los telediarios para ver a quién habían asesinado ese día, qué bomba había destrozado cuerpos y a quién habían detenido. Y eso la ha hecho más accesible y cómoda.
Es evidente que la novela de Fernando Aramburu y la serie dirigida por Félix Viscarret y Óscar Pedraza puede llegar a ser maniquea al convertir una parte de nuestra historia en un relato de buenos y malos, obviando múltiples matices. Que haya tenido tanta aceptación indica que no es especialmente incómoda con la responsabilidad que tuvo el Estado de retroalimentar la situación y de ejercer violencia. La memoria debe tener muchas más espinas.
La cotidianidad de muchas personas y muchas familias en los años del terror giraba alrededor del miedo y de la angustia. El miedo de imaginar que podían matar a un familiar o a alguien cercano era en lo primero que pensabas cuando te levantabas y lo último antes de meterte en la cama. Según en qué lugar te tocaba la historia vivías con la presión del desprecio y desaprobación continuo y bajo vigilancia constante. También podías vivir en la clandestinidad y con la tensión de que te detuvieran, te torturaran y te encarcelaran a miles de kilómetros de tu tierra. Se vivía así. Una parte de la sociedad estaba en el punto de mira con el aliento de las balas en el cuello, mirando debajo de sus coches; otra, pistola o cóctel molotov en mano, y la mayoría pensaba que el terror no se podía justificar, pero callaba. Era una sociedad con miedo y muy cobarde. La presión era insoportable. Reproducir esta cotidianidad es uno de los grandes aciertos de la serie. A una parte del público le puede parecer una exageración ese clima tan opresivo, pero se vivía así.
Las luchas nacionalistas necesitan que las mujeres se queden en casa y que trasmitan su ideología a su cachorrada. La lucha vasca no fue una excepción. Las amas, las etxekoandres, eran mujeres muy fuertes, con mucha personalidad, que parían hijos e hijas para la causa. Luego les tocaba sufrir. Llorar muertes o viajar miles de kilómetros sería su destino. Las novias de los gudaris tenían el peso de sustentar su moral y muchas vieron sus vidas hipotecadas desde muy jóvenes. Las luchas armadas dejan demasiadas viudas por el camino. Mujeres rotas y empobrecidas que se merecen su voz en el relato.
Es un alivio ver Patria, con sus aciertos y sus errores, desde la actualidad. Hace 15 o 20 años jamás habríamos pensado que pasar página iba a ser siquiera posible. Pero también duele porque es un espejo muy doloroso e incómodo. Reconocer el dolor es indispensable para poder mirar hacia delante. La memoria histórica debe escocer para no dejarnos indiferentes y para poder construir una sociedad sana, capaz de cicatrizar todas las heridas.
Cuando la banda terrorista ETA anuncia un alto al fuego definitivo en marzo de 2016, Bittori, una de las protagonistas de la novela y de la serie de televisión Patria, vuelve a su pueblo y coloca una maceta con un geranio rojo en su balcón. Hace años que no vive en su casa. Tuvo que huir cuando asesinaron a su marido por la espalda cerca de su portal. Ni tan siquiera pudo enterrar al Txato en el cementerio del pueblo. Su acto está lleno de simbología. Está reivindicando su historia, su voz. Está representando a todas aquellas mujeres a las que su sociedad les dio la espalda.
Patria no es la única ficción que ha relatado el horror del terrorismo etarra y el horror de la represión y la vulneración de los derechos humanos más básicos en Euskal Herria durante décadas. Pero ha tenido la particularidad de llegar cuando la sociedad vasca y navarra y el resto de la sociedad española no vivía pegada a los telediarios para ver a quién habían asesinado ese día, qué bomba había destrozado cuerpos y a quién habían detenido. Y eso la ha hecho más accesible y cómoda.